sábado, 9 de agosto de 2008

De rector a gobernador


Interesante la situación que actualmente vive la Universidad de Guadalajara. Algo me recuerda lo que ocurrió con el ex-rector Jorge Luis Ibarra Mendívil, que anduvo por ahí sonando en los corrillos políticos, para ser el candidato del PAN a la presidencia municipal de Hermosillo en el 2003, cosa que finalmente no ocurrió. Ahora, se menciona que Ibarra Mendívil pudiera volver por sus fueros con una candidatura empanizada a diputado federal en Hermosillo (Luis Felipe Larios).

El caso de Carlos Briseño, rector actual de la Universidad de Guadalajara, y en abierta campaña por la gubernatura del estado de Jalisco, es ahora el más resonante, tal vez por tratarse de una de las instituciones de educación superior más grandes de México e históricamente protagonista de sucesos de alto impacto

Jorge Medina Viedas
jorge.medina@milenio.com

Pudieron ser la alternancia, sumada a los cambios experimentados por el país en las últimas décadas, las causas de que en los estados se presenten fenómenos políticos que no eran tan frecuentes en el pasado. Gobernadores muy fuertes, a pesar de su distancia política del poder central, alternancias locales caprichosas, movilidad partidista de políticos pragmáticos, por no decir cínicos y, del territorio universitario, una nueva hornada de rectores muy interesados en hacer carrera política más allá de los espacios académicos.

Juan Ramón de la Fuente, político con vocaciones académicas, fue de los primeros de esta época que se interesó en centralizar (y capitalizar, con un discurso y un huracanado trabajo mediático y de imagen) su figura en la Rectoría para promoverse para el más alto cargo de la República. Cuando Andrés Manuel López Obrador comprobó que era “indestructible” (en la candidatura por lo menos), el ex rector de la UNAM se estableció como potencial y principal personalidad del gabinete, del que pudo pero no supo ser presidente.

Y en los estados del país, mutatis mutandi, este llamado del instinto de poder en algunos rectores empieza a ser cada vez más frecuente. El caso de Tlaxcala, de un ex rector como gobernador y su hermano de rector, habla de dinastías en el subdesarrollo. De esas cosas que sólo pueden pasar en países con la tradición caudillesca y patrimonialista.

Pongo estos ejemplos extremos sólo para puntualizar que el fenómeno no es exclusivo de alguno de los partidos. Pertenece a la izquierda y a la derecha, al PAN, al PRD, y también al PRI, y dejo a usted la decisión de colocar a éste en el extremo que quiera, o en ninguna parte.

El caso de Carlos Briseño, actual rector de la Universidad de Guadalajara (UdeG), y en abierta campaña por la gubernatura del estado de Jalisco, es ahora el más resonante, tal vez por tratarse de una de las instituciones de educación superior más grandes de México e históricamente protagonista de sucesos de alto impacto.

Hablo de la Federación de Estudiantes de Guadalajara y su trayectoria truculenta. De los enfrentamientos y disputas armadas por su dirección, las luchas violentas contra los grupos opositores como el FER, un grupo que le opuso resistencia con las armas; se puede hablar de los asesinatos de estudiantes en refriegas por las sociedades de alumnos. O del asesinato de uno de sus líderes morales más representativos, Carlos Ramírez Ladewing, acribillado éste en una calle de la ciudad de Guadalajara siendo delegado del IMSS y aún cabeza del grupo que controlaba la FEG y la propia universidad. Sospechoso de ser el autor intelectual de este crimen, Luis Echeverría Álvarez, Presidente de la República, fue despojado del doctorado honoris causa, el cual se le había otorgado junto con el presidente chileno Salvador Allende, en la lejana década de los setenta del siglo XX.

El espacio dejado por Ramírez fue ocupado durante un tiempo por el ex rector y arquitecto Jorge Enrique Zambrano Villa, quien lo heredó a uno de los suyos, un ex presidente del FEG y titular de la Dirección de Intercambio Académico durante la gestión de Zambrano, Raúl Padilla López, quien aprovechó el cargo para sembrar sus relaciones y acumular poder hasta convertirse en rector, en el jefe político de la universidad y en el empresario prominente que es hoy. Padilla concentra cargos políticos, institucionales y empresariales. Es el jefe del PRD real en el estado, controla, con mano férrea, libre de indagaciones contables, la famosa Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), la cual es una de sus ventanas preferidas y puente para sus relaciones con intelectuales y académicos a los que usa como coartada en su labor multifácetica.

