domingo, 4 de octubre de 2009

La felicidad como meta

Julio Faesler
Excélsior/3 de octubre de 2009

México se encuentra en el predicamento de afrontar la profunda brecha que existe entre las clases privilegiadas y las más pobres. Siempre ha existido el contraste entre los que todo tienen y los que apenas pueden sobrevivir. Pero el fenómeno es más repugnante porque revela cuán débiles son los programas de combate a la pobreza que los gobiernos de todo el mundo han puesto en marcha. Las heroicas luchas de liberación política y los subsecuentes esquemas económicos de producción y distribución no han llevado a los niveles de bienestar general. El drama se agiganta con el crecimiento demográfico. A principios del siglo XX la población mundial alcanzaba mil 800 millones. Un siglo después, es 6,700 millones. En ese lapso, México creció casi diez veces de 13.6 millones a 111 millones. La proporción de pobres puede haber decrecido pero no su número. El secretario de Desarrollo Social afirma que 50 millones de mexicanos no tienen ingresos suficientes para procurarse alimento, vestido y vivienda. La décima parte inferior de la población sólo recibe el 1.1% mientras que la décima superior recibe el 40%. El índice de Desarrollo Humano del PNUD, compara niveles de vida en diversos países en términos de esperanza de vida saludable, educación y dignidad. Hay encuestas para conocer factores no estrictamente macroeconómicos, los de la calidad de vida. Aunque los países más ricos proporcionan a sus habitantes mejores niveles, esos índices no acaban de responder a la pregunta de si una población está satisfecha y cree poder realizar sus metas personales, familiares o de grupo. Lo que se quiere saber es si una comunidad considera que sus circunstancias son aceptables y si tienen perspectivas de mejorarlas. El índice de la felicidad gana terreno en los últimos años, pero ya en 1776 la Declaración de Independencia de EU menciona como inalienables el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. En 1972 Jigme Singye Wangchuck, rey de Bután, anunció como objetivo alcanzar la Felicidad Nacional Neta, llamado de atención a los gobernantes y economistas para redefinir sus metas en conformidad con la procuración de la felicidad, última finalidad del Estado. Basado en las recomendaciones de un comité coordinado por los Premios Nobel Amartya Sen y Joseph Stiglitz, el presidente Sarkozy de Francia plantea que para evaluar el grado de felicidad y verdadero desarrollo de la comunidad hay que apartarse de la obsesión del PIB, limitado a elementos meramente estadísticos y de mercado. Estas consideraciones podrían parecer inoportunas cuando nuestras preocupaciones inmediatas son reducir la pobreza mexicana. La discusión del presupuesto que se libra en el Congreso se centra en determinar los impuestos suficientes para respaldar las partidas destinadas a los gastos sociales programados de salud, educación, capacitación, expansión de infraestructuras, además de apoyos eficaces para inducir la creación del más de millón de empleos anuales que se requieren. En esa urgencia no pueden ignorarse las metas que inspiran al buen gobierno. La felicidad individual y el bienestar general no sólo dependen de la búsqueda personal, se relacionan con un esfuerzo social y político concertado y participativo. Hay que emprender el proceso desde las comunidades locales y desde ellas progresar a escala nacional. Es ésta la interminable labor que comparten individuos, grupos y autoridades a todo nivel.
juliofelipefaesler@yahoo.com

No hay comentarios: