miércoles, 11 de marzo de 2009

¿Y qué esperaban?

Raúl Cremoux
El Universal/11 de marzo de 2009

Nuestra clase política da una muestra más de lo encerrada que se encuentra. La invitación al presidente Nicolas Sarkozy, pospuesta desde el año pasado, carecía de información. Ni en Relaciones Exteriores ni en Los Pinos sabían quién es el mandatario galo.
Aparentemente nadie en el gobierno calderonista conocía los rasgos sustantivos del político francés que, quizá como ningún otro, tiene un marcado perfil de polemista.
Tenía sólo 22 años cuando se lanzó a la candidatura como alcalde de la ciudad de Neully-sur-Seine. Tal gesto levantó desde entonces una polvareda en el que fuera su partido, Rassemblement pour la Republique (RPR). Más tarde pasó a la Union pour un Mouvement Populaire (UMP), de la que fue presidente.
Sarkozy es un hombre que no ha perdido oportunidad para decir que su difícil infancia modeló su carácter para atacar de frente todos los problemas y, con ello, caracterizarlo como un hombre decidido a conseguir lo que se propone.
Este ha sido su sello. Como ministro de Finanzas y portavoz del primer ministro Edouard Balladur, decidió apoyarlo a la Presidencia de Francia, incluso sobre la voluntad de Jaques Chirac. Esta gesta no fue sencilla, estuvo plagada de obstáculos, a los que Sarkozy le puso un énfasis fuera de lo común. Fue una etapa en que se dio a conocer no sólo en toda Francia, sino que repercutió entre muchos de sus colegas europeos.
Aún más, a pesar del ánimo del presidente Chirac, cuando éste se reeligió para un segundo periodo, se vio obligado a nombrarlo en el cargo más difícil de ese momento en que Francia parecía convulsa con problemas raciales y migratorios: fue enviado al Ministerio del Interior. Ahí realizó tareas controvertidas que le ganaron respeto, admiración por un lado, y severas críticas por parte de un sector importante. No solamente salió airoso sino que fue enviado, en momentos decisivos para los problemas financieros de Francia, al Ministerio de Economía, Finanzas e Industria.
En 2005, bajo su principal oponente, Dominique de Villepin, y favorito de Chirac para sucederlo, Sarkozy se volvió a imponer para alcanzar la candidatura a la Presidencia.
¿No sabían de su tesón, intensidad y energía en Los Pinos? Era de esperarse que no habría ninguna recomendación para que se abstuviera en el Senado de hablar de lo que quisiera, más si se trataba de un asunto que le daría puntos de popularidad y aceptación en Francia: el asunto Florence Cassez.
Quizá nadie en Relaciones Exteriores se enteró de su extraordinario discurso el 24 de septiembre pasado en Toulon, cuando arremetió contra la élite financiera de Wall Street previendo la depresión que hoy padece el planeta.
¿Qué esperaban de un hombre que ha presidido la Unión Europea y al mismo tiempo se da tiempo para hacer reformas sobre la semana laboral, eliminación de trabas a la actividad empresarial, normas para asegurar la escuela y el transporte durante las huelgas y luchar por repatriar a condenados a prisión o a muerte en Indonesia, República Dominicana, Chad, Turquía y Lituania?
¿Acaso alguien creyó que no aprovecharía la oportunidad de pedir a nuestro país que sea una gran democracia, que envíe al mundo soldados en misiones de paz y que la señora Cassez regrese a Francia? ¿Alguien pensó que Nicolas Sarkozy seguiría las normas y la conducta de la clase política mexicana? ¡Ah, la ignorancia!
cremouxra@hotmail.com
Escritor y periodista

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