lunes, 31 de agosto de 2009

Es para ponerse a llorar

Pascal Beltrán del Río
Excélsior/30 de agosto de 2009

SINGAPUR.- Con esa frase, un lector respondió por correo electrónico la pregunta con que rematé la Bitácora de la semana pasada.
Ahí hice una invitación a reflexionar sobre la relación entre la buena marcha de la economía de Corea del Sur (que cerrará el año con 2.3% de crecimiento de su PIB, el mejor desempeño en la OCDE) y la apuesta exitosa de ese país por la educación de sus jóvenes.
“Es para ponerse a pensar, ¿o no?”, escribí.
Hoy, después de pasar unos días en esta ciudad-isla-país —cuyo territorio equivale a la mitad del Distrito Federal—, atestiguar su progreso económico y conocer los planes de desarrollo que tiene para los próximos 20 años, no queda sino concluir, como el lector, que el actual estado de cosas en nuestro querido México es para ponerse a llorar.
Vivimos en un peligroso estado de atrofia. La recesión internacional está llena de peligros, pero también de oportunidades, y la inmovilidad a la que México parece condenado —por la inoperancia de su régimen político, las inercias conformistas de las que está plagado, el avance de la criminalidad y la avaricia de sus hombres poderosos— hacen imposible sortear los riesgos y aprovechar las ventajas que aún tenemos.
Mientras Corea del Sur lanzó la semana pasada su primer cohete espacial y Singapur trabaja para convertirse en una potencia del conocimiento y la innovación, México está instalado en la improvisación, el cálculo político y el chascarrillo.
Igual que lo hice la semana pasada, pido una disculpa a quienes pudieran sentirse ofendidos por las comparaciones que resultan desfavorables para nuestro país. Sin embargo, no se trata de opiniones sino de hechos.
Mientras Singapur desarrolla tecnología para detectar con eficacia y rapidez los casos de gripe aviar —en un moderno complejo científico, donde trabajan investigadores de 60 países—, un gobernador mexicano devela la estatua de un niño que se contagió de influenza A H1N1.
Mientras Corea del Sur se asegura de que sus alumnos de secundaria tengan conocimientos suficientemente sólidos sobre ciencia para estar entre los primeros lugares de la prueba PISA que aplica la OCDE, en México la líder del sindicato magisterial hace un derroche de ignorancia en público al confundir la influenza con la influencia.
Mientras Singapur está pensando en qué características deberá tener en 2030 su ya eficiente sistema de transporte público, en la Ciudad de México las autoridades locales salen con el chiste de que los automovilistas pueden convivir con los ciclistas con sólo disminuir su velocidad.
En efecto: es para ponerse a llorar.
Otro lector me recordaba que, hace medio siglo, Corea del Sur estaba sacudida por la guerra y la inestabilidad política. Por esas fechas, Singapur era un puerto de pescadores a punto de ser expulsado de la Federación Malaya, y cuyos habitantes vivían, en su mayoría, en barriadas insalubres.
En el arranque del camino que las llevó a lograr los elevados niveles de bienestar que goza la mayoría de sus habitantes, ninguna de esas dos naciones asiáticas tuvo, como México, un largo período de desarrollo sostenido, una posición geográfica envidiable y una superabundancia de recursos naturales.
Ambas, Singapur y Corea del Sur, tuvieron que salir adelante mediante una planeación de largo plazo que exploró las oportunidades que cada una de ellas podía asir y las llevó a convertirse en potencias exportadoras pese a sus limitaciones naturales.
México, en cambio, hace tiempo que se durmió en los laureles de su bonanza petrolera. Es sólo hoy, cuando la producción de crudo está en franco declive, que una parte de la clase política enciende los focos rojos del desastre fiscal (la otra parte hace como que no existe) y, ya que no hay liderazgo para conducir una reingeniería real de las finanzas públicas, emprende a tijeretazos contra el magro presupuesto.
Podría escribir largo sobre el doloroso contraste entre México y Singapur. Por ejemplo, en este país, donde el laissez faire económico es casi una religión y las ideas de izquierda están proscritas, 85% de sus habitantes vive en casa propia, gracias a un programa de vivienda financiado por el Estado. En cambio, en México, que mitifica los logros de su Revolución al tiempo que desmantela muchas de sus redes de protección social, la mitad de sus habitantes no gana lo suficiente para comer.
Sin embargo, me quedo con un solo dato: el de una nación que planea a largo plazo. Me lo ofrece Joshua Woo, vocero de la Agencia para la Ciencia, la Tecnología y la Investigación del gobierno singapurense:
“En sus inicios, este país dependía casi exclusivamente de su mano de obra. Luego pasó a ser un polo de atracción de capitales. Hoy en día, su desarrollo descansa en la alta tecnología. Pero no nos detendremos ahí, porque el mundo sigue cambiando: En el futuro próximo queremos que nuestra economía esté basada en el conocimiento y la innovación”.
Y para eso se han edificado dos centros de investigación, con suficientes terrenos para ampliarse cuando haga falta. Entre 1991 y el año pasado, el presupuesto en la materia ha crecido de dos mil millones de dólares a 13 mil millones de dólares. La mitad de los 882 investigadores que trabajan en esos centros son extranjeros, pero el país quiere generar mil nuevos especialistas con doctorado en el próximo lustro.
Hasta ahora los resultados han sido modestos: un aparato para la detección de la gripe aviar, un recubrimiento para vidrios que hace innecesario limpiar las ventanas (con lo que los rascacielos ahorrarán mucho dinero), un sistema robótico para ayudar a devolver la movilidad a las personas paralizadas, pero evidentemente hay más proyectos en curso.
Por eso, cuando uno atestigua las discusiones en el Congreso mexicano, las grillas baratas que no benefician a los ciudadanos ni tienen que ver con una visión de país a futuro… pues sí, dan ganas de llorar.
El problema es que ese es un lujo que no podemos concedernos.

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