Octavio Rodríguez Araujo
La Jornada/20 de mayo de 2010
Los posibles triunfos priístas en Yucatán anuncian vientos fuertes en favor del tricolor, incluso más allá de la península. ¿Este fenómeno, que se suma al ocurrido en las intermedias del año pasado, significa que los mexicanos son, además de amnésicos, masoquistas por votar para que el PRI regrese? No, de ninguna manera.
Mucha gente está votando por el PRI por dos razones principales: por el desprestigio del PRD y sus aliados, que se supone debían conformar la izquierda mexicana, y por los malos gobiernos, comenzando con el federal, encabezados por el PAN. Si algo ha ganado Calderón en lo que lleva habitando Los Pinos, es desprestigio. Los mexicanos le debemos no sólo el aumento de pobres, tanto en número como en niveles de carencias, sino la inseguridad que vivimos a pesar de que él insista, incluso ante la televisión española, en que su gobierno no la ha provocado. Si él no la provocó, ¿quién? No fue sino hasta que comenzó a darle de palos al avispero del narcotráfico que las avispas comenzaron a revolotear por todos lados. Antes también existían, pero se dedicaban a lo suyo que, dicho sea de paso, afectaba más a Estados Unidos (principal consumidor de drogas en el mundo) que a México, donde un porcentaje muy pequeño de habitantes consume sustancias ilegales.
La autofagia de la izquierda y los ridículos que ésta ha hecho en el escenario electoral, incluso haciéndose trampas internas y recurriendo al tribunal que le dio el triunfo a Calderón en 2006, son hechos que no auspician simpatías en su favor. ¿Por qué votar por opciones que militan en contra de sí mismas y que, para colmo, hacen alianzas con el PAN no sólo para tratar de mitigar su caída, sino para recibir las migajas presupuestales de los votos que no consiguen por sí solas? Esta ingenua estrategia les ha resultado al revés: ni gana la alianza perreánica, ni han logrado detener al PRI en su carrera hacia el 2012, que era (es) el pretexto para que los perredistas se aliaran con sus antagonistas, los panistas. (Tal vez Oaxaca sea la excepción en julio de este año, pero no por la popularidad del sol azteca ni de los blanquiazules, sino por la vergüenza que su actual gobernador significa para los oaxaqueños y el país en su conjunto.)
El PAN ya no sabe qué hacer. Cómo estarán las cosas que no pocos mexicanos, incluso panistas, de verdad extrañan a Fox. Cuando él dijo “me van a extrañar”, muchos pensamos que era una más de sus ocurrencias. Pero, hay que decirlo, aunque el país no estaba exactamente mejor que ahora en lo económico y social, por lo menos no temíamos que al caminar en la calle o cenar en un restaurante nos fueran a acribillar los soldados, los policías o los narcos (para la víctima inocente da igual quién le dispare). El borrego que corrió en Morelos el pasado 16 de abril, del inverosímil toque de queda porque los narcos se iban a matar frente a frente y vestidos de negro, demostró dos cosas: el miedo de la sociedad y la ausencia total de gobierno, tanto municipal como estatal. Ni Martínez Garrigós ni Marco Adame supieron qué hacer; de hecho, las mismas patrullas de la policía metropolitana de Cuernavaca avisaron a los restauranteros que mejor cerraran porque las cosas se iban a poner muy peligrosas. El sector servicios de la capital de Morelos todavía no se recupera de las pérdidas provocadas por el ausentismo nocturno de sus habitantes.
Muchos panistas están inconformes con Calderón. Tanto que hasta se ha especulado hasta ahora (martes 18) que la “desaparición” del Jefe Diego es deliberada para darle notoriedad y convertirlo en precandidato a la Presidencia como la mejor carta en contra de Peña Nieto. En caso de tener bases esta especulación, y de que en realidad Fernández de Cevallos no haya fallecido, los menos desmemoriados recuerdan que, después de su triunfo sobre Zedillo y Cárdenas en el famoso debate del 12 de mayo de 1994, desapareció de la escena para no robarle cámara al gris candidato del PRI y que éste ganara. Desde luego es pura especulación, pues las cosas pueden ser más serias, pero por algo se repite de boca en boca. Lo que es un hecho es que el PAN no tiene, ni de lejos, un buen precandidato que haga pensar al electorado que vale la pena votar por él. Así de mal está este partido que, obviamente, no supo qué hacer con sus triunfos obtenidos por el desgaste y desprestigio del PRI antes de 2006.
Se recordará que el PRI, en alianza con el Verde, obtuvo hace cuatro años casi 6 millones de votos por debajo de los que se le adjudicaron al PAN: un bajísimo 22 por ciento. En cambio, en 2009, siendo una elección de diputados federales, aumentó su votación en casi 3 millones y medio, dejando muy atrás a sus principales competidores, especialmente al PRD, que perdió más de 10 millones de sufragios de una elección a la otra (sin contar los votos de sus aliados).
No es que el PRI se esté recuperando, sino que ante el panorama que tenemos es visto como la opción menos mala y como una forma de castigar al PAN por sus errores y al PRD por sus burradas. Peña Nieto, dicho sea de paso, es una figura mediática que, precisamente por la falta de proyecto de todos los partidos, podrá llegar a ser candidato y hasta a ganar en 2012 para regresar no al viejo priísmo –que era mejor que el nuevo panismo–, sino al neopriísmo salinista empanizado y corrupto que hundirá todavía más al país mayoritario que no tiene para dónde hacerse, ni siquiera para Arizona.
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