miércoles, 1 de julio de 2009

La política en ciencia y en innovación, zona de desastre

Octavio Paredes* y Rafael Loyola Díaz**
La Crónica de Hoy/1 de julio de 2009

Entender el papel de la ciencia y la tecnología actuales es fundamental para la comprensión de nuestros valores y de nuestra propia cultura. Los científicos líderes a lo largo del tiempo se han percatado de que su actividad es un campo de la cultura. De generación en generación, la sociedad ha ido aportando conocimientos y, de pronto, una persona (y, más bien, en la actualidad cada vez más son equipos de investigadores) hace la integración de esos saberes con algunas aportaciones adicionales significativas; de esta manera se ha generado la mayor parte de los grandes avances del conocimiento.

En un breve repaso de los siglos recientes encontramos que Francia lideró el mundo de la ciencia de 1735 hasta 1840. Esta fue la época de Antoine Lavoisier, Pierre-Simon Laplace y Claude Berthellot, con avances notables en física, matemáticas, fisiología y medicina. Un sistema centralizado en educación y una economía robusta ayudaron al despegue; después, la rigidez de los mecanismos propició su declive. A partir de la mitad del siglo XIX y hasta los inicios del siglo XX Alemania resurge con el establecimiento de universidades orientadas a la investigación y de numerosos institutos como los Max Planck actuales; florecieron industrias farmacéuticas y para vacunas y colorantes; en los primeros 11 años de los premios Nobel que se empezaron a otorgar en los inicios del siglo XX los científicos alemanas acapararon esta distinción, recibiendo 13 de estos reconocimientos.

Desde la mitad del siglo pasado y hasta la actualidad, en algunos campos Inglaterra tomó el liderazgo con sus eminentes físicos, biólogos y químicos, y sus universidades de excelencia como Cambridge y Oxford, liderazgo que ha sido retomado por los EU con una fuerza inigualable, como lo muestra la clasificación en la cual cerca de una veintena de las mejores universidades del mundo están en ese país y muchas de las restantes están altamente calificadas, y los premiados con el Nobel hacen gala en calidad y en número. Los EU publican más del 30 por ciento del total mundial de artículos científicos y más de la mitad del uno por ciento más citado. Su dominio también se expresa en el número de patentes que registran año con año. No sin falta de razón, se dice que fue Hitler una figura central para el despegue acelerado de la innovación científica y tecnológica (ICyT) del vecino país debido a la incorporación de eminentes académicos alemanes.

En los países líderes y en los emergentes del siglo XXI el ciudadano vive con una fuerte presencia de la ciencia, si bien en algunos de ellos el pensamiento religioso crea obstáculos y provoca relocalizaciones de polos de conocimiento, mientras que en otros de tradición islámica se concentra en los círculos de poder con fines militares y el resto de la población participa muy poco; no obstante, en el nuevo milenio la ciencia se ha afirmado como un factor estratégico para la competitividad, innovar en un sentido amplio y enfrentar los dilemas del nuevo siglo.

En este entorno, China le muestra al mundo que es posible cambiar el subdesarrollo en ICyT en menos de dos décadas, y que la gigantesca voluntad de apoyarse en sus jóvenes y en la experiencia de sus líderes científicos es más productiva y ejemplar que las promesas recurrentes y vacías, pero simultáneamente llenas de tintes moralistas y hasta religiosos, de los funcionarios mexicanos que en los años recientes tienen en sus manos la política científica y de desarrollo tecnológico. Tal parecería que al final, y luego de algunos plausibles esfuerzos de los años 90, está en camino de imponerse en México al interés mayúsculo y hasta vital de la ciencia, de la innovación y de las humanidades, el desgano, la improvisación y los padrinazgos políticos; para la dirección de los organismos que tienen que ver con la ICyT y hasta para la educación pública se prefieren perfiles en los que predominan y dominan los antecedentes políticos y la capacidad de haber conseguido votos en las elecciones previas sobre aquellos que muestran credenciales que atestiguan liderazgos científicos y educativos. Todo ello en un franco contraste con los funcionarios seleccionados para estos menesteres por el presidente Obama en los EU, incluyendo un Premio Nobel para los asuntos de energía.

