lunes, 20 de julio de 2009

Crónicas lunares

Rodolfo Neri Vela
El Universal/20 de julio de 2009

Hoy es lunes, día consagrado a la Luna, eterna compañera de la Tierra. Bueno, no siempre lo ha sido, ya que la teoría más aceptada por los astrónomos es que cuando la Tierra era un planeta bebé con sólo 50 millones de años de edad, un cuerpo celeste de tamaño respetable chocó contra ella; se desprendió una buena cantidad de materia que quedó en órbita y al fusionarse se formó la Luna. Esto ocurrió hace aproximadamente 4 mil 500 millones de años. Nuestra luna no es la más grande del Sistema Solar; la sobrepasan en diámetro las lunas jovianas Ganímedes, Calisto e Ío, así como la luna Titán de Saturno. Pero sí es la más grande si se le compara relativamente con el tamaño del planeta que orbita.
Desde tiempos inmemoriales, la Luna siempre ha sido objeto de veneración. ¿Qué hombre prehistórico no se habrá maravillado al ver en la noche ese hermoso disco luminoso que, caprichosamente, cambiaba de forma a través de las noches siguientes hasta desaparecer por completo? luna llena, cuarto menguante, luna nueva, cuarto creciente,… y otra vez el mismo ciclo, miles y millones de veces hasta la eternidad. Los griegos pensaban que ahí vivía la diosa Selene, hija de dos titanes, con su siempre joven, apuesto y dispuesto amante. Se la pasaba tan bien que llegó a tener 50 hijos. Tal vez por eso se asoció siempre a la Luna con el romanticismo, hasta nuestros días, cuando las parejas se aman bajo la dulce luz lunar y se planea con sumo cuidado la ansiada “luna de miel”.
Galileo y Julio Verne fueron dos personajes clave en incrementar la curiosidad de la humanidad para saber más y más sobre la Luna. El sueño de visitarla siempre ha estado presente. Inclusive, muchos imaginaron que estaba habitada y que esas manchas o llanuras oscuras sobre su superficie eran inmensos mares. De allí que fueron bautizados precisamente así: Mar de la Tranquilidad, Mar de la Serenidad, Mar de la Fecundidad…. Hoy sabemos que esos “mares” no son otra cosa más que enormes cuencas cubiertas de lava, que no contienen agua y que tampoco hay vida. La Luna no tiene atmósfera; por lo tanto, no hay ni aire ni viento, ni presión. El vacío sobre la superficie lunar es idéntico al vacío que hay afuera de una nave espacial que orbita la Tierra. Por eso, los astronautas necesitan utilizar un traje presurizado tanto cuando caminan sobre la Luna como cuando realizan una “caminata espacial”; no hay que confundir, porque esta última se refiere a que salen de su nave cuando están flotando en órbita alrededor de la Tierra.
Al no haber atmósfera, los días son abrasadores (120°C) y las noches gélidas (-150°C) en tierra selenita. A temperaturas similares se ve expuesto un astronauta que “camina” afuera de un orbitador, según si está del lado iluminado de la Tierra o en la cara oscura. Esto nos lleva a pensar: ¿Qué diferencia hay entre un viaje orbital terrestre y un viaje a la Luna? Fundamentalmente, dos cosas. La primera es la distancia, pues mientras una nave o estación orbital sólo sube a unos 400 km sobre el nivel del mar, la cápsula que viaja a la Luna recorre más de 350 mil km adicionales, en promedio, suponiendo una trayectoria en línea recta. ¡Claro que hay una buena diferencia! La otra, sin tomar en cuenta la complejidad de los aparatos correspondientes, es que los astronautas que visitan la Luna pueden caminar sobre ella y además ven la Tierra completita como una canica azul, mientras que los que orbitan la Tierra permanecen en suspensión, flotando como globos humanos. Sea como sea, ambos viajes son extraordinarios. Muchas felicidades a Neil, Edwin y Michael por los 40 años de su histórica misión lunar.
acuario1952@prodigy.net.mx

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