miércoles, 25 de junio de 2008

La huelga en la UAM

Manuel Gil Antón

Revista Nexos/Mayo de 2008/No 365

Un sindicato único que emplazó a una huelga de la que, tras dos meses, sólo obtuvo lo que tenía en un inicio; una comunidad de profesores dispersa y hastiada; miles de alumnos afectados; autoridades que, con frecuencia, conceden al sindicato prebendas aun a costa de afectar a la institución… son ingredientes de la fragilidad de una de las universidades públicas más relevantes del país.

Andamio provisional frente al caos

Días después de reiniciar labores tratamos de entender lo que sucedió. Hay encono. Deambulan sabedores de la verdad acontecida, profetas buscando feligreses; otros, cargados de preguntas. Abundan a los que se les nota coraje e indignación: ahora sí, es la última vez, basta. No faltan los que sonríen pues terminaron artículos pendientes que salen mejor sin gastar tiempo en traslados, la lata de las clases y los molestos alumnos. La tensión entre académicos y administrativos no es menor. El retorno de las huelgas siempre es confuso.

Avanza, lento y firme, el virus infaltable de la apatía, fincado en la rutina y el ritmo, muy acelerado, por retomar “la normalidad”. A darle... y vendrá el día en que, parezca, sólo parezca, que no pasó nada.

I

Después de 64 días, el Sindicato de la Universidad Autónoma Metropolitana (SITUAM) aceptó levantar una huelga que no obtuvo nada más que lo ofrecido al inicio, perdió para los trabajadores la mitad del salario a devengar en días laborales en ese periodo, afectó a miles de estudiantes y dañó la imagen de la universidad pública, no sólo la de la Metro. Apresuradamente, en lo que queda del año se realizarán las labores correspondientes a los tres trimestres de que consta un ciclo completo en la UAM. De los 34 años que tiene de vida, la UAM ha estado en huelga más de un año. En algunas ocasiones con objetivos claros y conducción lógica; en otras, muchas y las más recientes, sin asidero en el sentido común.

II

Partamos de una hipótesis de trabajo, desde luego discutible: las huelgas en las universidades públicas no son, en estricto sentido, tales: el último recurso para equilibrar las relaciones entre los factores de la producción, como dice la ley, dado que en ellas estos vínculos no existen (¿dónde está el patrón?), aunque sí relaciones laborales. Son, más bien, bloqueos. El mecanismo de presión es suspender las labores afectando, principalmente, a un tercero en cuestión ajeno al conflicto: los estudiantes. De lo anterior no se sigue que proponga la cancelación del derecho de huelga en estas entidades, pero distinguirlas de las que ocurren en las empresas privadas es un matiz necesario.

Si el derecho de huelga se concibe como indispensable —y esto es un valor, no el resultado de un silogismo— y válido en todas los espacios sociales donde ocurran relaciones laborales amparadas por un contrato colectivo, en las universidades públicas ha de sostenerse, propongo, si y sólo si la decisión se toma de manera democrática: por voto directo, universal y secreto de los afiliados a la organización que detenta “el máximo interés profesional” como reza la ley. Esta condición no es imprescindible para las huelgas universitarias y de hecho varios sindicatos del ramo así lo han establecido —pero en otros persiste el mecanismo de elegir delegados, como es el caso de los estatutos del SITUAM, lo que ha conducido a una reducción de la participación de los trabajadores.

Si se procede de este modo, y la mayoría de los trabajadores decide estallar la huelga, se tratará de un movimiento con tal fuerza que obligará a una pronta solución: a la petición de inexistencia por parte de las autoridades o a otras maneras de responder a demandas que la mayoría de los trabajadores estima necesario resolver.

La ley de hierro de las organizaciones que establece que cualquier entidad democrática al inicio con el paso del tiempo se convierte en oligárquica, tiene un antídoto en la consulta directa. Los oligarcas, jefes de grupo, mafia, tribu o corriente ideológica, tejen relaciones de clientela, son profesionales en esta actividad e influyen, de manera decisiva, en la selección de delegados afines a sus objetivos al interior de los sindicatos. Si es de su interés hacer que estalle una huelga loca para hacer imposible la renovación en el Comité Ejecutivo de una tribu adversa, y conquistar la conducción del aparato y sus privilegios, es posible que así suceda, y así pasó en el caso que nos ocupa.

