viernes, 28 de agosto de 2009

Las infancias mexicanas

Clara Scherer
Excélsior/28 de agosto de 2009

Impresionantes, tristes, desesperantes, son los informes sobre cómo viven las niñas y los niños en México. Sí, la infancia es un estatuto inventado por cierta clase social, en un periodo histórico determinado, que vive sin culpas y sin remordimientos la infancia de sus hijos, instalándolos en una especie de Disneylandia, edulcorada y cargada de buenos sentimientos, sin importar el costo social que esas ideas ocasionan a otras infancias.
Rodeada de mitos “maravillosos” como Peter Pan o el Retrato de Dorian Grey, haciendo que parezca que hay vidas que transcurren de una sonrisa a una fiesta, de una alegría a una felicidad, sin que tengan por delante ningún tipo de sufrimiento. A pesar de que sabemos bien que toda vida duele, que aun en las mejores condiciones, el dolor es inseparable del día a día de las personas. Pero una cosa es ese dolor por vivir y otra, muy distinta, la crueldad innecesaria. Y en la vida de las niñas y los niños me parece que hay mucho de esta crueldad innecesaria.
Por eso, la realidad de la mayoría de niñas y niños del mundo, y de México en particular, nada tienen que ver con ese deseo de no dejar la infancia. De ese pensarla como el paraíso, de ese aferrarse a los cariños con que se debe rodear esa etapa de la vida.
Para muchas niñas, miles, o quizás millones, la infancia ha significado, si no el peor, sí uno de los momentos más angustiosos de su vida. Cuando el miedo a ser abandonadas cierra el alma a cualquier otro sentimiento, cuando la angustia atrapa los sueños y se vive una pesadilla sin fin, en medio de golpes, gritos, humillación. Cuando quienes tenían la obligación de protegerlas, las usaron para cualquier cosa, para todo, hasta para ser el “juguete” y la “mascota” favorita de cualquier fulandrajo.
Y siempre, según las pocas investigaciones que hacen diferencia entre niñas y niños, ellas llevan la peor parte. Para desgracia de la sociedad, los investigadores todavía no las ven. Siguen escribiendo en genérico: “el niño...”, pero las niñas viven de otra manera, sienten y sufren por otras causas; su desarrollo toma cauces imprevistos por el sólo hecho de haber nacido en cuerpo de mujer.
Los escasos reportes hablan de situaciones que, para cualquier ser humano, son tristes, dolorosas. Las niñas jornaleras, por citar como ejemplo la investigación de Francisco Cos, Las manos que sirven las mesas del mundo, trabajan en los campos agrícolas desde los seis, siete años. Un horror, pues toda su vida transcurre en condiciones miserables. Las familias les exigen mucho más a ellas, por ser mujeres, que a sus hermanos varones.
La situación de toda la familia es desesperante, pero a las niñas les cargan la mano. De su pequeño sueldo, ellas no ven ni un quinto; de sus ratos de ocio, menos. Deben apoyar en los trabajos domésticos, cuidar a los hermanos menores, a los enfermos. Los hermanos varones, por contra, reciben su pago y lo gastan según sus deseos que, aun cuando también es un sueldito, por lo menos se dan pequeños gustos. Tienen ratos de ocio, disfrutan de su poquito tiempo libre. Ellas, entre muchas otras circunstancias son, además, acosadas, hostigadas, por sus familiares o los otros niños.
¿Por qué, a pesar de que la diferencia sexual está ahí, existe, y es innegable la desigualdad en que se ha traducido, la sociedad sigue haciendo invisibles a las niñas? ¿Por qué el Estado sigue sin proteger efectivamente los derechos de la niñez? Son los pendientes que, en épocas de crisis, como la actual, dejan pocas esperanzas. Por eso, hay que alzar la voz.
claschca@prodigy.net.mx

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