viernes, 2 de octubre de 2009

2 de octubre, no se olvida

Rosa María Rodríguez
Dossier Político/2 de octubre de 2009
La dinámica de clases en el colegio donde cursé la primaria era: clases de 8 a 2 (con el maravilloso recreo a las 11), comida de 2 a 3, descanso de media hora y por la tarde actividades artísticas complementarias y tareas para concluir a las 5:30.
Bajo esa dinámica transcurría mi primer año de primaria, sin embargo esa tarde algo era distinto, recuerdo que los maestros que regularmente se retiraban a las 2 de la tarde ese día se quedaron en la escuela, compartieron los alimentos con nosotros y apenas comimos, nos formaron separando a las internas, de las medio internas, a las primeras las llevaron al patio trasero para recluirlas en área de dormitorios, pero los más alejados de las calles, a las medio- interna nos comenzaron a organizarnos por rutas dependiendo del lugar donde vivíamos, por ser una escuela particular teníamos varios camiones, camionetas y en esta ocasión hasta maestros y trabajadores prestaron sus vehículos para repartirnos a cada una de nosotras hasta la puerta de su casa.
Al principio el desconcierto fue grande, pero finalmente llega la alegría al saber que por lo menos aquella tarde “libraríamos” la tarea.
Al llegar a casa no preste mucha atención a la sorpresa de mis hermanas al ver que nos llevaban temprano y entregando a cada una con su familia, bajo la recomendación de “no salgan” el resto de la tarde, me dedique a ver caricaturas a cenar y a dormir.
Lo grave empezó como a las 11 de la noche, cuando una vecina acudió a casa tocando muy fuerte y despertó a mi madre, todos nos levantamos y la escuchamos, entre un llanto muy fuerte le alcanzó a explicar que “en Tlatelolco mataron a muchos estudiantes y mi hijo Chucho andaba ahí”, mi madre en su afán de calmarla le decía que no se preocupara, que seguramente llegaría más tarde, le invitó un té y la albergó esa noche.
Doña Panchita era viuda, la costurera del barrio, su único hijo (Chucho) estudiaba derecho en la UNAM, nuestro barrio era pequeño prácticamente todos éramos como una gran familia, al siguiente día mas tristeza, no sólo era “Chucho”, varios muchachos de la Prepa 5, de la Vocacional, del Politécnico y de la UNAM no volvieron. Sus padres empezaron un calvario buscando en hospitales y en las Delegaciones, debieron ser unos 12 sólo Sandra apareció, a los pocos días supimos que su familia la envió a estudiar al extranjero y años después nos enteramos que la recibieron en Moscú, donde estudió psicología, se casó y nunca volvió a México.
Pronto la tragedia se vió rebasada por la propaganda de la Olimpiada, sobretodo porque nuestro barrio quedaba entre el estadio Azteca, Ciudad Universitaria y la Villa Olímpica, como forma irónica se le llamo “La Olimpiada de la Paz” y sobre periférico que fue el circuito para las pruebas de ciclismo, los artistas plásticos montaron esculturas en lo que se denominó “ruta de la paz”, a diez días de la matanza todo era paz.
Al paso del tiempo algunas familias que perdieron a sus hijas emigraron, “Panchita” se quedó en el barrio, vistió de negro por siempre y cada 2 de octubre le pedía a mi madre gestionara una misa en la parroquia de Tlalpan “para su Chucho”, con resignación la escuché varias ocasiones decir “si por lo menos me lo hubieran dado para sepultarlo, tendría una tumba a donde ir a llorar” no vivió mucho, se decía que el dolor que la desaparición de su hijo le generó, fue lo que la llevó a morir de un derrame cerebral.
Pasó mucho tiempo para que pudiéramos saber lo que ése 2 de octubre de 1968 ocurrió realmente, pero a mi corta edad pude ver y compartir el dolor de familias que perdieron a sus hijos, la matanza de Tlatelolco es un capitulo negro de la historia de nuestro país, tal vez el acto mas vergonzoso de un grupo en el poder encabezado por Gustavo Díaz Ordaz que no pensó dos veces en asesinar a estudiantes, jóvenes y hasta niños porque el movimiento que inicialmente era estudiantil, se sumaron maestros, intelectuales, trabajadores y familias completas que aquella fatal tarde asistieron a la plaza de las Tres culturas (el número de muertos, nunca se supo con exactitud).
29 años después, en octubre de 1997, se formó un comité para investigar la masacre. El comité tomó testimonio a varios testigos y activistas políticos involucrados, incluyendo al ex presidente de México Luis Echeverría Álvarez (Secretario de Gobernación en aquella época). Echeverría admitió que los estudiantes estaban desarmados y también sugirió que la acción militar fue planificada anticipadamente para destruir o debilitar el movimiento estudiantil.
En octubre de 2003 (35 años más tarde de la masacre), se conoció la relación del gobierno de los Estados Unidos en la masacre, cuando el National Security Archive de la Universidad George Washington publicó documentos de la CIA, el Pentágono, el Departamento de Estado, el FBI y la Casa Blanca. Los documentos refieren:
En respuesta a la preocupación del gobierno mexicano por la seguridad de los Juegos Olímpicos, antes y durante la crisis el Pentágono envió al país más instructores en lucha antisubversiva, armas, municiones, material para control de protestas y equipo sofisticado de comunicación militar”.
Al paso de los años se acuñó la frase: “2 de octubre, no se olvida”, ésta frase nos compromete a mantener la memoria colectiva, a recordar esta fecha y trasmitir a las nuevas generaciones la indignación que la matanza implicó, “2 de octubre, no se olvida” y literalmente, aún hay gente que sólo la muerte los llevará a olvidar su dolor, como pasó con Doña Panchita, nuestra vecina honrada, humilde y trabajadora que soñaba con que su hijo tan sólo viviera para ser “un hombre de bien”.

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