III

En los días previos al estallamiento de la huelga, la oferta de la universidad fue considerada por muchos como un grave error: el aumento en sueldos y prestaciones no depende de Rectoría, ya lo sabemos; pero dotar de plazas o reabrir el Centro de Desarrollo Infantil No. 3 —cerrado porque tenía más trabajadores que niños que atender— resultaba un retroceso. Los trabajadores de la UAM, sobre todo los académicos, por lo general estamos mucho más cerca de ser abuelos que de un retoño inesperado. ¿Por qué una oferta tan “generosa”? Vaya usted a saber, pero con esa respuesta se pensó que la huelga sería imposible. En efecto, el Comité Ejecutivo del SITUAM consideró satisfactoria la negociación e invitó a no estallar el paro de labores.

Sin embargo, eso significaría el triunfo de una de las tribus sindicales. Otra corriente se negó a dejar ese trofeo en sus enemigos y apostó por una huelga, ilógica, que conduciría a la actual directiva a la derrota en las siguientes elecciones de Comité Ejecutivo. A partir de ahí no hubo más interés que ganar el Comité y controlar recursos sobre los que no se rinden cuentas. Los profesionales de la acción sindical encuentran, en esos pequeños “huesos”, nichos de vida, visibilidad, poder de acción, coacción y omisión con sus allegados... y varios profesores, atados al pasado irreflexivo, la oportunidad de ser Mesías, correr a golpes simbólicos a los académicos que se atrevieron a ir a las reuniones —como Cristo a los mercaderes— y salvar al proletariado, ser la punta de lanza contra el tope salarial, ahondar el malestar entre académicos con ingresos incomparables y soberbia en aumento y administrativos con poca paga y nula exigencia laboral.

Por si fuera poco, un movimiento estudiantil que no reconoce los cauces institucionales y se nombra representante de los alumnos, se metió en el lodazal. Si fuera cine habría que cambiar de título: “Mejor, imposible” podría ser sustituido con “Peor, ni hablar”.

IV

Cuando el SITUAM adoptó el término Independiente, procuró marcar distancia de los sindicatos blancos o charros al servicio de los patrones. Ahora, bien vistas las cosas y desde hace años, se ha hecho independiente de los trabajadores a los que dice representar. Indiferente, indolente... Benevolente: “no lo entiendes, pero luchamos para ti, aunque te duela o no estés de acuerdo. Nosotros te salvamos, reorientamos a la universidad, mostramos nuestro rechazo al neoliberalismo, los malos manejos de las autoridades, a la privatización del petróleo y los abusos en Atenco…”.

Hace años se propone que el SITUAM tome sus decisiones trascendentes, y la huelga es la mayor, a través del voto directo, universal y secreto de los trabajadores. Nunca lo ha aceptado este sindicato, otrora ejemplo de progresismo y lucha por la democracia sindical. La descomposición es evidente.

Al estallar la huelga, no en la vida diaria, el sindicato existe, es visible, sus líderes salen en los medios, son alguien. En el trabajo cotidiano defienden lo indefendible y eluden lo básico:

• En la UAM no hay Reglamento Interno de Trabajo, y por ende un sistema de verificación de asistencia a las labores y su cumplimiento, dado que el SITUAM lo considera autoritario, fascista, injusto y otros adjetivos. Ni para académicos ni para administrativos.

• Se ha establecido, en los hechos, que la principal función del sindicato es proteger el mal trabajo, o el derecho al no trabajo a cambio de exigua paga, en el caso de intendencia, o de mucho mayor cuantía cuando se trata de un académico simulador.

V


Desde la reforma constitucional, en los años ochenta, que elevó a rango constitucional la autonomía, y reservó a la universidad —fuera de la bilateralidad previa— los términos de ingreso, promoción y permanencia del personal académico, el sentido de pertenencia del sector académico al sindicato mermó de manera aguda: no, ni principalmente, con desafiliaciones, sino con apatía en la participación en su vida interna. Y como las tribus o corrientes saben hacer asambleas que se citan a las cinco de la tarde, inician a las ocho, y terminan a las cuatro de la mañana, el personal académico ajeno a las corrientes que persistieron en el sindicato se fue cansando, hartando de insultos cada vez mayores (“perfumados”, “catrines”…) y el SITUAM fue quedando, salvo excepciones, vacío de participación académica. Pero como es un sindicato único, el retiro del gremio no hizo más que abonar en el terreno del secuestro de la organización por parte de grupos y sus familias o clientelas.

