domingo, 5 de julio de 2009

Pura palabrería

Román Revueltas Retes
Milenio/5 de julio de 2009

La esencia de estas elecciones ha sido el rechazo de estas elecciones. Nos son tan ajenas, a los ciudadanos disconformes y cabreados de este país, que muchos de nosotros vamos a personarnos en las casillas de votación simplemente para dejar constancia de que seguimos estando ahí, dispuestos a ejercer un derecho fundamental, pero que no jugamos el juego de los partidos.
Una y otra vez, el sentido común de los ciudadanos de a pie se estrella contra el infranqueable muro de la estulticia pública: vivimos en un espacio de permanente irracionalidad avalada por los mezquinos intereses de la política. En este sentido, la campaña electoral ha servido para exhibir, en toda su dimensión, la escandalosa pobreza de propuestas y proyectos de los candidatos. Compruébenlo ustedes mismos, lectores: con una pavorosa crisis económica encima, los aspirantes no han ofrecido receta alguna para solucionarla. Podrían estar sacándose los ojos con el tema de la recaudación fiscal o arañándose con el asunto del IVA a los alimentos y medicinas o apuñalándose sobre la cuestión de acabar con los monopolios. No. Nada de esto ha ocurrido. La crisis, por lo que parece, les resulta tan invisible como la epidemia del virus H1N1 a doña Kirchner y su marido: la han ocultado pudibundamente en espera de que los resultados electorales, bien confirmados, les brinden un balón de oxígeno para, ahí sí, prometer, con la silla en el Congreso asegurada, “acciones” fatalmente acotadas por los dogmas de siempre. No se trata, desde luego, de intentar siquiera una simulación de cambio porque, como bien dice Jorge Castañeda, México es el “campeón absoluto de no hacer nada”. Pasan los años y se conforman sucesivas legislaturas en el Congreso sin que se tomen las más apremiantes medidas para detener el imparable declive de la nación en un entorno mundial de feroz competencia y desarrollo económico. ¿Brasil crece, capta inversión extranjera, fortalece el mercado interno y reduce sus niveles de pobreza? No nos quita el sueño. ¿Corea nos saca una inalcanzable delantera luego de haber estado por debajo de nosotros en los índices de desarrollo humano? No nos sirve de ejemplo. ¿España logra una transición democrática ejemplar a partir del entendimiento acordado entre los diferentes grupos políticos? Ellos son españoles y nosotros somos mexicanos: la confrontación, por lo visto, es un rasgo de nuestra personalidad —consustancial e irremediable— al que no podemos renunciar.
¿Y el debate? No ha habido. Sabemos, por pura costumbre y de manera muy vaga, que el PRI es un partido “nacionalista”, que el PAN es “de derechas” y que el PRD enarbola las causas del “pueblo”. Hasta ahí. Podemos distinguir, es verdad, entre los gruñidos de “Juanito” y las baladronadas de algún otro aspirante pero, fuera de un par de episodios protagonizados por el impresentable de turno, no hay siquiera elementos para consagrar a una especie de “candidato de candidatos” o a otro aventajado de la promoción. Naturalmente, no se trata de una elección presidencial donde destacan obligadamente los personajes pero, justamente, ahí donde es inevitable el anonimato de un pretendiente que desea ocupar uno de 500 escaños debería de sobresalir, muy contundentemente, la plataforma electoral de su partido y esto no lo vemos por ningún lado.
El único tema claramente identificable en la campaña es una propuesta imposible: la pena de muerte que promueven los avispados mercaderes del partido ecologista —el único en el mundo que planeta la eliminación pura y simple de los individuos de una especie— mientras que todos los demás sueltan una machacona andanada de eslóganes insulsos y promesas inverosímiles. ¿De dónde va el PRD a obtener los recursos para duplicar los presupuestos de los municipios? ¿De dónde va a salir la plata para tanta promesa y tanto “compromiso”? En cuanto al “bienestar”, el “empleo”, la “educación” y cualquier otro de esos logros tan deseables que nos ofrecen los partidos, nada de esto aparece en el horizonte por decreto, como bien lo saben Calderón y todos sus antecesores. Elecciones de pura palabrería en un país fatalmente estancado.

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