miércoles, 17 de septiembre de 2008

El ejército y el 2 de octubre de 1968

Ramón Cota Meza

En un par de semanas se cumplirán 40 años del 2 de octubre de 1968. Este artículo tiene un propósito de reconciliación, no fabricar culpables políticos, ni denigrar al ejército; sostiene que la matanza fue el desenlace de un callejón sin salida creado por todos los protagonistas: los universitarios por su inmadurez política, el gobierno por su impericia al manejar la situación, y el mando militar por su deseo de imponer su autoridad, todo ello catalizado por la cuenta regresiva de los Juegos Olímpicos. Nadie quería la matanza; ocurrió sólo que el ejército tuvo que tomar control y encarar la situación a su manera.

A continuación presentamos el testimonio de Michael J. Dziezdic, oficial de la fuerza aérea de Estados Unidos, basado en dos versiones de militares mexicanos cercanos a los hechos. El testimonio está publicado en Generals in the Palacio: The Military in Modern Mexico, Roderic Ai Camp (Oxford University Press, 1992).

Primera versión: “La situación se estaba poniendo seria y se decidió que el presidente Díaz Ordaz abandonara la ciudad. Cuando se tomó la decisión [de desalojar la plaza], él estaba jugando golf en Michoacán. El general García Barragán había formado las tropas y estaba en el Palacio Presidencial [sic]. Echeverría, que entonces era el secretario de Gobernación, estaba en la calle con el general Ballesteros. Echeverría empezó a ordenar a las tropas que marcharan, y el general Ballesteros lo interrumpió, diciéndole que el comandante era el general Barragán y que esas órdenes debían ser aprobadas por él. Ballesteros llamó al general Barragán para explicarle la situación. La respuesta del general Barragán fue que Echeverría debía mantener sus manos fuera de los asuntos del Ejército. El general Ballesteros puso entonces a Echeverría al teléfono y Barragán le dijo lo que debía hacer. Después de esto se dio la orden de desalojar la plaza. El general Barragán fue luego al campo de golf a decirle a Díaz Ordaz que la situación estaba resuelta. Díaz Ordaz estaba temeroso porque pensaba que el Ejército le iba a decir que había asumido el mando. Cuando el general Barragán le informó, [Díaz Ordaz] le dio un emotivo abrazo y le dijo que era un buen soldado.”

Segunda versión: Díaz Ordaz estaba presente en el momento de la decisión, pero se mostraba vacilante, dejando la iniciativa a García Barragán. Estaban presentes “Echeverría y tres miembros del Estado Mayor. García Barragán habría dicho: ‘Bien, señor Presidente, es obvio que se tiene que hacer algo. Si usted no dispone otra cosa, voy a desalojar Tlatelolco.’ Luego […] volteó hacia sus dos ayudantes y les dijo: ‘Quiero la plaza desalojada.’ Luego que esto se hizo, [Barragán] reportó: ‘Señor Presidente, la situación está resuelta.’ Una vez que se tomó la decisión, Echeverría pidió al comandante ‘ser benévolo con los estudiantes’, a lo que Barragán habría respondido […]: ‘Que se chinga a su madre’.”

Camp añade el siguiente testimonio recogido por Steven J. Wager: “Quien tomó la iniciativa fue el secretario de Defensa, no el presidente ni Echeverría: el general Barragán estaba tan hastiado […] que le dijo a Echeverría que él y el Presidente ‘crearon este problema, ahora déjenme resolverlo a mi manera.’” (The Mexican Military, 1968-1978: A Decade of Change, Stanford University, 1979).

En 1976, García Barragán envió una carta al general Alfonso Corona del Rosal a propósito de una declaración en la que éste reiteraba la versión oficial del 2 de octubre: “Por su contenido deduzco que aún consideras prematuro que la nación conozca la verdad de ese episodio […] que todos lamentamos […] A los que fuimos responsables y protagonistas […] no nos queda sino esperar a que los años serenen las pasiones y que la Historia […] corrobore […] si servimos con lealtad y desinterés al entonces Presidente de la República, C. Lic. Gustavo Díaz Ordaz y a nuestras instituciones.” (Proceso, 18.09.95).

Alfonso Martínez Domínguez relató a Heberto Castillo que cuando el candidato Echeverría pidió un minuto de silencio por los muertos de Tlatelolco, el Estado Mayor Presidencial “me comunicó personalmente que no acompañaría más al candidato […] Volvió el Estado Mayor sólo cuando Echeverría leyó un discurso que nosotros le hicimos […] Sin embargo, pronto volvió a las andadas. Yo creo que hubo unos días en que Díaz Ordaz pensó en poner otro candidato.” (Proceso, 25.01.98).

Según Camp, “Echeverría nunca perdonó a los militares su violencia en la plaza, no sólo por lo que pasó, sino porque sus intentos de moderación habían sido frustrados.” Los militares, por su parte, “conscientes del daño a su reputación institucional […] exigieron una compensación muy alta del gobierno.” Echeverría les concedió un amplio programa de obras materiales, fomentó la especialización y la capacitación técnica, los involucró en obras sociales, pero no les autorizó adquirir más armas y equipo. Luego de la matanza del 10 de junio de 1971, Echeverría tuvo que obtener la aprobación del mando militar para pedir la renuncia de Alfonso Martínez Domínguez al gobierno del Distrito Federal. Se sabe que “Los Halcones” eran militares disfrazados de civiles.

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La fuerza adquirida por el ejército se magnificó en el combate a las guerrillas y al terrorismo después de 1968. Una consecuencia de esto fue la creciente participación militar en labores policíacas y de seguridad nacional, participación redoblada por el combate al crimen organizado. Es probable que la descomposición de la seguridad pública sea sinónimo de descomposición militar por la inadecuación del ethos castrense a las tareas encomendadas. Ideológicamente, los ejércitos son autosuficientes, “sociedades perfectas” que se tienen a sí mismas por modelos del orden social, lo que desde luego es falso, pero muy peligroso creerlo, y más peligroso que los políticos y la ciudadanía lo crean también. Distinguir el orden jerárquico y la disciplina militares de la arbitrariedad no es fácil. El Código de Justicia Militar y otras leyes castrenses son formas institucionales del privilegio y el abuso. Por eso hay tantos desertores, resentidos y verdugos a sueldo del crimen organizado. Como están las cosas, el huevo de la serpiente podría romperse en cualquier momento.

blascota@prodigy.net.mx

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