domingo, 4 de octubre de 2009

Dios (es decir Google) me libre

Nicolas Alvarado
El Universal/3 de octubre de 2009

Así fue como la libré yo aquella noche en que, habiéndome comprometido a que mi editora recibiera a la mañana siguiente un ensayo sobre el espíritu y la decadencia de la fotonovela (sólo a mí pueden pedírseme semejantes cosas… y es que acaso sólo a mí me interesen), me descubrí ante un problema grave: necesitaba citar un pasaje del Sobre la fotografía de Susan Sontag y, por más que rebuscara en mis libreros, no podía encontrar mi ejemplar. Lo había ¿prestado?, ¿perdido?, ¿soñado sin haberlo poseído jamás? Las 2 de la mañana es horario fértil para abjurar del trabajo y entregarse a la especulación autocompasiva; sin embargo, dado que había yo incumplido ya tres fechas de entrega y que la revista sólo esperaba mi texto para su impresión, debía actuar. Dada la hora, la opción de ir a comprar otro o la de despertar a un amigo para pedírselo prestado no parecía tener demasiado sentido. Entonces salió a mi rescate, por así decirlo, mi amigo imaginario. El geek que llevo dentro. El que juega con PhotoShop y con ProTools, el que se empeña en sincronizar una grabadora Sony y una Mac hasta que lo logra. Que es el mismo que, puesto en tan adversas circunstancias, no descansa hasta encontrar lo que busca en internet.
Me tomó varios clics y algunos cuartos de hora harto dificultosos pero, en algún sitio —lo lamento: no recuerdo ya el URL— di con una versión electrónica del On Photography anhelado. A precio exorbitante, sí —habré pagado 30 dólares por el PDF—, pero a fin de cuentas asequible en cualquier momento, y particularmente en ése.
Aquél fue el día en que me convertí en defensor, acaso a ultranza, del libro digital.

* * *

La anécdota es evidentemente previa al advenimiento de Google Book Search, el servicio del gigante de la informática que, desde 2004, escanea y publica en la red ediciones integrales de libros de dominio público y fragmentos no superiores a 20% de libros con derechos de autor vigentes. A la fecha, Google ha firmado a tal efecto convenios con las universidades de Harvard, Oxford, Stanford, Columbia, Cornell, Princeton y la Complutense —entre otras— y con las bibliotecas públicas de Nueva York, Bavaria y Lyon. Fue este último acuerdo el que moviera a escándalo en una Francia parcialmente refractaria a lo que muchos interpretan como colonialismo cultural y como amenaza a la supervivencia del libro y a las garantías del derecho autoral. Y fue justo tal escándalo el que ocupara la portada del diario Libération hace cosa de un mes, como habría yo de consignar antes aquí.
No falta razón a los críticos de Google Books: en efecto, la empresa no tenía derecho legal a la digitalización de muchas de las obras y ni siquiera a la publicación de fragmentos. De ahí que el Sindicato de Autores de Estados Unidos y la Asociación de Editores Estadounidenses la demandaran en 2005 y recibieran 125 millones de dólares para sus agremiados, a manera no sólo de compensación sino de validación. Creo, sin embargo, que las ventajas de la digitalización son superiores a sus efectos perniciosos y que si nadie ha podido arrebatar a Google el cuasi monopolio en este empeño —Microsoft lo intentó y terminó por desistir— es por falta de ingenio. Dijo Umberto Eco un día que internet es una gran biblioteca desordenada. Salve, entonces, el bibliotecario no sólo hegemónico sino originario. Pueda terminar su tiranía por la vía de la competencia democrática y no de la argumentación paranoica.

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