lunes, 24 de noviembre de 2008

Revolución: réquiem inaudible

Carlos Monsiváis
El Universal/23 de noviembre de 2008


El nuevo secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, todavía no un héroe de la patria (ese título nobiliario se consigue al cabo de meses arduos ante las cámaras), comparó a los combatientes actuales contra el narcotráfico con los de los ejércitos de la Revolución Mexicana (RM).

Tal vez el alegato admite rectificaciones porque, que se sepa, por poderosos que sean los narcos no lo son tanto como Porfirio Díaz, el dictador que concentraba el Estado y, también, porque lo que se ha visto no es un enfrentamiento de ejércitos, ni la toma de Torreón o la batalla de Celaya sino, mucho más tétricamente, las incursiones del narcoterrorismo, el cerco de las sociedades (especialmente las fronterizas), por el momento reducidas al miedo, y la exhibición incesante de la corrupción entre altos mandos judiciales.

Si se quiere establecer la comparación debe precisarse en qué lugar remoto se esconde la épica, y hasta qué punto son hazañas en el campo de batalla los decomisos de droga. No, no hay comparación posible entre la Revolución Mexicana (haya sido lo que haya sido o, para citar una frase del pensamiento calderoniano, haiga sido como haiga sido) y la lucha contra el narcotráfico, porque la minoría que combate a la ley, tan criminal como lo es, tiene siempre presente que entre los defensores de la ley se encuentran amigos, socios, protectores y protegidos.


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Este año los festejos en honor de la RM han sido particularmente débiles, burocráticos y, habría que decirlo, casi siempre fantasmales. Así, en su discurso del 20 de noviembre, que alabó en abstracto el aniversario 98 de la RM, el presidente Felipe Calderón se inventó otro más de las unidades nacionales y convocó en forma reiterada a llegar a 2010 “con el sello de la unión, la fraternidad y el patriotismo”, porque en todos está la convicción de “actuar de aquí y allá” para invertir siglos de rezago (página web de la Presidencia). ¿No podría el Ejecutivo ser más específico? ¿Qué hay en este momento de unión, fraternidad y patriotismo? ¿Por qué deberían producirse estas condiciones tan deseables? El país, tan polarizado y tan atento a los deseos de una victoriosa clase social, ¿se unificará para que esa Navidad latinoamericana, el Bicentenario, lo sorprenda unido, armonioso y fraterno, y tal coloquio de las almas unidas tendrá lugar por “la convicción del deber de actuar de aquí y ahora para invertir los siglos de rezago”?

Un momento, ¿no es la desigualdad monstruosa que se padece la causa principal de los siglos de rezago? ¿Y eso va a desaparecer a instancias de la buena voluntad que, invocada por el gobierno federal, pondrá fin a la historia negativa y exterminadora? Ver para soñar o para creer que se está soñando. El Bicentenario, autor de milagros. Una vez más se convoca al espejismo suponiéndolo real y a la mano. ¿De qué se trata? No de olvidar la historia sino de creer que no hay tal disciplina, que el Bicentenario de la búsqueda de la independencia es un signo o un símbolo de hallazgo súbito de la gran fortuna. “Poned señales altas, maravillas, luceros”, cabría decir con un verso el 15 de septiembre de 2010.

Aquiles Serdán en Puebla, Venustiano Carranza en Cuatro Ciénegas, Doroteo Arango (P. V.) en Chihuahua, Emiliano Zapata en Anenecuilco, Francisco I. Madero en Parras, Coahuila, Plutarco Elías Calles y Álvaro Obregón en Sonora… Todos sus ideales, tan diversos como hayan sido, se tomarán de la mano en 2010, al conjuro triunfal de la (nueva) generación que hará acto de presencia porque, asegura Calderón: “No nos une forzosamente la misma forma de pensar o de actuar; sin embargo, todos estamos convencidos de que nuestra patria enfrenta grandes desafíos como la inseguridad y la muerte”. Esta última, me temo, no la evita patria alguna, y la inseguridad es un fenómeno muy complejo como para depositar la solución en manos de una fecha, así sea la grandiosa de 2010.

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