Jorge Durand
La Jornada/23 de mayo de 2010
Arizona es un entidad de Estados Unidos atípica. Forma parte del legendario Far West, donde los hombres portaban y usaban pistolas para hacer valer sus derechos o pretensiones. Fue considerado como territorio hasta 1912, en que finalmente logró la categoría de Estado. El último en lograrlo, exceptuando Alaska. Ha sido una tierra de frontera, de conquista. Allí se fraguó el último acto de rapiña, dígase venta o, mejor dicho, compra del territorio nacional: una Mesilla de 76 mil 845 kilómetroa cuadrados.
Era tierra de indios indómitos: apaches, navajos, pimas; de guerreros de leyenda como Cochise y Gerónimo. También de bandidos sociales como el enigmático Joaquín Murrieta, que si no nació en Chile, debe haberlo hecho en Trincheras, en el desierto de Altar, frontera con Arizona, donde tenía parientes. La agricultura, la ganadería y las minas definen a Arizona y a sus trabajadores.
Fue tierra de refugio para los indios Yaquis que huían de la guerra que les había declarado Don Porfirio. Desde ahí contrabandeaban armas para sus hermanos que seguían en la lucha. Eran fervientes seguidores de la Santa de Cabora, que también se refugió en Arizona, ella protegía a los indios, los bendecía y animaba en su lucha contra el mal gobierno. Todavía queda un grupo de indios Yaquis en Arizona, reconocidos como minoría india por el gobierno americano que vive en Guadalupe.
En ese poblado, muy cerca de Fenix (ahora Phoenix), subsiste una plaza tan gigantesca como polvorienta. Un territorio que no ha tocado la urbanización de esta ciudad en expansión, quizá porque allí viven muchos indios y mexicanos. Allí están enclavadas dos iglesias memorables y entrañables: la pequeña capilla yaqui y la más grande española, que lleva por nombre Nuestra Señora de Guadalupe. En una se realizan ritos indios, en la otra occidentales. Guadalupe parece ser un pueblo muerto en vida, desolado y azotado por el calor y el viento. Ahora por las huestes del sheriff Joe Arpaio y sus secuaces, uno de los principales promotores e instigadores de la ley SB 1070.
Arizona tiene una larga frontera con México, que alcanza los 624 kilómetros. No obstante, la inmensa mayoría de la población de Arizona es blanca (79.8 por ciento) según la terminología y las últimas estimaciones del American Community Survey 2006-2008. Los hispano-latinos son una minoría: en 1990 era apenas 688 mil, en la siguiente década alcanzaron el millón y, finalmente, en 2006 la población latina es de un millón 877 mil 267, de los cuales son de origen mexicano un millón 681 mil 834. Sin duda se trata de un crecimiento notable de la población hispana, y sobre todo mexicana, en Arizona.
No podía ser de otro modo. Es el resultado directo de la política migratoria estadunidense que ha tenido como uno de sus principales objetivos disuadir el cruce subrepticio por medio del incremento de los costos y riesgos. La manera de hacerlo es clara y transparente. Se sellaron las tradicionales puertas de entrada por California y Texas y se desviaron los flujos hacia los desiertos de Altar y Sonora que tienen frontera con Arizona. De acuerdo con datos del Mexican Migration Project en 1990 la mayoría de migrantes irregulares mexicanos (67 por ciento) cruzaba por Tijuana, Baja California, en cambio por Sonora sólo cruzaba 9 por ciento. La situación cambió en 2003 por Sonora cruzaba 66 por ciento y por Baja California 16 por ciento.
Además de ser mayoritariamente blanca, la población de Arizona está residencialmente concentrada en el condado de Maricopa, donde viven dos tercios de la población del estado. Y es en el área metropolitana de Phoenix donde se han efectuado la mayor cantidad de operativos antinmigrantes, donde los trabajadores migrantes son visibles y por tanto perseguidos y estigmatizados, no así en las zonas rurales. Por ejemplo, no hay noticias de arrestos y redadas en el condado de Yuma, fronterizo con México y con una gran actividad agrícola. Es ampliamente conocido que la mayoría de los trabajadores agrícolas son indocumentados, pero no los persiguen porque son la base laboral estratégica de toda la industria agrícola estadunidense.
Sucede algo similar con las detenciones de tráfico. Según una investigación realizada por la American Civil Liberties Union de Arizona (ACLU), al analizar más de medio millón de infracciones, durante julio de 2006 y junio de 2007, perciben un claro sesgo que afecta a la gente de color: negros, latinos e indios americanos. También hay un sesgo importante de acuerdo con la ubicación de las carreteras, mientras que en el sur los latinos detenidos son 36 por ciento, en promedio, en dos autopistas del norte los latinos detenidos son 17 por ciento. La investigación y los datos aportados en el juicio correspondiente en una corte federal, contra el estado de Arizona, indican que hay claro sesgo en contra de los latinos. Por eso la investigación se titula “Driving While Black or Brown” que viene del código DWI “Driving While Intoxicated” que se utiliza para prevenir y perseguir a los conductores que manejan en estado de ebriedad.
Sin embargo, lo interesante del rumbo que está tomando la lucha en contra de la ley SB 1070 es que se enmarca dentro la lucha en contra de la discriminación. En Estados Unidos rigen dos principios fundamentales: se presume que todos son inocentes y que todos son iguales ante la ley. Sin embargo la ley de Arizona va en contra de estos dos principios. Si se sospecha que alguien es ilegal no se presume inocencia sino culpabilidad. Y el mecanismo para arrancar la ley pone en evidencia que se aplicará de manera discriminatoria. A los blancos de Arizona no se les va a preguntar si tienen o no papeles, eso los hace diferentes frente a la ley.
De una y otra forma se va conformando un nuevo espectro político en Estados Unidos y se va perfilando una posible alianza entre negros y latinos. Un camino tortuoso, lleno de incomprensiones y racismos mutuos. Pero los une una evidencia irrefutable y una constatación cotidiana: la pertenencia a una misma clase social y la discriminación que sufren día a día. Dos motivos, más que suficientes, para trabajar unidos y superar sus propios miedos y prejuicios.
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