domingo, 7 de septiembre de 2008

La educación hasta el fondo

Axel Didriksson
Excélsior-02-Sep-2008


El sistema educativo nacional está tan mal y con tan bajos resultados, que a pocos convence y cada vez menos lo defienden. Esto es así porque lo que fue creado durante la época posrevolucionaria en el país está tocando fondo, pertenece a otra época y necesita una cirugía mayor. Su crisis aparece y se expresa por todos lados.
Esta caída vertiginosa se manifiesta de manera franca en la sistemática política panista que busca replegar las funciones del Estado en la educación, para subordinarla al mercado y a la privatización; en la constante contracción de sus recursos financieros a la que asistimos año con año; en la angustiosa pérdida de oportunidades de convertir la educación, la cultura y los conocimientos en el valor agregado fundamental de nuestro desarrollo, y en que, por ningún lado, aparecen las tan mentadas políticas de Estado a favor de la educación, la ciencia y la tecnología.
La formación de maestros está por los suelos y sin propuestas de reforma (puros desatinos durante los últimos días); tenemos el más alto nivel de desperdicio de talentos y estudiantes; una burocracia que se vuelve más y más ineficiente; estándares que nunca se alcanzan, pruebas y evaluaciones que no ofrecen ni certidumbre ni legitimidad; propuestas mal hechas que incrementan los niveles de conflicto en el mismo momento que se presentan; una distribución de recursos que profundiza las inequidades y las desigualdades entre estados, regiones y sectores de la población; un creciente proceso de desescolarización y exclusión; iniciativas de cambio curricular que de inmediato se ven impugnadas, por su absoluta falta de coherencia y racionalidad (véase la respuesta de los investigadores educativos ante la oscura y casi clandestina reforma curricular en la educación básica que se busca poner en marcha).
Más ejemplos: el crecimiento de la inequidad entre los ingresos familiares que reproduce la educación, por las disparidades en el desempeño de los estudiantes; la copia burda de programas educativos de organismos internacionales y bancarios que fomentan una visión harto chata de un proyecto de competitividad nacional; sectores de adultos y de trabajadores, profesionales y técnicos sin la más mínima posibilidad de incrementar sus conocimientos y, peor aún, de poder revertir sus nuevas formas de analfabetismo; estudiantes que ven conculcadas sus trayectorias académicas porque sus escuelas no los forman en las más elementales bases cognitivas y de aprendizaje permanente, de creatividad, innovación, resolución de problemas, en la facilidad para construir conceptos y abstracciones, en la autodisciplina y la organización mental y práctica, en la formación de un sólido carácter personal, en su sexualidad responsable, en la interculturalidad y en la definición de un proyecto de vida como ciudadanos activos y con liderazgo. Y porque a pesar de que todo esto se resiente y se sabe, la respuesta a la profundidad de la crisis es: hágase otra evaluación para encontrar que estamos tan mal que debe hacerse otra evaluación con el fin de comprobarlo.
En el fondo lo que está pasando es que el sistema educativo ya no funciona como tal. Hace falta ponerse a trabajar por uno nuevo. No son los maestros ni los estudiantes a quienes hay que culpabilizar. Es el modelito el que ya no funciona y en su descomposición aparecen en escena sus más grotescos actores. Véalos, están allí todos los días actuando su ridículo y lúgubre papel de sepultureros.
didrik@servidor.unam.mx

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