viernes, 27 de junio de 2008

El mundo según Guerra

Gabriel Guerra Castellanos/El Universal/27 de junio de 2008

La Cenicienta de Europa

Con frecuencia los deportes masivos o comerciales sirven para entretener al público, para distraerlo de los temas verdaderamente relevantes, de sus preocupaciones cotidianas, en una palabra, para enajenarlo. No en balde la receta romana para el buen gobierno: pan y circo.

El futbol es prototípico de esta práctica: hay naciones que se vuelcan en cuerpo y alma no sólo para apoyar a sus equipos nacionales, sino para tratar de ver en ellos —y en su desempeño— reflejos de la nación misma, de su mentalidad, de sus capacidades, de su futuro mediato e inmediato.

No hay político que resista la tentación de ponerse el jersey de su selección o de su equipo favorito, o que pueda negarse a acompañar en su celebración o su lamento a la patria cuando ésta ve vencer o caer vencidos a sus once gladiadores, convertidos en símbolos nacionales con cada patada, yerro o acierto en el terreno de juego. Toda esta sublimación del deporte más popular del mundo suele ser artificial, manipulada, pasajera de conveniencia en los quehaceres cotidianos de las naciones.

Sin embargo, de vez en vez se da un acontecimiento que verdaderamente logra capturar el momento histórico de un país o una región, de un pueblo, y eso ha sucedido en esta ocasión con la así llamada Eurocopa, que se lleva a cabo simultáneamente en Austria y Suiza.

Muy impactante resultó el desempeño del equipo nacional de Turquía, que de la noche a la mañana se convirtió en el consentido de los medios y de la afición gracias a sus espectaculares victorias, todas de último minuto y gran emoción, sobre equipos considerados favoritos o superiores. Suiza, la República Checa y Croacia vivieron en carne propia la furia y la determinación deportiva de un equipo que parecía dispuesto a cualquier cosa para demostrar que era un invitado digno a la fiesta futbolera más prestigiosa del continente.

Deportes aparte, Turquía ansía convertirse en miembro de pleno derecho de la Unión Europea y ha montado desde hace ya varios años una campaña diplomática para lograr su aceptación en un club que no termina por decirle que sí, ni que no. Los motivos reales y los pretextos abundan, pero lo cierto es que el país musulmán más grande de Europa genera muchos temores tanto por motivos religiosos como culturales y económicos. La ambivalencia europea se refleja en el doble discurso que por un lado le acepta como socio en temas de seguridad (como miembro de la OTAN, por ejemplo) y por el otro le cuestiona sus prácticas políticas y su respeto a las minorías y las disidencias.

Turquía enfrenta retos formidables en el futuro cercano que nada tienen que ver con su cada vez más lejana incorporación a la Unión Europea: la integración de la religión a la vida pública ha causado fricciones entre el partido en el gobierno, que es moderadamente islámico, y el ejército, que es radicalmente laico, provocando ya una crisis constitucional. La minoría kurda se ha radicalizado aún más y representa ya una seria amenaza a la seguridad nacional, mientras que el debate interno acerca de las libertades individuales alcanza ya grandes dimensiones.

Así, el fútbol prometía convertirse en bálsamo y distracción para un pueblo urgido de ambas cosas, hasta que la historia de la Cenicienta terminó tristemente en una derrota frente a un gigante futbolístico que es además el principal empleador de turcos en el extranjero. Para los dos millones y medio de turcos que tienen hoy su hogar en Alemania y para los muchos millones de sus parientes en Turquía, la derrota habrá tenido un sabor amargamente familiar.

No hay comentarios: