jueves, 13 de agosto de 2009

El movimiento universitario dela UAS: una utopía interrumpida

Liberato Terán Olguín*

Periodos de un proceso de lucha
1959-1966. Transcurrido el idilio gobierno-universidad de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, la situación nacional y local de Sinaloa empezó a cambiar en 1959. La Revolución cubana, las huelgas ferrocarrileras y del magisterio nacional, el reclamo por la autonomía, la inconformidad ante el régimen del partido y el gobierno prácticamente únicos, las marchas campesinas de Ramón Danzós Palomino y Jacinto López, la campaña presidencial del FEP y su candidato, el mismo Danzós; el llamado “movimiento de los cines” en Culiacán y la división en el PRI por la reforma fallida del presidente del PRI, Carlos Madrazo, que en Sinaloa se convierte en insurgencia de un grupo: el Francisco I. Madero (FIM), fueron acontecimientos que influyeron decisivamente en la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS).Entre 1965 y 1966 la institución vive el síndrome de la autonomía. Al recibir del gobierno de Leopoldo Sánchez Celis, en 1965, el decreto de autonomía, los universitarios quieren creer que, ahora sí, son ellos los dueños de su propio destino, pero se dan cuenta de que hay quienes no lo consideraban de la misma forma: el régimen autónomo preservaba a la Junta de Gobierno, con fuerte dependencia del gobierno estatal y con facultades casi absolutas sobre la universidad; el rector sigue siendo el mismo de antes de la autonomía; la representación en el Consejo Universitario es inequitativa entre estudiantes y maestros, y no es la máxima autoridad.La UAS tiene, quiere, pero no puede ejercer la autonomía que le ha sido concedida por ley. En buena parte, ese síndrome, esa situación paradójica y contrariada, más el entorno político crispado por el movimiento del FIM, va a prohijar la insurgencia de los movimientos estudiantiles y universitarios en general, que son el signo distintivo del periodo siguiente.El 8 de junio de 1966 estalla la huelga de estudiantes y maestros en la Escuela de Economía: un hecho aparentemente aislado, como rayo en cielo sereno, como un salto al vacío de un colectivo estudiantil y magisterial que osaba enfrentarse al poder omnímodo, todopoderoso y autoritario del rector Julio Ibarra, alrededor de quien sólo se escuchaban alabanzas por sus logros y, que por ello, se le había reelegido como rector. Pero la realidad en la UAS era otra.En septiembre de ese mismo año siguió la huelga que paralizó a la UAS e incorporó al movimiento estudiantil sinaloense a las corrientes que en varios lugares se movilizaban por la democracia en el país. La huelga estudiantil duró menos de un mes y el rector Ibarra Urrea tuvo que renunciar con su equipo y sus proyectos, el 2 de octubre del mismo año.
1966-1970
La reforma interrumpida
De 1966 a 1970 privan la autonomía, el esfuerzo por la reforma, la militancia intra y extra universidad del movimiento universitario. Con estos elementos más asentados en este periodo, aparecen y desaparecen las más diversas posiciones: el franco reclamo por la autonomía, que se enfatiza por el ejercicio pleno de ese principio en la universidad; una suerte de reformismo que subraya lo académico como lo esencial por rescatar y desarrollar; o la posición de organizaciones sociales universitarias que pretenden asignarle a la institución un papel contestatario, o las de aquellas que, en reclamo de una institucionalidad no definida del todo, pretenden una universidad aséptica de toda contaminación ideológica y política, aunque, paradójicamente, plegada a las entidades gubernamentales.Estas posturas variopintas que revelaban las prédicas, propuestas o proyectos de los movimientos universitarios, desde los más tempranos –los de los años sesenta- hasta los más recientes, aún están por consumarse en la UAS. Ese es mi argumento. Con el decreto de la autonomía de 1965, en la universidad soplaron vientos autonomistas, libertarios, autogobiernistas, esto es, reformistas en su más pura esencia, que durarían hasta 1973. La insurgencia del movimiento estudiantil a la vanguardia de los cambios en la universidad y con una carga solidaria sin precedentes; la discusión masiva y la elaboración de la iniciativa de nueva Ley Orgánica —alrededor del cual convergieron estudiantes, rectoría y federación de profesores-, que recogía el énfasis sobre tres demandas básicas: paridad en el HCU y consejos técnicos, desaparición de la Junta de Gobierno y transformación de planes y programas de estudios, además de la presencia de la UAS en el movimiento nacional de 1968, serían las resultantes más auténticas de este impulso renovador.Cuando la Federación de Estudiantes Universitarios de Sinaloa (FEUS) celebró su Primer Congreso Estudiantil Universitario, en diciembre de 1969, llevó a cabo una síntesis crítica de toda la década que concluía y trazó un rumbo de cambios para la universidad, a propósito del nombramiento de nuevo rector que ocurriría en febrero del año siguiente.El movimiento universitario traía la inercia creadora que le había dado el movimiento de 1966, su enlazamiento con las luchas universitarias nacionales de este año hasta principios de 1968 y, desde luego, gracias a la inserción marcada en el movimiento nacional estudiantil-popular de 1968. Ello había significado hechos determinantes:El derrocamiento del rector Julio Ibarra Urrea, tras de lo cual el movimiento planteó un programa de reformas jurídicas y académicas, llegando a la actualización de muchos planes y programas de estudios y a la formulación y presentación de una iniciativa de nueva Ley Orgánica.Los estudiantes y maestros habían vivido la experiencia de las luchas nacionales universitarias por la forma y democratización de la enseñanza.En septiembre de 1967 se celebró en Culiacán, Sinaloa, la primera conferencia nacional de la Central Nacional de Estudiantes Democráticos, que acuerda la Marcha Nacional Estudiantil por la Ruta de la Libertad, antecedente importante de lo que ocurriría casi inmediatamente después en todo el país.El año de 1968, desde su inicio, representó para la UAS intervención desplegada de sus estudiantes y maestros en el movimiento nacional: presencia de delegaciones estudiantiles y de la Federación de Profesores en jornadas en la capital del país –la Manifestación del Silencio, en septiembre, por ejemplo-, pero incluso el costo de presos aquí, presos en Lecumberri, acoso policiaco-militar de la institución, suspensión del subsidio por orden gubernamental, así como antes, en 1967, el gobierno del estado decretó una Ley de Becas contra la UAS, repudiada por el conjunto de la institución y echada atrás.La demanda, en 1969, de aprobación al Congreso local de la iniciativa de nueva Ley Orgánica, conteniendo tres demanda básicas: Consejo Universitario como máxima autoridad, desaparición de la Junta de Gobierno y paridad en la representación ante los órganos del gobierno universitario. La participación de la universidad en problemas sociales, como el precarismo urbano, las solicitudes de tierra por grupos campesinos, la carestía, la revaluación del suelo y la imposición de altos impuestos a las casas-habitación, que generaron iniciativas como las Brigadas Estudiantiles de Servicio Social y la organización del Frente de Defensa Popular, formado desde la universidad, lo cual echó abajo la llamada Ley de Desarrollo Urbano del gobernador Alfredo Valdez Montoya.Ese conjunto de hechos gravitará sobre la década siguiente, sea ya para que un sector de universitarios los siga abanderando como metas a conseguir; ya sea para que otros se opongan francamente a ellos; ya sea para que, incluso, en la actualidad muchos de ellos todavía sean proyectos pendientes.
1970-1972
Armientismo y antiarmientismo
La realidad de la UAS fue objeto, precisamente, del recuento, la síntesis crítica y la elaboración del Primer Congreso Estudiantil Universitario, convocado y efectuado por la FEUS en diciembre de 1969. Después, en enero de 1970, comenzaron los movimientos internos para el nombramiento de nuevo rector. En febrero, sin embargo, la universidad recibió con estupor, dada la forma inconsulta, ajena al más elemental conocimiento de los universitarios y con evidencias de una imposición gubernamental, el nombramiento de Gonzalo M. Armienta Calderón como nuevo rector de la UAS. El hecho abrupto generó un conflicto interno que se prolongaría largos y azarosos dos años, hasta abril de 1972, incluso con el costo de vidas de estudiantes universitarios.Las cosas se desarrollaron, dicho en síntesis, del siguiente modo:Sin hacer caso de la iniciativa de Ley Orgánica presentada por los universitarios desde 1969, el Congreso del estado dio pie para que la Junta de Gobierno impusiera a Armienta. Fueron dos años perdidos para la causa de una nueva universidad, consumidos en el enfrentamiento del enorme conjunto de la universidad contra un partido, el PRI, y los gobiernos estatal y federal.Hoy, cuando de nueva cuenta el doctor Armienta Calderón está de regreso en Sinaloa como secretario general del gobierno del estado, y no desaprovecha ocasión para lavar su imagen bastante percudida por el pasado como rector de la UAS, es claro que las obras del armientismo se operaron como simples adornos y mediatizaciones y que nada de lo que hizo o intentó, le quita que su rectorado haya sido de populismo, de prebendas, de corrupción, de porrismo, de fobia anticomunista, de autoritarismo (imposición, expulsiones, confrontaciones y violencia) del principio al fin.