VI


Desde hace 17 años la estrategia para mejorar los ingresos de los académicos consistió en separar el salario contractual y las prestaciones de un conjunto, a veces abigarrado pero atractivo, de becas, estímulos, apoyos… El salario, en muchos casos, ya significa menos de la mitad de los ingresos, pues las becas o PRIDES, más el Sistema Nacional de Investigadores y otros emolumentos, significan, en la elite, hasta el 65% de las percepciones.

Se consigue acceder a este tipo de ingresos mostrando alta productividad, la cual se mide, cuenta o pesa. Hay una condición básica: pertenecer a una institución de educación superior. ¿Quién es el referente principal de los académicos de tiempo completo hoy en día? No la estructura orgánica de la universidad, sino las comisiones dictaminadoras autónomas; no el destino de su institución, sino la carrera voraz por los puntos que otorgan dinero y nombramientos de estatus.

Debido a la solución individual a la crisis de ingresos posterior a la década perdida, los profesores han diluido sus relaciones de colegialidad. En la UAM el conjunto de los académicos está disperso, enojado. Con frecuencia se sienten lejanos de los “chambeadores” y de los alumnos, e incluso ajenos a la suerte de la institución. Ante la huelga, se indignan y procuran hacer otro sindicato, pero de académicos. ¿Para qué? —pregunto—: “Hombre, para que no nos descuenten el salario mientras hacen huelgas locas”. Pero estaría cerrada la UAM: “No le hace, es problema del rector...”. No todos los que quieren hacer otro sindicato piensan así, pero en caso de tenerlo, ¿cuánto tiempo falta para que se convierta en otra oligarquía, ya sea de nuevos grupos de mediocres o de los antiguos que migrarían a tomar el control, pues saben cómo hacerlo? Formar una Red de Académicos y expresar opinión sobre los problemas de la UAM es otra alternativa que se ensaya ahora. Ojalá, luego de un par de meses, sigan asistiendo a sus reuniones más de 20 profesores.

VII

Sería injusto no mencionar a las autoridades, a las actuales y a las anteriores, que en no pocas ocasiones con tal de evitar un conflicto han concedido prebendas y prestaciones a la burocracia sindical o al propio sindicato. ¿Qué hace una universidad administrando una tienda, quebrada durante años y saqueada por trabajadores de la institución al amparo del sindicato y autoridades que no eran tales? Si las trabajadoras de las guarderías son empleadas de la UAM, y son académicas al ser puericultoras, ¿por qué no les toca sabático?

En esta huelga varios reclaman a la Rectoría una oferta de salida no adecuada; luego su retiro de la mesa; posteriormente que siempre sí, o que la UAM financiaba el paro de más de un mes, con el 100% de los salarios caídos, si se levantaba en 24 horas; recurrir a la Secretaría del Trabajo no parece adecuado, pues a juicio de varios no es propio de la autonomía, mas se argumenta lo contrario: la Ley del Trabajo y sus mecanismos sólo tratan de dar salida...

VIII

Río revuelto. Sensación de desbarrancadero. Sospecha de la pronta paz de los sepulcros. Miedo de un movimiento estudiantil sin control. ¿Qué tanto están jugando ya, en estas turbulencias, los aspirantes a rector general? ¿Un gobierno desobligado para con las instituciones públicas? Falta de liderazgo: el rector se enteró, casi dos meses después, que no se estaban pagando las becas y estímulos: no son materia salarial... Y al día siguiente llegaron a las cuentas bancarias. ¿Autoridades, administradores, gestores de la componenda, diletantes de la política al mando de una institución universitaria muy fuerte y complicada? ¿Amateurs felices en la silla grande, la que les toque, adulando al jefe y aislándolo? Un sindicato del que muchos afirman, siendo de izquierda, que ser esquiroles de sus movimientos es un honor.

Polvo, pasto crecido, un costal de preguntas, tristeza, coraje y temor. Esto veo. No pretendo tener ni la verdad ni la razón: son fragmentos de un rompecabezas difícil. Pero callarnos, no arriesgar opinión, silenciar el asombro y la indignación son la peor manera, creo, de buscar una solución que estabilice a la UAM y le permita, mediante reformas indispensables en sus relaciones laborales —administrativas y académicas— desarrollarse con certidumbre. Ese es el problema.

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