viernes, 2 de octubre de 2009

El poder del poder

José Antonio Crespo
Excélsior/2 de octubre de 2009

Decíamos no hace mucho, en esta columna, que así como Andrés López Obrador se confió en exceso a Rafael Acosta, Juanito, los electores en general habían confiado en diversos representantes —en distinto nivel de gobierno— al votar por ellos. Y así como Juanito “mandó al diablo” a los López Obrador, al PT y a Clara Brugada, los legisladores pueden en cualquier momento “mandar al diablo” a sus representados, porque no tenemos instrumentos efectivos para penalizarlos política o legalmente en caso de incumplir sus compromisos. Sin embargo, Marcelo Ebrard logró doblegar la rebeldía del pintoresco personaje de Iztapalapa, con sus dotes persuasorias de las que ya en otras ocasiones ha hecho gala (como cuando persuadió a Isidro Cisneros de renunciar a la presidencia del Instituto Electoral del Distrito Federal, aun cuando los tribunales le habían dado la razón en su enfrentamiento con el resto de los consejeros que buscaban deponerlo).
Es seguro que en el breve lapso que duró la entrevista de Juanito con el jefe de Gobierno capitalino, éste le hizo “una oferta que no podría rehusar”, haya consistido en algún monto de dinero, en argumentos de por qué no podría gobernar o —como otros suponen— en la exhibición de su expediente, mismo que registraría puntos vulnerables desde una óptica legal y/o administrativa. Lo más probable es que haya sido una combinación de todo lo anterior. No parece que haya podido ser solamente una oferta económica, pues, ¿cuánto podría compensar el manejo de más de tres mil millones de pesos de presupuesto anual? Tampoco pudo haber sido una mera oferta de cargos políticos, que difícilmente podrían sustituir la ocupación directa de la jefatura de delegación con todos los cargos respectivos. Lo que haya sido, fue contundente, pues de pronto Juanito descubrió que su salud flaqueaba y recordó que había sufrido dos infartos (explicación que Juanito desmereció al agregar que renunciaba en aras de la gobernabilidad en la delegación, algo más verosímil). A juzgar por la actitud que mostraba apenas un día antes, así como debido a sus declaraciones, y el desánimo con que salió de la entrevista con Ebrard, el propio Juanito no esperaba semejante desenlace. Entendió cómo se juega en la política de ligas mayores, en las que aspiraba a jugar. Habiendo cedido al canto de las sirenas, tuvo que hacer un aterrizaje forzoso ante el rugido del león.
¿Quién pierde y quién gana? Desde luego, gana la gobernabilidad en Iztapalapa, que era lo más importante. Y pierde el PRD, pues esta parodia exhibió nuevamente las fracturas que lo dividen y la manera poco elegante con que resuelve sus conflictos internos. López Obrador gana parte del terreno perdido, pues al final su propósito original se logró, si bien a través de un guión harto distinto (bastante más sinuoso). Debió aprender —aunque un poco tarde— que “la gente y el pueblo” no son honestos ni leales por naturaleza, sino que también ahí se albergan mezquinas ambiciones, no sólo en las oligarquías que conforman “la mafia política”. Pero los obradoristas siguen responsabilizando a la derecha y a los medios de la monomanía de Juanito, inocente víctima de las fuerzas malignas.
Juanito dice que fue un error aceptar la propuesta de López Obrador, pero seguramente ganó lo que jamás hubiera conseguido antes del sainete obradorista del que figuró como marioneta. Y gana Ebrard, con mucho. De haberse cumplido al pie de la letra el proyecto original de López Obrador, Marcelo hubiera fungido como mero mandadero del Peje. En cambio, habiendo quedado claro que ni López Obrador ni el PT habían podido regresar al huacal a Juanito, él sí lo pudo hacer. El obradorismo le debe una —y grande— al jefe de Gobierno, en tanto que muchos ciudadanos han confirmado la capacidad operativa de Ebrard —así sea al estilo del PRI de donde proviene—, en un momento donde buena parte del electorado pide eficacia política ante la decepción provocada por la ineptitud gubernamental del PAN. Pero a diferencia de Ebrard, y a semejanza de Obrador, los electores no contamos con mecanismos para llamar al orden y la rectificación a nuestros representantes formales, que son, por su naturaleza política, Juanitos potenciales, que sirven a sus partidos, a sí mismos o a otros intereses (véase el reparto de las comisiones), antes que a sus electores.
Rafael Acosta dice que fue un error aceptar la propuesta de AMLO, pero seguramente ganó lo que jamás hubiera conseguido antes.

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