Carlos Briseño, hecho en el grupo de la familia Padilla, fue secretario durante la gestión de Trinidad Padilla, hermano del Raúl. Gestionó ante los académicos e impulsó la reforma estructural de la UdeG. Pero para llegar a la Rectoría de la UdeG se necesita más que eso.

Briseño vs. Padilla
La política es de razones y de medios. En la UdeG no importan ni las razones ni los medios. El fin, que es el poder, prima sobre todo lo demás. Briseño juega, como la mayoría de los miembros de este grupo de Padilla surgidos de la FEG histórica (la cual también, por cierto, se rompió por luchas internas), en este campo y con estas concepciones. Desplazó uno a uno a sus posibles adversarios. Al vicerrector académico lo enviaron a estudiar al extranjero; presionó para que fuera enviado como diputado federal del PRD Tonatiuh Bravo Padilla, primo de Raúl, pero en realidad uno de los más serios competidores de Briseño por méritos propios.

A los que llegaron a la carrera final por la Rectoría, los obligó a que renunciaran a sus aspiraciones. No llegaron a la elección. Varios de esos aspirantes eran padillistas. Fue candidato único a la Rectoría y desde entonces dio señales que se enfrentaría al jefe político de la UdeG, Raúl Padilla. Dejó la huella de sus intenciones.

Hoy, la UdeG está dirigida por un aspirante a la gubernatura del Estado. Briseño apenas lleva un año y meses al frente de la institución. Sostiene un enfrentamiento público con los padillistas y los encontronazos internos por espacios de poder, van y vienen entre acusaciones mutuas. Ninguno de los funcionarios padillistas asistió a su primer informe de gobierno. Ni Raúl ni Trinidad, ex rectores, jefes del clan. El informe no fue un acto académico, fue el acto de un político. En el presídium fue situada la presidenta del PRI, Beatriz Paredes. Llegó al acto el gobernador Mario Marín. El diario Mural, de Guadalajara, reportó que Roberto Castelán, en abril pasado, calificó a los invitados del rector como “la legión del mal”.

Uno de los padillistas, Leobardo Alcalá, profesor de la Facultad de Medicina, además de regidor por el Partido Revolucionario Institucional, le exigió a Briseño que dejara “las giras de proselitismo” para dedicarse a ser rector.

A causa de esta lucha, tal vez sin retorno contra los grupos que lo llevaron a la Rectoría, otro de los rivales del rector, el ex director del Hospital Civil de Guadalajara, Raúl Vargas López, en respuesta a un supuesto tráfico de órganos en el hospital, le espetó a Briseño, los calificativos de megalómano, fatuo, petulante. “Es vana y exagerada presunción, lo que hace cuando dice que va a llegar hasta el fondo, no ha hecho nada, más que darles nota a ustedes, los medios”.

Cierto o no, en lo dicho por el médico, hay un hecho real que puede tener consecuencias funestas para cualquier universidad. Cuando un rector mezcla esa labor con sus aspiraciones políticas personales y usa a la institución como espejo de sus propósitos, la que se duele es la universidad. Se vulnera la autonomía de forma vulgar e irresponsable. Se debilita la credibilidad institucional pero, sobre todo, desvía de sus objetivos superiores de orden académico a la universidad.

Las consecuencias de esos despropósitos las sufrirán los universitarios pero también la educación pública y, sin duda, la sociedad y el país entero. Se lo dijeron sus propios adversarios, los padillistas, en un manifiesto público publicado la semana pasada, que no por ser ellos no tienen razón. La tienen de punta a punta. Dicen en su texto: “El rector (Carlos Briseño) ha hecho vulnerable a la universidad al convertirla en objeto de interés de los políticos y partidos, y en moneda de cambio para sus aliados”.

Y cualquiera que desee una gobernatura desde la Rectoría de una universidad pública, provocará exactamente lo mismo. Sea aquí en Jalisco, o en China.

Tomado de: http://www.campusmilenio.com.mx

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