miércoles, 4 de marzo de 2009

Internet y la silla

Javier Aranda Luna
La Jornada/4 de marzo de 2009

¿La Internet nos hará libres? ¿Como a los disidentes políticos chinos delatados por Yahoo?
Cada vez escucho y leo con mayor frecuencia sobre las bondades de la Internet en nuestras vidas. Y aunque las disfruto, cada vez más me surgen nuevas dudas. No porque dude de los beneficios de acceder a enciclopedias especializadas, a la Biblioteca del Congreso estadunidense, a la Sorbona o poder consultar The New York Times.
Es magnífico tener a mano esos recursos, pero no creo que la mayoría de los usuarios de la web acuda a esos sitios para tomar decisiones y modificar su pequeño o gran entorno. No sueño en que la información disponible nos lleve a tomar alguna otra Bastilla, pero sí me llama la atención que medios más rudimentarios, como las hojas volantes mimeografiadas en 1968 en México, París o Praga, hayan movido más las cosas que la Internet ahora.
¿Será que estamos mejor que hace 40 años? Sí, sin duda, pero tampoco vivimos en el paraíso si nos atenemos a las primeras páginas de los diarios. Además no vislumbro cambios cualitativos en el uso de la información: pese a las denuncias sobre transas y corruptelas de nuestros políticos, por ejemplo, seguimos votando, literalmente, por el más guapo.
El triunfo de Obama parece refrendar la creencia sobre las bondades democráticas de la Internet, sobre su construcción comunitaria, horizontal, interactiva. Pero no es improbable que el medio, la Internet, sólo haya funcionado porque Obama tenía un proyecto convincente y bien estructurado y una crisis financiera que ya golpeaba despiadadamente al electorado estadunidense. Dudo que otro fenómeno como el triunfo de Obama pueda repetirse usando sólo la web.
El acceso a la información es un derecho y la Internet un poderoso medio que nos la facilita. El desaparecido Jesús Reyes Heroles, cuando fue secretario de Gobernación, dijo una frase de hierro: que a mayor número de periódicos, los periódicos importan menos. ¿Eso ocurre con la información de la web?
Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, la quinta parte de los mexicanos usamos Internet y parece que no sabemos qué hacer con esos datos. Nuestras redes sociales son mínimas y sólo surgen en situaciones de emergencia, como cuando el temblor de 1985. ¿De qué nos sirve tener más información que un sabio del Renacimiento?
Es terrible pensar que tal vez usamos la Internet sólo para bajar pornografía, juegos, películas y canciones que serán polvo en unos años.
Recientemente escuché que otra de las bondades de la web es fomentar la lectura, que existen miles de libros on line y que prácticamente cualquiera puede consultarlos, al grado de que ven en esa posibilidad casi una política educativa. ¿Será? ¿En esa gran biblioteca virtual se encuentran los autores que debemos leer? ¿Y si no, y si encontramos básicamente autores de coyuntura y bestsellers?
Una mínima exploración en la red puede mostrar a cualquier lector medio, formado a la antigüita, que en las listas que ofrecen los buscadores como Google o Yahoo ni están todos los que son ni son todos los que están. Me encontré en una lista de escritores básicos mexicanos autores que no sé cómo llegaron y otros como Sor Juana Inés de la Cruz y Xavier Villaurrutia que sólo aparecen porque son el nombre de un premio que ganó fulano o mengano. ¿Qué nos garantiza la objetividad de la información en la web? El referente más serio como obra de consulta es la famosa Wikipedia, pero sus imprecisiones y falsedades a menudo erizan la piel.
Existen libros en la web a los que se les han incorporado juegos para interactuar con los jóvenes y obligarlos a leer. Para seguir jugando, los internautas deben contestar algunas preguntas cuyas respuestas se encuentran en las páginas del ebook, como les llaman a los libros digitales. Pero este buen propósito ha sido un fracaso, pues la mayoría de los jóvenes que quieren jugar sólo localizan con su buscador las palabras claves para copiar las respuestas y continuar su juego. Hay lectores cuyos plumajes cruzan ríos de tinta o caracteres digitales sin mancharse. Su plumaje es de ésos y muy similar al de los estudiantes que, para hacer una tarea, entran a la web buscando un tema, seleccionan tres párrafos, los cortan y los pegan en la hoja que habrán de imprimir para cumplir con su investigación sin haber leído, claro, salvo el título de la página a la que accedieron.
La Internet llegó a revolucionar el mundo, pero tal vez no como lo imaginamos. Cada vez estamos más conectados por la web y cada día vivimos más aislados, comunicándonos con una especie de ciberlenguaje tartamudo. Hasta ahora, por lo demás, sigo dudando de su efectividad como instrumento promotor de la lectura, básicamente por el lenguaje fragmentario que ha impulsado, por la incomodidad de leer en pantalla un libro, por lo caro que resultaría imprimirlo si lo comparamos con su semejante que se vende en una librería y porque resulta más práctico cargar con un volumen de papel que con una laptop más susceptible al agua, al sol, a las caídas involuntarias que un libro común que no necesita alimentación eléctrica. Un libro es como el café con leche o la silla: la fórmula perfecta a la que sólo podemos ponerle más o menos azúcar, una pata más o una menos, pero sólo eso.

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