martes, 25 de agosto de 2009

Cómo perder autoridad moral

Roberto Blancarte
Milenio/25 de agosto de 2009

¿Por qué la Iglesia católica es tan dura con los divorciados o con los homosexuales y tan suave con los ladrones, violadores, narcotraficantes y otros criminales? ¿Por qué las mujeres que se ven obligadas a abortar son amenazadas de incurrir en excomunión ipso facto, mientras que los secuestradores y asesinos son recibidos con sus familias para recibir los sacramentos? ¿Cómo afecta eso la imagen y autoridad de la Iglesia católica? La acusación que se le hace de tener una “doble moral” o “doble rasero” está detrás no sólo de una incongruencia de sus ministros de culto, sino de la propia lógica doctrinal de la institución. La pérdida de autoridad moral no tiene que ver, como dicen sus defensores, con el comportamiento de unos pocos, sino con la manera como sus jerarcas están enfrentando los retos que el mundo contemporáneo les presenta. Están más preocupados en mantener la autoridad de la Iglesia que en obtener el bienestar moral y emocional de los feligreses. Los acontecimientos y debates más recientes, sobre la supuesta inviolabilidad de los templos y las obligaciones fiscales de las Iglesias, son una muestra sintomática de tal tendencia.
Quizás por ello el principal problema actual de la Iglesia es el de una creciente falta de autoridad moral. Eso afecta el centro de su misión y actividad, pues una Iglesia sin autoridad moral tiende a convertirse en una máquina ritualista, hacedora de peregrinaciones y bendiciones automáticas, de liturgias sin contenido, de doctrinas y reglas fuera de época, que la vacían de sentido. La autoridad moral, en cualquier institución, es muy difícil de construir y todavía más de mantener. En la medida que no depende de la fuerza, sino del convencimiento, requiere probar de manera permanente la validez de su mensaje y acciones. No es, en eso, distinta de otras instituciones, como la CNDH o la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación. Más que su capacidad de coerción, lo que cuenta es su credibilidad y su habilidad para convencer. Por ello, cualquier escándalo institucional, por menor que sea, afecta a toda la estructura de la organización. Los errores y debilidades de algunos de sus miembros se pueden comprender, razonar e incluso justificar. Pero en la medida que denotan una falla no tanto humana sino institucional, se advierte que el problema es más grave y requiere atención inmediata.
El asunto de la irrupción de las autoridades policiales en un templo o la cuestión del pago de impuestos es sintomático de este problema. A la institución eclesiástica no le parece que ella se debe cuestionar la impartición de sacramentos a los narcotraficantes, criminales en general y sus familias. ¿Por qué entonces, la jerarquía sí prohíbe con toda su fuerza que los católicos divorciados comulguen? ¿Por qué señala a los homosexuales y les cierra las puertas de sus seminarios, como si fueran criminales? ¿Por qué señala a las madres solteras con toda enjundia? Si yo fuera un divorciado católico, lo único que le pediría a mi párroco es que me trate como trata a los narcotraficantes y a sus familias. El problema entonces es lo que se percibe como una doble moral, o una moral que tiende a dejar fuera a pecadores comunes y permite la impartición de sacramentos a los peores criminales.
Lo mismo sucede cuando “la Iglesia” o algunos de sus ideólogos ataca a las principales instituciones del país y las acusa, con alguna razón, de ser poco austeras y de desperdiciar recursos en estos momentos de crisis económica. El problema es el de la autoridad moral con la que hace dicha acusación, cuando al mismo tiempo esa misma Iglesia suele ser muy poco transparente respecto a los recursos económicos y financieros (donativos, limosnas, etcétera) que ésta misma recibe. De allí que la demanda de que paguen impuestos es en realidad una exigencia de rendición de cuentas y transparencia, a una institución que no está acostumbrada a mostrar sus números a los feligreses. En otras palabras ¿con qué autoridad moral habla la Iglesia de austeridad presupuestal, cuando es una institución que en realidad no paga todos los impuestos que debería, porque las finanzas de ésta son una caja negra de la que pocos conocen su interior?
La autoridad moral se construye o de destruye todos los días. Cuando uno se entera cómo las anulaciones matrimoniales son concedidas, a la sombra de influencias, el dinero y el poder, nadie puede llamarse a asombro acerca de la pérdida de credibilidad y de autoridad moral de la Iglesia católica. Gracias a las revistas de la sala de espera de mi dentista, me acabo de enterar que el Arzobispado de México está por aprobar o aprobó la nulidad del matrimonio de la novia de un político muy destacado, bajo el tecnicismo de que su anterior matrimonio fue realizado en la playa. Francamente, me tiene sin cuidado ese matrimonio, pero me preocupa que la Iglesia conceda la nulidad matrimonial tan fácilmente porque se trata de un político destacado, como lo hizo con Fox y Marta Sahagún, sólo por su cercanía con el poder (y lo que pueda pedir a cambio), mientras que a los pecadores de a pie les aplica todo el peso de la ortodoxia doctrinal. Son esas cosas, y no las críticas externas, las que están minando la autoridad moral de la Iglesia y su fuerza en la sociedad.

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