martes, 6 de octubre de 2009

Juanito (post mórtem)

Guillermo Sheridan
El Universal/6 de octubre de 2009

Juanito quiso conservar para sí la jefatura de la delegación Iztapalapa y lo proclamó a diestra y siniestra, para zozobra de la patria, vergüenza de su partido y bochorno del Compañero AMLO, quien detenta la patente del invento.
Como se recordará, el Compañero ungió a Juanito sin saber siquiera su nombre durante una asamblea tórrida, de esas que inflaman vigorosamente su espíritu democrático, ante las que suele concluir que “la gente” y él son una y la misma cosa; que la multitud es, si acaso, su propia voluntad multiplicada.
Ya se ha hablado hasta el hartazgo de la forma en que el poder sedujo el alma voluble del pequeño gólem. La lisonja y la fama, así como una premonición de jacuzzis, edecanes y chequeras, derrotaron su amor a la causa revolucionaria, pues le revelaron una causa superior: él mismo. Aún así, la puntillo sa izquierda no lo acusó a él de venderse, sino al “poder” de haberlo comprado. Porque, claro, se suponía que Juanito era “la gente” y, por tanto, incapaz de traicionar por interés personal. Al nombrar a Juanito garante de “la gente”, el compañero AMLO —tan afecto a la simpleza— no presintió que esa alma simple adquiriría los vicios que, en la imaginación de AMLO, ni el pueblo ni él padecen.
Juanito advirtió que si antes abominaba del poder no era por juzgarlo repugnante en sí, sino porque no lo había ejercido. Apenas lo hizo, pasó de representar a “la gente” a encarnar lo peor de la gente. También entendió que abominar del poder es la forma más redituable, en México, de ejercer el poder. Como el de su fabricante AMLO, el poder de Juanito estaba condenado a actuar en sí mismo, como virtud, lo que en todos los demás es un defecto. Y de ahí no pasó esta rana que, como en la fábula de Esopo, ansió ser tan grande como el buey…
Había 4 mil millones de razones anuales para obligar a Juanito a entrar en razón. Una vez que entendió que nunca podría gobernar, se despidió de su trono de hojalata con una rabieta melodramática, aunque preservó la serenidad para “colocar” a la porción de “la gente” cercana a sus afectos. Por lo que a él respecta, le vaticino una carrera promisoria en algún programa televisivo de albures y tetonas. Experiencia de patiño, tiene.
Su renuncia fue lamentable para los espectadores del sainete: Juanito delegado hubiera sido la parodia de AMLITO Presidente. Ignoro si sea una bendición para “la gente”, que deberá cambiar a un hombre que encarnó sus apetitos y sueños más vulgares por una señora que además de ostentarlos, finge no tenerlos.
Pobre Juanito. Consiguió el sueño mexicano de vivir rodeado de guaruras, no por tener el poder, sino para que lo empujaran a la puerta trasera. Como Calígula a su caballo, el camarada AMLO hizo cónsul a Juanito a nombre de “la gente”. A nombre de “la gente”, Juanito puso de cabeza unos días a los administradores de “la gente”. A nombre de “la gente”, AMLO y Ebrard y sus partidos lo metieron en cintura. “La gente”, que veía en Juanito a la encarnación de sus propios sueños, le suplicaba que no renunciase, que fuera su dictador, que enseñara quién manda. En suma, que demostrase en los hechos que sí, que es posible distanciarse, para siempre, de “la gente”.

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