miércoles, 7 de octubre de 2009

Había una vez un país

Arnoldo Kraus
La Jornada/7 de octubre de 2009

Había una vez un país llamado México. Un país vecino de Estados Unidos y de Guatemala. Una nación donde el surrealismo de otras épocas se achica ante el México de hoy. El México de Felipe Calderón y de los tres partidos políticos que desgobiernan de norte a sur, del oeste al este y de la tierra al cielo. Había un país llamado México que sigue llamándose México, pero que cada vez se desteje más.
¿Recuerdan la vieja anécdota de lo que le sucedió a André Breton, uno de los fundadores del surrealismo, cuando estuvo en México? Nunca he comprobado si lo que ahora reproduzco fue verdad o no, pero la fuerza de la repetición y la certeza de que Juanito y el presidente Calderón son México, son suficientes razones para creer en la veracidad de la anécdota.
Cuando Breton visitó nuestro país en 1937 fue invitado a pasear a Xochimilco. Asombrado por la belleza del lugar y por la destreza de los artesanos que hacían sillas con madera y cuerda, dibujó, en un papel, una silla. El diseño de Breton enfocó a la silla de perfil, de tal forma que sólo se veían tres patas, las de adelante y una de las de atrás; una de las patas traseras no se veía por la perspectiva del dibujo.
–¿Podría hacerme esta silla? –pidió André al artesano.
–Encantado –respondió el maestro–. Tendré lista su silla cuando regrese de la excursión.
Inmensa fue la sorpresa del autor de Los vasos comunicantes cuando regresó: la silla estaba terminada. El artesano había copiado fielmente el respaldo, el asiento, el grosor de las cuerdas, las curvas de las patas y los colores sugeridos por el comprador. Para no desvirtuar la realidad reprodujo el dibujo punto por punto; se apegó al diseño y no lo modificó. El resultado fue sorprendente: sólo hizo tres patas. Dice la leyenda que Breton se quedó atónito y contento: el surrealismo, montado en tres patas mexicanas, era un tema inacabado. Tenía razón. En el surrealismo mexicano de 2009, que ya no es antirracional sino racional, ahora son los indígenas de Oaxaca y Puebla los que envían remesas a Estados Unidos.
Todos sabemos en México de la heroicidad de los indocumentados que emigran a Estados Unidos y a Canadá con tal de nutrir a sus familias e impedir que mueran por el desdén y los hurtos de la mayoría de nuestros políticos. Ni siquiera Vicente Fox en sus peores momentos, o Felipe Calderón en sus mejores destellos, lo ignoran: los migrantes son nuestra pena y nuestros héroes. Lo que sin embargo nadie esperaba es que la realidad se reinventase o se surrealice: desde hace cuatro meses los familiares de los migrantes oaxaqueños y poblanos les han empezado a mandar dinero a Estados Unidos. La palabra surrealice es un término inexistente, pero aplicable al gobierno de Calderón. Ahora las remesas han invertido su dirección: el dinero viaja de las zonas serranas de Puebla y Oaxaca hacia Estados Unidos. Las razones son obvias y dolorosas.
En una nota firmada por Susana González G., publicada en La Jornada el pasado 4 de octubre, Martín Zuvire, director del sistema de microbancos rurales de la Asociación de Uniones de Crédito del Sector Rural, manifestó que “en lugar de recibir remesas, familias que habitan en zonas de alta marginación están enviando dinero a sus parientes en Estados Unidos, que han quedado desempleados, para ayudarlos a sortear la crisis económica y evitar así que retornen a México”.
Desde hace cuatro meses algunas familias de migrantes les mandan entre 3 mil y 6 mil pesos mensuales con tal de que no regresen. Regresar implicaría pagar al contrabandista de seres humanos –pollero de acuerdo con el Diccionario de las infamias del ser humano– una cantidad similar a la erogada cuando cruzaron ilegalmente la frontera. Implicaría también perder la esperanza de que el familiar se emplee nuevamente, así como la imposibilidad de ofrecerle trabajo en su tierra natal. De acuerdo con Zuvire, en esas zonas “… las familias han vivido en ‘crisis permanente’, por lo que están mucho más entrenadas para resistir la actual recesión”.
Me repito: en México todos sabemos de la heroicidad de los indocumentados que emigran a Estados Unidos y Canadá con tal de nutrir a sus familias. Lo que no sabíamos es que las políticas neoliberales, y las torpezas ad nauseam de los gobiernos mexicanos, se encargarían de revivir la antirracionalidad del surrealismo. La inversión de las rutas del flujo de dinero entre México y Estados Unidos es un capítulo inédito del surrealice del presidente Calderón y compañía.
Es una pena que Breton haya muerto. Es una pena que el presidente Calderón no lo pueda invitar a Xochimilco. Es un escándalo que familias que viven en “crisis permanente” envíen dinero de las zonas marginadas de Puebla y Oaxaca a los migrantes mexicanos porque Calderón no quiera financiar a nuestros polleros. Y es una pena que se sigan fabricando sillas de tres patas en Los Pinos.

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