jueves, 21 de agosto de 2008

Competitividad sistémica

José Luis Calva*
El Universal/07 de agosto de 2008

La hipótesis según la cual la “mano invisible del mercado” conduce providencialmente el accionar espontáneo de los agentes económicos privados, de modo que el mercado libre —sin intromisiones del Estado— es la mejor garantía de la asignación eficiente de los recursos productivos, del desarrollo económico y de la competitividad de las naciones, no está validada por la experiencia económica.
Por el contrario, los factores institucionales son cruciales para la competitividad y el desarrollo. Por eso, el prestigiado International Institute for Management Development (IIMD), que realiza mediciones rigurosas de la competitividad de las naciones, incluye dichos factores entre sus 331 criterios de evaluación, que agrupa en cuatro megaindicadores: 1) desempeño macroeconómico, que incluye el comportamiento del producto nacional, del empleo, del comercio internacional, de la inversión, de los precios, etcétera; 2) infraestructura, que incluye infraestructura básica como carreteras, puertos, agua potable, etcétera, así como infraestructura tecnológica y científica, servicios de salud, ambientales y otros; 3) eficiencia del gobierno, definida como el grado en que las instituciones y políticas públicas favorecen la competitividad, considerando variables como democracia, legalidad, política fiscal, regulación de mercados financieros y gasto en educación; y 4) eficiencia empresarial, definida como el grado en que las empresas logran innovaciones, rentabilidad y comportamiento responsable, considerando variables tales como prácticas gerenciales, manejo financiero y relaciones laborales.

De acuerdo con la reciente medición del IIMD (correspondiente a 2008), la calificación de México no solamente es baja (su índice general de competitividad fue de 43.8 puntos, contra 100 puntos para Estados Unidos, 82.9 para Canadá, 73.8 para China, 60.6 para India, etcétera), sino que se ha deteriorado dramáticamente. En una lista de 47 países, México ocupaba el lugar 33 en competitividad global en el año 2000; en 2008 cayó a la posición 43, considerando los mismos 47 países (véase IIMD, World Competitiveness Yearbook, 2004 y 2008).

Ahora bien, cabe remarcar que los tres primeros megaindicadores de competitividad (desempeño económico, infraestructura y gobierno) no dependen de la voluntad individual de cada empresario, sino principalmente del Estado, es decir, de las instituciones y políticas públicas. Más aún, dentro del cuarto megaindicador de competitividad, la rentabilidad de las empresas conjuntamente consideradas está influida por variables macroeconómicas (como la tasa de interés y el tipo de cambio), cuyo comportamiento depende también de las instituciones y políticas públicas.

Por eso, el concepto de “competitividad sistémica” fue acuñado por especialistas académicos precisamente para resaltar la multiplicidad de factores institucionales que determinan la competitividad de las naciones. Ya lo había advertido —en su clásica Teoría del desarrollo económico— el profesor Arthur Lewis, premio Nobel de Economía 1979: “Los gobiernos pueden ejercer una influencia notable en el crecimiento económico. Si hacen lo que deben, el crecimiento se acelera. Por el contrario, si hacen muy poco o lo hacen mal el desarrollo se retarda”. “De aquí que sea una desgracia para un país atrasado tener un gobierno que se limite al laissez-faire, ya sea por indolencia o por convicción filosófica”.

Esta ha sido precisamente la desgracia de México y otros países convertidos en laboratorios de experimentación neoliberal.


*Investigador del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM
email:jcalva@prodigy.net.mx

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