miércoles, 1 de julio de 2009

Fin de cursos

Carlos Ornelas
Excélsior/1 de julio de 2009

Se acerca otro fin de cursos en las escuelas de educación básica. Recuerdo con nostalgia cómo mis compañeros y yo nos poníamos en un estado de excitación y temor (pavor cuando ya estaba en tercero de secundaria y tenía que lidiar con la trigonometría). Por un lado, esperaba con avidez la llegada de las vacaciones y dedicar más tiempo a los juegos con los amigos; pero, del otro, estaba nervioso, los exámenes siempre eran difíciles, más los de secundaria, muchos de ellos orales, públicos e individuales. Los alumnos sobresalientes, de acuerdo con las normas de aquellos años, eran quienes memorizaban mejor datos y fechas, pero los docentes también trabajaban para que desarrolláramos habilidades con miras a resolver problemas, sobre todo en matemáticas.
En aquellos exámenes de secundaria, de aritmética en primer año, algebra en segundo y trigonometría y geometría plana en tercero, nos ponían problemas duros, de veras escabrosos y poco tiempo para resolverlos. A veces había que demostrar teoremas de los libros de G. M. Bruño, los textos obligatorios, áridos y complicados. Tal vez los métodos pedagógicos no eran los mejores, pero la mayoría de mis docentes, en especial mis maestras de primaria, habían interiorizado lo que Max Weber denominó la ética de la responsabilidad. Nuestros padres confiaban en ellas; no eran tantos los días de labores, aunque teníamos más horas efectivas de clase al año que en la actualidad; la escuela era de jornada completa y casi no había ausentismo de los maestros.
No que las escuelas primaria y secundaria de los años 50 y 60 fueran muy buenas, las consignas que se lanzaron para reformarlas eran correctas, porque el sistema tenía muchas deficiencias. Pero más allá de la expansión de la matrícula y el crecimiento de la infraestructura, las reformas que promovieron Luis Echeverría, Carlos Salinas de Gortari o Vicente Fox no obtuvieron grandes logros. Nos quedamos en el peor de los mundos posibles: no se acabó con el sistema vetusto y emergió algo peor. Mucho me temo que la propuesta del gobierno de Felipe Calderón, en realidad las iniciativas del SNTE, que se sintetizan en la Alianza por la Calidad de la Educación, nos dejarán más amolados todavía. Comparto el pesimismo de mis colegas investigadores: la ACE deja en manos del sindicato el control de la educación básica, más del que tenía de antemano. La desgracia: va a estar muy difícil componer el sistema educativo que deje este gobierno.
Una de las consecuencias nocivas de las reformas anteriores es que poco a poco se fue perdiendo la ética de la responsabilidad que practicaban los maestros. Atención: no arguyo que todos sean irresponsables, conozco a muchas maestras que desarrollan un trabajo admirable, a pesar de las circunstancias difíciles en que se desenvuelven. Me refiero al gremio. A cambio del control que los dirigentes sindicales ejercían sobre los docentes, el gobierno toleró que el SNTE protegiera a los faltistas, a los malos elementos, y debilitara las de por sí frágiles estructuras de autoridad. Esos maestros protegidos eran los aliados más fieles y dóciles de los líderes y se les seleccionaba para las comisiones políticas, como la de acarrear a votantes a sufragar por el PRI (y porfían en ese empeño, pero, hoy, para el Panal y el PAN). Y los irresponsables, quienes a comienzos de los años 60 eran unos cuantos, para la transición de fin de siglo ya formaban legiones. Hoy son los más favorecidos con todo tipo de beneficios (el ingreso a la carrera magisterial, la venta de la plaza al momento del retiro y los préstamos hipotecarios, por ejemplo), no los maestros cumplidos. Eso minó la moral de los docentes de vocación, de quienes no siguen trabajando y todavía son capaces de soñar que algo pueden hacer por los estudiantes.
Hoy los libros de texto son más ágiles, los de matemáticas contienen ejemplos, gráficas y acaso sean mejores que los de los años 60, pero los alumnos no pueden resolver problemas. La SEP y el SNTE se afanan para que los egresados de educación básica mejoren sus calificaciones en las pruebas PISA y similares, por eso insisten en que los maestros deben enseñar a los estudiantes a resolver esos exámenes. Pero la política es contradictoria: tratan de eliminar la poca autonomía que los maestros todavía tienen para reprobar a los estudiantes incumplidos. A los buenos docentes les molesta la iniciativa de eliminar los exámenes de primaria que no hace mucho lanzó el subsecretario de Educación Básica y yerno de Elba Esther Gordillo. El pase automático es un golpe más a la ética de la responsabilidad, ya no sólo en el caso de los docentes, pues la idea de que no hay que hacer el esfuerzo se reproducirá entre los alumnos. Claro, van a mejorar las estadísticas, pero a costa de la degeneración moral del sistema educativo.
Los alumnos ya ni siquiera para los exámenes finales van a tratar de dar lo mejor de sí mismos, ya no habrá razones de peso para estudiar, ni siquiera cuando se acerca el fin de cursos.
Carlos.Ornelas10@gmail.com

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