martes, 7 de julio de 2009

Estampas de Hermosillo

León Krauze
Milenio/7 de julio de 2009

Sábado, 6 de la tarde.
Treinta mil personas caminan por las calles de Hermosillo. Acompañan a los padres de los niños fallecidos, casi un mes antes, en la guardería ABC. Al frente de la manifestación silenciosa avanzan, con aplomo y solemnidad, los familiares. Todos cargan pancartas conmovedoras y fotografías de sus hijos. Julio César, papá de Yeyé. Abraham, padre de Emilia. El único sonido que guía la marcha es el retumbar de los tambores que, cada veinte segundos, animan al contingente a seguir adelante. “Qué harás allá arriba, siendo tan pequeña”, dice una las mantas. “Ángeles en espera de justicia”, dice otra. De pronto, una mujer enciende su teléfono celular y oprime una tecla. Del minúsculo aparato surge la voz de un niño que canta una melodía a todo pulmón; la única manera en que saben cantar los niños. Es el último recuerdo de su hijo, este cantar de “pinpón que es un muñeco” guardado en un teléfono. La mujer repite la canción una y otra vez. A cada esquina se suma un nuevo grupo de dolientes. Es la primera vez, me dicen, que la sociedad civil de Hermosillo sale a las calles así. El único precedente una marcha hace años de un grupo de madres de familia que salieron a dar cacerolazos. Eran, cuando mucho, 500. Hoy, en las calles de Hermosillo, hay 30 mil personas. El equivalente de una manifestación de medio millón de capitalinos en las calles del Distrito Federal. Diego Osorno, amigo y colega de MILENIO, me hace notar un elemento que sirve de contraste durante todo el trayecto: ahí, de los postes de luz, cuelgan los pendones con los rostros de los políticos. Todos les sonríen a los manifestantes. El dolor contra la sonrisa; la condición humana frente a la simulación.
Domingo, 6 de la tarde.
El equipo de campaña de Alfonso Elías Serrano, el candidato priista a la gubernatura de Sonora, está seguro de haber triunfado en las elecciones. Uno de los asesores de comunicación de Elías me explica que la campaña logró reponerse al “manejo que hicieron los medios de lo de la guardería”. Para él, todo ha sido una conspiración: la marcha, las lágrimas, la cobertura de los medios, mi propia presencia en Hermosillo, supongo. Hay, me dice, un periódico en Hermosillo que, enseñando el cobre panista, osó publicar una doble página cubriendo la manifestación de los padres de la ABC. “A todo eso nos repusimos”, asegura. Minutos después, el candidato sube al escenario donde, durante una hora, ha estado cantando una banda sonorense. El animador del evento trata de animar a la gente. “¡Sube, Sonora, sube!”, grita y grita. Elías Serrano toma el micrófono. Lo rodean sus tres hijos adolescentes y su esposa. Y habla —o trata de hablar, porque no nació para orador— durante no más de diez minutos. Mientras lo escucho, espero la mención de los niños fallecidos. Aunque aún no sea seguro el triunfo de este hombre, pienso, alguna referencia hará a lo ocurrido justo un mes antes. Aunque sólo sea por respetar la fecha, supongo. Aunque sólo sea por un mero gesto político, asumo. Pero me equivoco. A Elías Serrano, el candidato del gobernador Eduardo Bours, no le pasa por la cabeza dirigirse a los padres ni recordar a los 48 niños quemados y asfixiados a 20 cuadras del lugar de la celebración electoral. Elías Serrano termina de hablar y los fuegos artificiales revientan a un lado del escenario. Luego los papelitos de color rojo. El candidato baja del templete y desaparece dentro de su casa de campaña.
Lunes, 9 de la mañana.
Con 90% del PREP ya contabilizado, Guillermo Padrés, el candidato panista, parece ser el nuevo gobernador de Sonora.
El 5 de julio, Sonora votó indignada. Y, al hacerlo, reivindicó la democracia. Los padres de los niños fallecidos persiguen dos objetivos: justicia para sus hijos y prevención para los de otros. La implacable rendición de cuentas en Sonora fue un primer paso —siempre el más importante— hacia ese “nunca más”.

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