martes, 24 de junio de 2008

La era de la desconfianza

La era de la desconfianza

Alberto Aziz Nassif
EL UNIVERSAL/27 de mayo de 2008

La desconfianza política se ha constituido en uno de los presupuestos importantes para el análisis de la democracia. Frecuentemente nos enfrentamos a datos sobre la falta de confianza que tiene la ciudadanía en las instituciones y, por lo general, los últimos lugares corresponden a esas partes del sistema político que hacen política de forma profesional: partidos, legisladores, gobernantes. En México el problema se expresa en estos momentos de forma agravada por las tensiones que estrujan al país.

Sin tener las mejores condiciones para construir consensos y acuerdos por la fuerte polarización, México atraviesa un momento muy complicado de definiciones, de decisiones que nos van a afectar durante las próximas décadas. Al mismo tiempo, estamos ante situaciones que hoy nos afectan y que son producto de decisiones que se tomaron hace una o dos décadas (descapitalizar el campo, estrangular fiscalmente a Pemex). Algunos ejemplos estratégicos que comprometen el futuro inmediato: la política petrolera, la política alimentaria y la política de seguridad pública en contra del crimen organizado.

La reforma petrolera es hoy uno de los temas más importantes del debate nacional; el incremento de precios en los alimentos básicos empieza a pegarles a los sectores más desprotegidos de la sociedad; la batalla en contra del narcotráfico todos los días aumenta una estadística de muerte que está golpeando peligrosamente el centro de la gobernabilidad del Estado.

Uno de los signos más fuertes de la época actual, la desconfianza en la política, sumada a un desencanto sobre “las promesas incumplidas” de la democracia, como las llamó Bobbio, lleva permanentemente a pensar nuevas hipótesis o a reformular viejas preguntas sobre esta compleja problemática.

En la búsqueda de nuevas preguntas, Pierre Rasanvallon ha publicado recientemente un libro sobre este tema: La contrademocracia. La política en la era de la desconfianza. Nos dice el autor: “Tal desconfianza democrática se expresa y se organiza de múltiples maneras. Distinguiré tres modalidades principales: los poderes de control, las formas de obstrucción, la puesta a prueba a través de un juicio. A la sombra de la democracia electoral-representativa, estos tres contrapoderes dibujan los contornos de lo que propongo llamar una contrademocracia. (…) es la democracia de los poderes indirectos diseminados en el cuerpo social, la democracia de la desconfianza organizada frente a la democracia de la legitimidad electoral” (pág. 27).

Muchas veces se ha analizado a nuestra democracia desde las normas electorales, o desde las libertades y los derechos; también hemos visto discusiones sobre la calidad de los desempeños. Los resultados han sido una pista frecuente de estudio. La formulación de compromisos sustantivos que dan forma a políticas sobre cuestiones sociales es sin duda un mirador importante, al mismo tiempo que el balance entre los marcos jurídicos y sus expresiones de legitimidad.

Todas estas formas en las que se ha tratado de entender la política y la democracia han tenido referencias que se pueden agrupar en teorías normativas, en análisis específicos y en acercamientos críticos; a estos últimos pertenece el libro de Rosanvallon.

Este texto nos permite entender que sanción, obstrucción, control, veto, son figuras que poco a poco se han asentado en nuestro sistema político, porque tienen un sentido y forman también parte del universo democrático. Un hilo que le da forma a estos conceptos es el de la desconfianza. Esa “institución invisible”, en palabras de Arrow, añade a la legitimidad política y a las concepciones meramente de procedimiento dimensiones morales y sustantivas. Una de las formas de volver a pensar y a imaginar el presente y el futuro de nuestra democracia es dejar atrás visiones pasivas del ciudadano desencantado que termina por marginarse, y empezar a entender que hay muchas dinámicas sociales en donde la desconfianza, la sanción social y la capacidad de obstrucción son piezas que cada día se han vuelto más importantes en México.

Frente a un sistema marcadamente partidocrático, existen también múltiples puntos de contrapeso, miradores y observatorios ciudadanos, movimientos sociales, una compleja trama de opinión pública, plural y diversa, que forman una contrademocracia. Sin duda, esta otra dimensión que ya existe en nuestro país necesita tener una densidad mayor, volverse cada vez más influyente, para que pueda ser un contrapeso al carácter pasivo de nuestra incipiente democracia.

La desconfianza está integrada por una serie de poderes que cumplen funciones de control, de contrapeso, desde los congresos, la diversidad de información, la oposición, los movimientos sociales, hasta las redes ciudadanas.

Dentro de estos espacios es donde se va a definir la agenda de políticas públicas pendientes (petróleo, alimentos, seguridad, medios). Para ello es indispensable modificar la visión sobre lo que significa gobernar. Porque gobernar “no consiste sólo, en efecto, en resolver problemas de organización, asignar de manera racional los recursos, planificar una acción en el tiempo. Gobernar significa (…) hacer inteligible el mundo, dar instrumentos de análisis y de interpretación que permitan a los ciudadanos manejarse y actuar de manera eficaz” (Rasanvallon, pág. 295). Un importante déficit de este gobierno ha sido esa incapacidad para gobernar en ese sentido. ¿En dónde estamos en materia de combate al narcotráfico? ¿Qué hacer con Pemex más allá de entregarle al capital privado zonas amplias de esa actividad? ¿Es suficiente el programa anunciado el domingo pasado para enfrentar el fin de los alimentos baratos?

Sin duda, una contrademocracia potente puede contribuir a reforzar nuestra vapuleada democracia, como una forma de gobernar en esta época de desconfianza.

Investigador del CIESAS

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