1972-1977
Institucionalización, descomposición y depuración
Para la oportunidad promisoria que se abrió, luego de abril de 1972, tras la caída del rector Armienta y de la aprobación de la Ley Orgánica (realmente, la misma que la universidad había presentado en 1969, con algunas deformaciones), las cosas ya no serían tan claras, pues los enemigos, ahora, aparecerían dentro de la misma universidad y su movimiento.Por lo mismo, la institucionalización de los procesos también podía llamarse el poder sin poder, pues el momento que se presentó para la Universidad Autónoma de Sinaloa mostró a un movimiento que fue extinguiéndose en su propio fuego, por lo inabarcable de sus proyectos, por inviables, por la hiperpolitización de las vanguardias del propio movimiento universitario.Tres factores frustraron aquella posibilidad: 1) la hiperpolitización del movimiento universitario, resultado de la vivencias de los dos años anteriores y, sin duda, del legado nacional e internacional de la época; 2) la aparición, al seno del movimiento estudiantil, de una variante ultraizquierdista, que negaba a la universidad misma y, 3) la conducción institucional carente de una visión profunda de los cambios que ameritaba la universidad.La hiperpolitización ocasionó que la Federación de Estudiantes -en primer y último término, el dínamo de los cambios que se anunciaban pero no acababan por concretarse- cambiara el acento de su lucha de la universidad hacia el entorno social de la entidad.El discurso reformista en favor de actualizar y cambiar el contenido de los conocimientos y la forma de aprehenderlos en la UAS, casi por completo dejó de oírse, pasando a ser lo más importante para los universitarios el movimiento campesino y cuanta demanda social se levantaba en la entidad y el país (la consigna nacional de los que participábamos: “¡No queremos apertura, queremos revolución!”, lo dice todo).La corriente ultraizquierdista, que de improviso apareció en las casas del estudiante, particularmente en la “Rafael Buelna Tenorio” y en la dirección de la FEUS, tenía por caldo de cultivo la hiperpolitización, el ambiente nacional –estatal de represión y negación de libertades democráticas pero, asimismo, concepciones teóricas maximalistas por completo desarraigadas y contrarias a la universidad.Los saldos no tardarían en aparecer: la FEUS fue declarada “en la clandestinidad”, desapareciéndola y descabezando así al movimiento universitario; impusieron el autoritarismo más atroz y violento de que tengamos memoria en la universidad; trajeron caso inéditos de muertes en el campus (un maestro, un estudiante y un policía); provocaron la renuncia masiva de la administración universitaria; abortaron toda reivindicación universitaria-popular (caso del transporte urbano); dejaron una estela generalizada de confusión y desastre, propicia para todo menos para el desempeño académico. Para decirlo pronto: la secuela de ultraizquierdización duraría, pesadamente, hasta 1977.La administración del rector Marco César García Salcido, puede afirmarse que renunció a los cargos (la llamada “renuncia masiva”) y a su encargo de conducir la universidad. Cometía, así, otro serio error que profundizó la desestabilización institucional en todos los sentidos.Más triste no podía ser, tristísimo –y aún es triste recordarlo- el primer centenario de la universidad, pues, los emocionantes y dignos actos conmemorativos conducidos por la administración rectoral eran saboteados abierta y violentamente por estudiantes y maestros “enfermos”, que querían no sólo eliminar toda memoria sino ir, incluso, al extremo de destruir la universidad misma.Un acontecimiento lo dice todo: el 17 de mayo de 1973, mes y año del primer centenario de la UAS, caían abatidos a balazos por los “enfermos” –en los propios pasillos del edificio central de la institución- Carlos Humberto Guevara Reynaga, estudiante y funcionario de Difusión Cultural, y un estudiante, Pablo Ruiz.
