miércoles, 18 de junio de 2008

Enfermedad e identidad


Enfermedad e identidad
Arnoldo Kraus


He utilizado algunas veces la tan irrespirable como real idea de F. Scott Fitzgerald, quien en La fisura afirmó: “Toda vida es, desde luego, un proceso de demolición”. La uso por su cruda textura y porque retrata mucho de lo que sucede al enfermo, al “muy enfermo”, o a los que sufren procesos crónicos de los cuales no se puede escapar porque se incrustan en lo más profundo de la vida. Esas mermas alteran la salud interna del individuo y su salud social, es decir, su capacidad para funcionar en el entorno.

La demolición de la vida de los individuos encuentra su origen en el amplísimo universo de las enfermedades. En cambio, el desmoronamiento de la vida de la sociedad y con ella la de muchas personas se fabrica por circunstancias ajenas al individuo. Traspiés políticos, catástrofes naturales y violencia humana son algunas razones.

Los factores externos que dilapidan las vidas en la comunidad los describió con exactitud el escritor Henry Miller: “El mundo es un cáncer que se devora a sí mismo”. Los cánceres son los inefables políticos que han construido un mundo habitado por pobres y que han saqueado y destruido los bienes de la naturaleza con saña, sin límites, con poca inteligencia y sin conciencia.

Reparar y devolver la identidad al mundo no es asunto fácil: son demasiados los actores e irreversibles muchas de las heridas. Escribí del mundo y del cáncer que derruye la vida no sólo como metáfora, sino para explicar, aupado por la pluma de Miller, que las relaciones entre humanos y entorno se han modificado y se han deteriorado profundamente por la falta de sapiencia de nuestra especie. Lo saben los campesinos, lo viven los niños que juegan en las calles de ciudades como el Distrito Federal, y no lo saben, pero lo viven, los peces que nadan en el mar cubierto de petróleo. Toda la funesta carga de la Tierra carcomida por el cáncer humano deteriora profundamente las condiciones de salud de sus habitantes y se entrelaza e incrementa las enfermedades propias de las personas.

Restañar la salud y regresar al individuo a su hábitat personal y social es, primordialmente, labor de dos: del enfermo y del galeno. Participan también amigos, familia, sociedad. Mejorar la salud es el objetivo inmediato de la profesión médica, pero no el único. Las metas deberían ser mayores: incorporar al individuo, en la medida de lo posible, a su entorno y a lo que para él, antes de la enfermedad, era una vida normal. Como parte de la despersonalización de la profesión médica, el segundo objetivo suele olvidarse. La mayor parte de los esfuerzos de la medicina del siglo XXI se dedican a sanar la célula enferma y descuidan las vicisitudes que siguen una vez que la patología ha sido controlada o detenida.

La enfermedad modifica muchas de las cualidades de las personas, dentro de ellas, la identidad. El dolor, la soledad, las limitaciones y el miedo disminuyen la autoestima. La suma de esos elementos negativos altera la identidad del afectado; perturba también su capacidad para regresar y adaptarse al mundo al cual pertenecía. En ese sentido, la obligación de la “buena medicina” sobrepasa con mucho el éxito de la curación inmediata. El médico debería contar con las herramientas suficientes para proveer al enfermo de los elementos que le permitan renovarse y reinstalarse nuevamente en la sociedad. Obviamente, ese ideal, curar el alma y el cuerpo del enfermo para que reconstruya su mundo, aunque no siempre sea posible, debería ser el leitmotiv de todo tratamiento –huelga decir que cuando me refiero al mundo del afectado supongo que éste era “bueno”.

He jugado en estas líneas con dos ideas: la del mundo carcomido por el ser humano y la de la demolición de la persona por enfermedades. Ambas se entrecruzan y ambas alteran la identidad del afectado. Desde una mirada orwelliana es cada vez más evidente que el cáncer devora al mundo y que el mundo devora al individuo. Para contrarrestar esas cargas negativas la medicina debe repensar sus metas.

Curar a la persona y zurcir su identidad requiere adentrarse biológicamente en la enfermedad y remendar el hábitat terráqueo. La tarea de la medicina contemporánea es inmensa: curar a las personas, sanear un poco a la sociedad y buscar cómo prevenir la aparición de nuevos cánceres, sobre todo los urdidos por los políticos, para impedir que sigan erosionando el mundo.

Referencia: http://www.jornada.unam.mx /18 de junio de 2008.

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