Miguel Angel Granados Chapa
Zócalo/6 de mayo de 2010
El Partido de la Revolución Democrática llegó ayer a los 21 años de su edad. La gran promesa que significó su fundación el 5 de mayo de 1989 ha quedado en gran medida frustrada. No ha fracasado por entero gracias al empeño de sus militantes de base. Si fuera por sus dirigentes, y si no fuera por la poderosa argamasa que es el dinero, el PRD habría ya desaparecido.
Sus principales dirigentes, sus líderes históricos, lo han abandonado y hasta combatido. De los seis presidentes elegidos antes de Jesús Ortega, sólo Amalia García, gobernadora de Zacatecas, mantiene actividad y liderazgo dentro del partido. Su fundador y figura axial Cuauhtémoc Cárdenas se mantiene a gran distancia del partido. De tanto en tanto aparece con el carácter profético (en el sentido bíblico) que le confirió su papel histórico. Enuncia algunos postulados que sería preciso poner en práctica para salvar al PRD pero no aporta ninguna contribución orgánica para que sus palabras se traduzcan en hechos. Porfirio Muñoz Ledo, que fue el segundo coordinador nacional elegido no pertenece siquiera al partido, y aunque sus posiciones no se alejan de la agrupación que contribuyó centralmente a construir, más de una vez ha enfrentado a quienes lo sucedieron en el mando, con ese ánimo pugnaz que lo caracteriza. Aun Roberto Robles Garnica, que fue coordinador interino entre los periodos de Cárdenas y Muñoz Ledo no sólo se fue del PRD sino que se reintegró al PRI.
Andrés Manuel López Obrador condujo a su partido a sus momentos culminantes, como líder entre 1996 y 1999, cuando se gestó mediante la exitosa campaña electoral encabezada por el tabasqueño el primer gran grupo parlamentario perredista, y el partido inauguró su predominio electoral en la ciudad de México al alcanzar la jefatura de Gobierno capitalino en la figura de Cárdenas. En 2006, como candidato presidencial López Obrador no sólo obtuvo personalmente un tercio de la votación nacional (y acaso ganó la Presidencia pese a los obstáculos de toda laya erigidos para impedirlo), sino que generó una vasta corriente de apoyo a las candidaturas legislativas apoyadas por la coalición lopezobradorista.
Sin embargo, hoy López Obrador se ha desentendido de lo que pasa en el PRD. Actúa como si ya no militara en él y, cuando ha sido necesario, no sólo hace propaganda a favor de otros partidos sino que el año pasado contendió contra antiguos compañeros suyos en Iztapalapa. Claro que lo hizo en defensa propia, para responder políticamente a argucias legaloides que afectaban sus intereses. Pero en la forma buscó y consiguió la derrota de candidatos de su partido.
Rosario Robles se fue del PRD en tan lamentables circunstancias que no sólo significó una baja en el padrón partidista sino el abatimiento de los niveles de actuación y discusión en ese agrupamiento. Leonel Cota tal vez siga siendo formalmente miembro del partido que dirigió, pero en los hechos se ha refugiado en su Baja California Sur, donde el gobierno de su valido Narciso Agúndez (en este momento de gira por Alemania, en la comitiva presidencial) no favorece los intereses del perredismo peninsular.
Jesús Ortega llegó a la presidencia perredista después de varios intentos. No fueron los votos de sus compañeros sino una decisión del Tribunal electoral del poder judicial de la Federación la que lo condujo a ese cargo, donde ha encabezado el deterioro. El proceso electoral del que emergió como líder revelo con crudeza los vicios partidarios, el uso abusivo del dinero y aun la violencia. Para mitigar loa estragos que su peculiar manera de triunfar causó en el partido, logró que Alejandro Encinas, su contrincante, resultara coordinador de los diputados perredistas. Pero su breve bancada tira hacia varios lados y no mantiene la cohesión que es precisa para influir de modo determinante en la actividad parlamentaria de la que, por ese motivo es con frecuencia marginada, como antaño ocurría a los partidos de izquierda, meramente testimoniales.
Ortega mismo se ha debilitado por la división en la corriente Nueva izquierda, la más numerosa y en la que él basaba su amplia presencia partidaria. Su fuerza capitalina quedó reducida a su mínima expresión con la salida de Ruth Zavaleta, la hábil presidenta de la Cámara durante el primer año del nuevo sexenio, y que anticipó la del senador René Arce y la de su hermano el diputado Víctor Hugo Cirigo. Una nueva y todavía movediza composición de corrientes en la capital, evidenciada en la integración de la Asamblea legislativa elegida el año pasado, refleja esa ausencia del chuchismo y anuncia las tensiones que en 2012 pondrán en riesgo el papel dominante que el PRD ha mantenido en el Distrito Federal. Si no lo perdiera entonces no será gracias a su mérito sino a las fragilidades propias del PAN y del PRI, que no alcanzará a revigorizarse a pesar de que crezca en las elecciones locales de aquí a entonces.
Tales elecciones locales muestran la penuria en que ha caído el PRD. En varias entidades donde al mismo tiempo que las federales hubo en 2009 procesos locales, la presencia perredista fue tan tenue que hasta perdió la patente que permite participar en la liza electoral estatal. En los actuales aprestos, su alianza con el PAN, tan necesaria para combatir a los cacicazgos priístas, lo mantienen en un segundo plano. No hay un solo perrredista entre los candidatos de las coaliciones a gobiernos estatales. A causa de su maldición inexorable e inextirpable, la división interna, podría perder Zacatecas.
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