Otro aspecto que China está cubriendo con intensidad es el envío de miles de estudiantes para entrenamiento doctoral y posdoctoral en los grupos de ICyT más avanzados del mundo; se estima que en estos niveles hay cerca de 70 mil jóvenes chinos en los EU, mientras que México apenas llega a algunos centenares de estudiantes con financiamiento público, y son cerca de 15 mil el total de estudiantes en todos los niveles (educación elemental hasta postgrado) financiados por sus familias y otras fuentes. Adicionalmente, China está reclutando en el orbe a todos los recursos humanos valiosos con ese origen para insertarlos en sus universidades y centros para la creatividad públicos y privados; en contraste con ello, la inmensa mayoría de nuestros jóvenes científicos no encuentran los lugares adecuados con base en el entrenamiento recibido y consecuentemente buscan oportunidades en el extranjero o se dedican a otras actividades; es decir, sufrimos la fuga externa e interna de nuestros cerebros con alto entrenamiento.

Otro de los indicadores en relación a la ICyT de este país lo representa el Programa Especial de Ciencia y Tecnología (PECYT) para el sexenio 2006-2012 aprobado a fines del 2008. En los círculos académicos se comenta que la aprobación tardía de este documento refleja el escaso interés del gobierno federal en la generación endógena de conocimientos y en la innovación. Aunque el programa asume y se manifiesta por otorgar un carácter estratégico a la ICyT, favorecer la apropiación social del conocimiento e innovación, alcanzar el financiamiento necesario, formar recursos humanos de alta calidad y disponer de una normatividad de vanguardia, no especifica cómo se alcanzarán estas metas ni los propósitos corresponden con sus verdaderos objetivos. El nuevo PECYT sólo apuesta al desarrollo tecnológico y a la innovación con un restringido sentido utilitario del conocimiento. El documento resalta el rezago en inversión en ICyT, lo cual se hace más evidente en virtud de que por su tamaño la de México es la treceava economía del mundo, la limitada participación de la IP en inversión en IcyT, el acentuado atraso en inversión en infraestructura, un déficit en la formación de doctores y especialistas para la ICyT y falta de plazas correspondientes, estancamiento en la generación de patentes, retroceso en la competitividad del país y un número reducido de empresas en las que se cuente con infraestructura para la innovación.

Todas las debilidades y limitantes previas se han ratificado e incluso ampliado en el reciente reporte de la OCDE del año en curso. Aquí se señala que México destina solamente el 0.4 por ciento (el valor real es del 0.33 por ciento) del PIB a la IcyT, un nada glorioso y también último lugar en personal ocupado en ICyT en comparación a los miembros de esta organización y una posición adicional en el sótano en el registro de patentes, entre otros factores que nos habrán de mantener en el subdesarrollo de seguir con estas tendencias. Las limitantes estructurales de la ciencia mexicana quedaron en evidencia ante la sociedad mexicana en la reciente epidemia de influenza. El aislamiento y secuenciación del genoma del virus involucran ciencia de cierta complejidad, pero asequible a algunos grupos científicos nacionales; sin embargo, las autoridades de salud decidieron enviar las muestras para su identificación y secuenciación a los EU y Canadá y no a uno de nuestros selectos laboratorios; el trabajo se podría haber hecho en el país bajo el liderazgo de nuestros científicos y haberse acelerado y pulido con la colaboración dinámica de los colegas estadunidenses y canadienses; todo ello habría acrecentado nuestra experiencia en el tema y hasta nuestra propia autoestima.

Actualmente se está modificando, y parece que para mejorarse, la Ley de Ciencia y Tecnología; esfuerzos plausibles, por cierto. Sin embargo, se requieren de medidas adicionales para tomar el camino que conduzca a la creatividad.

No es tan tarde para insistir que el futuro de México tiene como base necesariamente una educación de calidad en todos los niveles, terreno en el que también hemos reprobado internacionalmente y que con frecuencia queremos dejar de lado ante nuestros “acuerdos” educativos, y un eficiente y dinámico sistema de ICyT para crear riqueza y bienestar para nuestra sociedad. ¿Existirá la voluntad política para ello?

*Octavio Paredes López es investigador del Cinvestav-IPN Irapuato, miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM y del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC)
**Rafael Loyola Díaz es investigador del Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM

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