miércoles, 22 de julio de 2009

Sindicalismo y corrupción

Carlos Ornelas
Excelsior/22 de julio de 2009

En mi artículo de la semana pasada escribí que el SNTE es corrupto. Un lector, que se identifica como Pteodomiro, impugnó mi aseveración. Él precisa: “Como Sindicato el SNTE no es corrupto y en realidad ninguna agrupación sindical lo es. Puede haber dirigentes con actividades poco transparentes y nada equitativas” (puede consultarse en www.exonline.com.mx, 15/VII/09).
De acuerdo, tal vez usé en forma errónea el sujeto y el adjetivo. Pero no creo haberme equivocado en la esencia de la frase. Me refiero a la práctica sindical que se basa en relaciones clientelares y patrimonialistas, a las cuales escapan pocos de veras pocos de los miembros del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. La vida sindical es producto de normas reglamentarias y reglas del juego político que constituyen tipos particulares de actores dentro del sindicato; normas y reglas que dan sentido a sus acciones. Esos cánones y guías instituyen un modelo de racionalidad que incluye incentivos y sanciones en un esquema “cultural” concreto. Los líderes están en posibilidad de manipular para su provecho las normas y las reglas, mas esa “cultura” genera modelos de comportamiento que manifiesta la mayoría de los agremiados, muchas veces a pesar de ellos mismos.
Desde su fundación, el diseño institucional del SNTE (como designa una de mis estudiantes a su sistema normativo) asentó que la distribución del poder sindical recayera en un grupo reducido de dirigentes: el Comité Ejecutivo Nacional y, en particular, en su secretario general (hoy presidente, gracias a la reforma que la camarilla de Elba Esther Gordillo consumó en 2004). Este círculo compacto centraliza las funciones que significan poder: recibe las cuotas que el gobierno les retiene a los trabajadores, inviste la representación legal y política del magisterio (aunque muchos maestros no sean integrantes del sindicato), mediante la administración de las condiciones generales de trabajo; fija los tiempos y las condiciones para convocar a congresos y elecciones seccionales, y regentea los enormes recursos que los gobiernos federal y estatales le transfieren (miles de millones de pesos, nada más en fideicomisos).
Las reglas del juego político determinan el comportamiento de los agremiados, no las normas estatuidas. Esas reglas no están escritas, funcionan de acuerdo con la historia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, las rutinas y “ceremonias” establecidas y los incentivos que el liderazgo dispone para alcanzar ciertos propósitos. Por ejemplo, no hay un registro preciso de cuándo comenzó la venta y la herencia de plazas. Quizá ciertos caciques regionales primero lo toleraron y luego comenzaron a sacarle provecho. Las relaciones de cliente-patrón significan beneficios tangibles, económicos y políticos, para los dirigentes. Una vez que se aceptó, se hizo rutina, una forma cultural perversa. Ésta penetró toda la estructura sindical, del vértice a la base. Aun maestros honestos, con calificaciones sobresalientes y vocación de servicio, tuvieron que aceptar ese paradigma, de otra manera, serían sancionados. Acaso una buena maestra piense que ella no es corrupta, nada más quería ejercer la profesión y poner en práctica sus conocimientos pero, si no hubiera comprado la plaza, nunca lo hubiese podido hacer. Las reglas vigentes le forjaron un incentivo poderoso e incurrió en una conducta inmoral. No fue su culpa, su comportamiento sólo siguió el molde establecido, así evitó su exclusión. La acción de esa maestra, en consecuencia, fue racional, aunque falta de ética.
Cuando afirmo que las relaciones políticas en el SNTE son patrimonialistas, me refiero primero a las actividades de los líderes, que se toman al sindicato como de su propiedad, en especial Elba Esther Gordillo. Mas también incluyo a los maestros de base, quienes consideran que la plaza les pertenece a perpetuidad, ergo tienen “derecho” a heredarla a sus descendientes o a venderla con el fin de recuperar la inversión.
Esa cultura está arraigada en los hábitos del sindicato. A ella no escapan, al contrario, la celebran, los grupos radicales de Oaxaca, Michoacán, Guerrero y de otros lados donde los disidentes tienen influencia. Ellos van más allá: al oponerse al Concurso Nacional de Asignación de Plazas Docentes, quieren perpetuar las condiciones clientelares y patrimonialistas, aunque en su retórica utilicen la palabra democracia.
En el contexto mexicano, no nada más en el SNTE la corrupción es endémica a la cultura sindical. Sus líderes degradaron el sentido del sindicato: de órgano para la defensa legítima de los derechos de los trabajadores, pasó a ser heredad de caciques vivales. ¡Hasta a los yernos se beneficia!
Retazos
Agradezco la réplica de Pteodomiro, como la de todos mis corresponsales, pero estoy en desacuerdo con él. No nada más algunos dirigentes desarrollan actividades poco transparentes y nada equitativas; las prácticas sindicales corroen todo el cuerpo social del SNTE. La corrupción está en su médula. Y lástima que el gobierno (el Estado, en realidad) no sólo la tolere, sino que la estimule.
Carlos.Ornelas10@gmail.com

No hay comentarios: