sábado, 9 de agosto de 2008

¡Aviso!


Humberto Muñoz García*
recillas@servidor.unam.mx

Un libro titulado The Rise of the Creative Class ha sido catalogado como un best-seller en Estados Unidos. Una de las tesis centrales de la obra es que la creatividad es la fuerza que conduce el desarrollo económico. La creatividad entendida como la capacidad de elaborar nuevas ideas y crear nuevas maneras de hacer las cosas, lo que termina por elevar las condiciones de vida.

Se indica que la transformación social hacia el progreso está basada fundamentalmente en la inteligencia humana, el conocimiento y la creatividad. Se reconoce a los científicos y a los académicos como grupos altamente creativos en la sociedad. Lo que obliga, una vez más, a reflexionar acrerca de las condiciones a las que está sujeto el trabajo académico, porque éste tiene una gran importancia para el desarrollo del país.

El trabajo académico, actualmente, se hace bajo una gran presión hacia los profesores e investigadores. El régimen supone publicar lo más posible en los tiempos que van de una evaluación a otra.

En este modo de producción académico hay que maximizar el tiempo de trabajo. Usar la mayor parte de éste en actividades que brinden el mayor número de puntos en la evaluación. Se limita el tiempo dedicado a la formación y a la difusión, que se debe hacer porque los instrumentos de evaluación las tienen en cuenta.

No se desea dedicar tiempo a actividades institucionales. Organizar la academia, que es fundamental para la academia, no cuenta, o cuenta negativamente.

Cada quien es responsable de su trayectoria y sus tareas las realiza de forma individual, porque así se le califica. Sus recompensas, materiales y simbólicas, las obtiene por su desempeño personal, independientemente de cuáles sean las repercusiones sociales de sus resultados. Las instituciones cubren cada vez menos al académico.

Este último se identifica más con su campo de especialización que con la institución para la cual labora. El académico responde a distintos conjuntos de normas para hacer su trabajo, aplicadas por un número igual de órganos colegiados.

La forma de trabajo que se apoya en el pago por méritos ha implicado que nos vean como trabajadores necesitados. Para mantener o mejorar nuestros pagos, que nos entregan como becas, tenemos que producir una cierta cantidad de textos.

No hay que dejar huecos en el currículo. Publicar en compilaciones es lo más frecuente. Libros que luego no se distribuyen y no llegan a públicos fuera de la academia experta. Los proyectos de largo alcance, que van más allá de los periodos de evaluación, son más riesgosos, porque producir un buen libro es tardado y sale de la lógica de tener objetivos de corto plazo que remuneren. Los presupuestos para hacer el trabajo académico son magros.

En esta circunstancia los investigadores tienen que recurrir a fondos externos a sus instituciones. Comienzan a producir bajo demanda, por cuestiones de mercado, sobre temas o problemas que no necesariamente pasan por el desarrollo del conocimiento.

El trabajo académico tiene características como las mencionadas. Los académicos estamos llenos de ansiedad. Para sobrevivir en este sistema dejamos de lado muchas actividades que se relacionan con una reproducción sana de la fuerza de trabajo intelectual. Comienzan a haber reacciones, y lo que se escucha es de ponerle atención.

Con respecto de las nuevas generaciones. He encontrado que hijos de académicos exitosos no quieren seguir la actividad de sus padres. Para entrar a la academia ahora se exige posdoctorado, haber publicado, ganar poco y trabajar hasta los domingos.

Pero ahí no para. Hay jóvenes doctores que se quedan en el extranjero, o que regresan, intentan y al no ingresar a ninguna institución de educación superior, en un tiempo razonable, se vuelven a ir. Otros comienzan a dar clases en instituciones públicas y privadas hasta que se dan cuenta que no pueden sobrevivir con lo que ganan y cambian de giro. Desperdiciamos talentos.

También he conversado con académicos del más alto nivel, con alrededor de sesenta años de edad. Unos no se sienten suficientemente reconocidos. Otros decidieron pasar a la administración, o dar asesorías para acumular dinero a futuro. Un tercer conjunto me ha manifestado su preocupación por las condiciones del retiro. Dicen, además, que no les importa demasiado sus próximas evaluaciones.

“El tiempo que me queda en la institución pienso trabajarlo a mi ritmo para que me sea satisfactorio. No pueden exigirme lo mismo que al que está a la mitad de su carrera. Me han evaluado exitosamente por más de un cuarto de siglo ¿Qué nadie se dará cuenta de que los cambios físicos con la edad están asociados a una baja en el rendimiento laboral? ¿Que a cierta edad lo que se tiene que aprovechar es la experiencia?”.

Lo expresado puede tomarse como un aviso de que estamos en una situación que nos impide ser una sociedad que aprovecha la creatividad de sus académicos. Necesitamos cambiar.

* Seminario de Educación Superior, IIS. Profesor de la FCPyS, UNAM.

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