Arnoldo Kraus
La Jornada/5 de mayo de 2010
Primer escenario. Los ecologistas no dejan de advertir acerca del creciente deterioro de la salud de la Tierra y de los desencuentros entre los encargados de preservar el planeta. En diciembre de 2009, en Copenhage, se llevó a cabo –auspiciada por la Organización de las Naciones Unidas– la XV Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático. La finalidad del encuentro era buscar consensos sobre el deterioro del ambiente. Los movimientos ecologistas y las organizaciones no gubernamentales concluyeron que los acuerdos fueron insuficientes. Muestra de ese deterioro son las aves.
Según los expertos, “el cambio climático ha provocado en las aves, desde las últimas décadas, efectos similares a los que produjeron varios milenios de glaciaciones”. Los efectos, por supuesto, son negativos. Destaco los siguientes. Veinte por ciento de las especies está en peligro de extinción por el cambio climático, algunas ya han experimentado alteraciones genéticas para adecuarse a la nueva situación; otras han ajustado las fechas de migración; algunas han acortado las rutas; otras han dejado de migrar o han buscado nuevas áreas de reproducción. Todas esas modificaciones no son voluntarias, son consecuencia del cambio climático, y éste, salvo para los negacionistas, es producto de las actividades del ser humano. Corolario: las aves que no se adapten desaparecerán.
Segundo escenario. Los encargados de tecnologizar al ser humano no cejan en su afán de crear nuevos y mejores equipos. Imposible criticarlos: es su trabajo y es el leitmotiv de la mayoría de las empresas modernas. Quienes nacieron hace una o dos décadas crecen y crecerán inmersos en un mundo donde la innovación tecnológica será la regla. Imposible desprenderse de la modernidad. No seguirla, no ser parte de ella, es, para los jóvenes, sobre todo para los ricos, impensable: nadie desea quedar rezagado.
En los años recientes los aparatos tecnológicos han crecido en forma exponencial. La telefonía celular y sus sucedáneos son buen ejemplo. Los primeros teléfonos celulares eran aparatos “grandes” que medían 20 o más centímetros y que pesaban unos 300 o 400 gramos. Pronto los técnicos crearon pequeños teléfonos que, además de ser mucho más cómodos e incluso más baratos, incluyeron, dentro de su menú, nuevas posibilidades, que a su vez, crecen sin cesar. Los BlackBerry o iPhone –corazones con más de dos aurículas y dos ventrículos– incluyen teléfono, música, despertador, agendas, Messenger, directorios, mensajes escritos, Internet, correo electrónico, etcétera –quizás en el futuro ofrezcan consoladores o vaginas artificiales–. Además, el Messenger, y, en ocasiones, las llamadas entre los miembros de la misma tribu telefónica son gratuitos. Es decir, se puede escribir y hablar durante horas sin costos extras.
Los BlackBerry y los iPhone han empezado a modificar al ser humano. Cada vez son más personas, sobre todo jóvenes, las que cuentan y requieren esos aparatos no sólo para laborar sino para vivir. Tenerlos y usarlos es una suerte de trampa y de adicción: a mayor uso, mayor necesidad; a mayor necesidad, mayor adicción.
El tiempo de uso entre las personas varía enormemente. Lo que poco cambia es la dependencia y la necesidad de utilizarlos cada vez más tiempo y para más cosas. La despersonalización y la enajenación que durante mucho tiempo ha sido motivo de reflexión para los filósofos encuentra una nueva y alarmante modalidad en los BlackBerry. Los restaurantes, sobre todo donde acude gente rica, son, entre muchos, magníficos escenarios para constatar el dominio que tienen los BlackBerry y sucedáneos sobre el ser humano. Muchos comensales ocupan buena parte del tiempo para atender las obligaciones que impone el aparato en vez de mirar, departir, tocar, escuchar. Los rostros y los guiños son sustituidos por pantallas luminosas, ruidos incesantes, mensajes interminables, tareas pendientes infinitas y teclas diseñadas ad hoc para manos jóvenes y veloces.
Hoy no es posible valorar el impacto que tendrá esta nueva forma de comunicación en los seres humanos; es dable pensar que en las nuevas generaciones el contacto persona-persona continuará modificándose profundamente. Corolario: quizás, tal y como le ha sucedido a la carruca capirotada, en algunas décadas el mapa genético de los seres humanos cambiará: habrá algunas proteínas que codifiquen para el mejor uso de blackberries y otras que descataloguen el lenguaje y el contacto físico como bienes humanos.
Tercer escenario. Ecocidio es un neologismo que habla del deterioro del ambiente y de los recursos naturales como consecuencia de la acción directa o indirecta del ser humano sobre los ecosistemas. Las aves son víctimas de esa acción. Es probable que en el futuro cercano ecocidio se convierta en una palabra aceptada por las academias de la lengua.
Humanicidio es un neologismo que no existe. Lo defino: es el deterioro del ser humano y de sus vínculos con otros seres humanos como consecuencia del uso exagerado de algunos aparatos de comunicación, los cuáles privilegian el contacto frío, consumen tiempo, enajenan e incrementan las distancias físicas entre las personas.
Las aves y el ambiente son víctimas de las personas. Los seres humanos son víctimas de ellos mismos y del uso desenfrenado de la tecnología. La tecnología apuesta por la despersonalización. La despersonalización nutre el ecocidio y el humanicidio.
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