Los rectorados del movimiento
El camposromanismo: 1973-1977
Confusión, corrupción y violencia
Aquí debo hacer un esfuerzo de comprensión y dar grandes saltos para llegar hasta la actualidad, para caracterizar los siete rectorados que siguieron de 1973 a la fecha, más un paréntesis que me es particularmente confuso y no tengo elementos para distinguirlo.Entre junio de 1973 al mismo mes de 1977 hay otro tiempo lamentablemente perdido para la UAS: la política universitaria del nuevo rector Arturo Campos Román, ni fue universitaria ni política, lo que hizo gananciosos nada máás que a los grupos del gobierno y de la corrupción.Los personajes y personalidades del momento son apenas recordables: Arturo Zama Escalante y José Barragán Gómez optaron por retirarse de la universidad, pasando a ser Sergio Gómez Montero, Jorge Villalobos López, los principales operadores políticos, ya en la Secretaría General, ya en otros cargos; Martín Dozzal Jottar, Raúl Talavera y Sergio Castañeda Herrerías, los depredadores de la extensión cultural; Arturo Bricio Espinoza, como el prototipo de los académicos que hacían de la docencia una verdadera picaresca y corruptela; Samuel Trujillo Campos, de tesorero general a impulsor político de JLP. Y los “autorrobos” a Tesorería, las reiteradas quincenas sin pago al personal.En fin, ¿qué era todo aquello si no la confusión misma, el deterioro moral, la absoluta confusión de los rumbos de la universidad, en el mejor caso? Y el rector Campos Román en el medio, impasible, incapacitado y cómplice.Durante la rectoría de Campos Román surgen el Instituto de Investigaciones de Ciencias y Humanidades (IICH actual IIES), el equipo que luego dará lugar a la Dirección de Planeación, la División de Estudios Superiores con su programa de maestrías; pero todo es fugaz y marginal cuando, entre el final de Campos Román y el principio del rectorado de Eduardo Franco, hay un hueco donde una institución sumida entre el griterío inconfundible y la penumbra, el ingeniero Sergio Moya Núñez y el licenciado Hugo F. Gómez Quiñónez, rectores interinos, tratan de poner orden, obviamente sin conseguirlo. Pasaba todo y no pasaba nada.Con Arturo Campos se consumaron otros tres hechos que serían definitivos para la historia futura de la universidad: la desaparición de la organización general de los estudiantes de larga tradición y autoridad, que fue la FEUS; el nacimiento de los sindicatos universitarios (administrativo y académico) y el protagonismo de los grupos y partidos políticos.
1977-1985
Regreso al camino de la reforma
La rectoría de Eduardo Franco, 1977-1981, abre con un gran consenso y la promesa de pacificar-reordenar, a la vez que rescatar la academia en la universidad. El balance es positivo para Franco: en medio de las infinitas dificultades supo normalizar la institución y la reencauzó; conformó nuevas opciones como el INCISA (carreras de Medicina y Odontología), Psicología y Arquitectura. Lo más interesante: lanzó y desplegó el Plan de Perfeccionamiento del Personal Académico (PPPA). Estableció un gran acuerdo entre las fuerzas políticas y los sindicatos, pero avanzó menos en la materialización de la llamada “Universidad democrática, crítica y popular”, el programa formulado por la Coalición de Fuerzas Democráticas, Progresistas y de Izquierda que hizo posible, precisamente, la rectoría de Franco.El antecedente del mandato de Jorge Medina Viedas de 1981 a 1985, es el Primer Foro Académico de 1980. El de Medina Viedas, encarnaría el proyecto más completo, visionario e interesante que la UAS haya tenido en todo este tiempo, y que en su contenido encarnó el Plan Universitario de Desarrollo (PUD). Después de librar exitosamente el intento del gobierno del estado por lograr el “exterminio lento y paulatino de la UAS”, la institución volvió a vivir un proceso de cambios —como no lo había tenido desde 1966-1969—, con eventos participativos y sujetos a calendario. Sus realizaciones no fueron pocas: en el nivel medio superior, en lo administrativo-financiero y jurídico, en la oferta educativa del nivel superior, en el acuerpamiento institucional de la investigación y el posgrado, sin precedente, y en materia cultural, definiendo —por primera vez en la historia de la universidad— una política cultural y fortaleciendo su infraestructura. Puso los cimientos físicos y morales de la Biblioteca Universitaria que simbolizó la fuerza moral de la UAS, frente al asedio del gobierno estatal de Toledo Corro. Tuvo, sin embargo, la contestación interna de grupos políticos y sindicatos; como, para variar, al final, una sucesión rectoral complicado. En definitiva, otra vez el cambio diseñado y avanzado no concluyó a cabalidad.
