viernes, 20 de marzo de 2009

El FMLN: dos victorias y un enigma

A quienes dieron su vida en la guerra.
A Mauricio Funes, Presidente Electo de El Salvador.


Epigmenio Carlos Ibarra
Milenio/20 de marzo de 2009

Ahí donde nadie pensaba que una guerrilla podría siquiera subsistir porque es, con apenas 22 mil kilómetros cuadrados, el país más pequeño y más densamente poblado de América y no tiene ni selvas, ni montañas. Ahí donde los norteamericanos lo intentaron todo –salvo la intervención directa y masiva de sus tropas– y apoyaron con pertrechos, armas y billones de dólares al ejército gubernamental durante doce largos años de guerra. Ahí donde se desplegó la más sofisticada estrategia contrainsurgente para derrotar a la guerrilla; donde la violencia no conoció límite ni tampoco la audacia y los ardides. Ahí donde se articuló, en las postrimerías de la guerra fría, además y como nunca se había logrado antes en la historia de nuestro continente, la acción militar continua y la voluntad más tenaz de negociación. Ahí donde se produjo un proceso de paz –joya de la corona de la ONU– que, gracias al equilibrio de los miedos, a la sensatez de quienes no escatimaron nunca sacrificios ni esfuerzos en el terreno de combate, no se ha roto jamás. Ahí, digo, 18 años después de que los Acuerdos de Paz entre el gobierno y la guerrilla se firmaran, han conquistado finalmente Mauricio Funes y el FMLN la Presidencia de la República. La guerrilla será por fin gobierno, en todo el país, y habrá de serlo no por la fuerza de las balas sino por la fuerza de los votos.
Se acredita así el FMLN y con él muchos ciudadanos sin partido una segunda y merecida victoria. Logró la ex guerrilla la primera en los campos de batalla; combatiendo en ellos sin descanso conquistó un lugar en la mesa de negociación y supo poner sobre ella –para eso sirvió la sangre derramada– su parte en la construcción de la democracia en El Salvador. No fueron los guerrilleros salvadoreños de aquellos luchadores dogmáticos que imponen su voluntad a sangre y fuego y persiguen a toda costa, sin importar la cantidad de muertos, el poder. Tampoco fueron de aquellos otros que se quiebran y terminan vendiéndose al mejor postor. Dieron contenido real a la negociación político-diplomática, le confirieron al proceso de diálogo su sentido más digno. Como sus enemigos, en el ejército y la derecha, supieron ganar y supieron perder; pusieron, en todo caso y sobre sus convicciones ideológicas, al país en primer plano.
Decidieron así poner en juego su destino en las urnas, lo hicieron sólo después de que, con las armas en la mano lograron hacer valer, en un país donde pensar distinto equivalía a una condena de muerte, los derechos de participación política de cualquier ciudadano. Apostaron por la democracia y tuvieron que esperar, que ganarse su oportunidad.
Casi 20 años les costó lograrlo. En el camino muchos de los que construyeron la victoria en el terreno de combate y en la mesa de negociación salieron del FMLN. A ellos también pertenece esta nueva victoria. El dogmatismo del que la guerrilla supo despojarse en la guerra y que a la postre la condujo a vencer (porque así se ganan hoy las guerras) amenazó con convertirla ya en tiempos de paz en una fuerza de choque que parecía, por momentos, apostar de nuevo a la ruptura del equilibrio democrático. Lo que Shafick Handal, caudillo del Partido Comunista Salvadoreño –el que más tarde y con menos peso se incorporó a la lucha armada– no pudo lograr al frente del partido primero y luego como candidato de éste a la presidencia lo logra ahora un periodista: Mauricio Funes que no combatió en la guerra y que, sin embrago, encarna para millones de salvadoreños los ideales por los que se combatió durante tantos años.
Liberado, a juzgar por sus primeras declaraciones y la profesión de fe democrática que de ellas se desprende, de esa combinación letal entre vocación de martirio, apego al dogma marxista e instinto de lucha callejera, que suele convertir a quienes militan en la izquierda latinoamericana en profesionales de la derrota o en devotos apasionados por el poder (como Ortega y Chávez) Funes puede no sólo concretar los anhelos de justicia, paz y libertad de millones de salvadoreños sino, además, convertirse y convertir a su gobierno en un verdadero ariete para la transformación democrática, desde una nueva perspectiva de izquierda, de nuestros países.
¿Podrá Funes lograrlo? ¿Sabrá sortear las trampas de la fe? ¿Convertir de nuevo al FMLN –como en los tiempos de guerra– en una fuerza audaz, versátil, flexible, incluyente? Ese es el enigma que acompaña las dos victorias; la de la guerra y la de los votos. Yo que tuve el privilegio de vivir ese proceso, que aprendí a amar y a respetar a ese sufrido pueblo “cuyos lamentos se alzan hasta el cielo”, diría Monseñor Oscar Arnulfo Romero, confío que Mauricio Funes tendrá la sensibilidad y la inteligencia para lograrlo.
El Salvador ha demostrado que no necesita que nadie le muestre el camino.
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