1985-actualidad
El punto de inflexión y el declive creciente
Con Audómar Ahumada Quintero, 1985-1989, la UAS volvió al esquema negociación/confrontación interna. Se pasó al abierto dependentismo respecto de la SEP y el gobierno del Estado. Y se politizó sobremanera la conducción institucional, que, a su vez, desaprovechó la inercia natural que llevaba el proceso de cambios desatado desde 1977 y había vivido su mejor momento en 1981-1985.Para 1989-1993, David Moreno Lizárraga, consciente y, sin duda, partidario del proceso reformista que anidaba en la institución, relanzó la propuesta del Congreso Universitario, para acometer la transformación académica. El principal error, no obstante, fue convertir la reforma en retórica que terminó por descreerse, reduciendo el congreso a un “periodo especial de sesiones” del Consejo Universitario. Un intento de reforma a la ley orgánica, fue frustrado.La gestión de Rubén Rocha Moya, 1993-1997. Es posible afirmar, no obstante, que la aprobación de una nueva Ley Orgánica, la modernización de la institución de acceder a las redes de cómputo y la obra material que pudo concretar, son hechos que abonan al reconocimiento predominantemente positivo de la comunidad universitaria y de la opinión pública en favor de Rocha Moya. Pero si su gran realización fue dotar a la UAS, en 1993, de una nueva normatividad (Ley Orgánica, Estatuto General y reglamentos especiales) que suprimía formalmente la desestabilización con la venida a menos del electorerismo, esto se hizo trizas en abril-mayo de 1997, motivo de la sucesión rectoral, y aun antes, cuando volvieron a imponerse las urgencias políticas sobre las académicas para nombrar directores y el mismo nuevo rector.Con el rectorado de Jorge Luis Guevara Reynaga (1997-2001) se profundizó en el seguimiento de la política oficial y el discurso institucional (“valores”, primeros estudios actuariales sobre jubilación dinámica, etcétera) no se reflejó en la realidad.La conducción de la UAS en 2001-2005 correspondió a Gómer Monarrez, quien a pesar de los foros que sobre la reforma se llevaron a cabo, no produjeron ningún cambio, sino la acentuación de la corrupción de los procesos sucesorios de las autoridades de la UAS y el desprestigio de la institución.En 2005-2007, con muchos juegos fatuos, se han pretendido dar golpes de timón: la aprobación de una nueva Ley Orgánica en julio de 2006 que no modifica en lo esencial la vida académica y genera una regresión en la elección de autoridades; el reflote en el tratamiento del problema de la jubilación dinámica, y algunos otros hechos. A dos años de la administración, Héctor Melesio Cuén Ojeda, sin embargo, crece un consenso del lado de la crítica y la insatisfacción ante lo realizado: los pretendidos golpes de timón han sido para retrotraer a la universidad treinta o más años todavía.Por eso sostenemos enfáticos: siendo la reforma académica, en serio y a fondo, la mejor defensa de la universidad, tal reforma en la UAS sigue estando pendiente. Volvemos, entonces, a las mismas preguntas de antaño: ¿qué falta a la UAS para figurar airosa y emergente, con valores incontrastables, en el concierto universitario nacional e internacional? ¿Dónde quedó el sueño reformista auténtico de la segunda parte de los años sesenta? Estas preguntas, entre otras muchas, deberemos responder nosotros, los militantes de todos esos movimientos desde entonces pero, sobre todo, las nuevas generaciones.
* Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa.

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