domingo, 23 de agosto de 2009

Los lectores y el trabajo

Sara Sefchovich
El Universal/23 de agosto de 2009

La semana pasada escribí en este espacio sobre lo que se puede llamar “la cultura del trabajo” que existe entre nosotros, y que son ciertas prácticas que prevalecen en el medio ambiente laboral, concretamente en el sector llamado de cuello blanco y más específicamente en el sector público. Hablé de la costumbre de faltar mucho, de estar presente pero de todos modos no trabajar o de trabajar pero hacerlo con desgano y lentitud.
Muchos lectores reaccionaron ante este escrito, tanto en correos electrónicos como en comentarios en la versión Online del periódico.
Lo interesante es que todos reconocieron verdad en el tema :“Todos lo hemos notado y sufrido” escribe un lector desde Torreón y todos estuvieron de acuerdo en que así son las cosas: “Su comentario no es nada nuevo, en este país la mayoría no hace su trabajo, si todos hicieramos lo que nos corresponde no seríamos un miserable país” afirma otro.
El reclamo principal fue lo que me faltó decir: que eso no sólo sucede en el sector público sino también en el privado: “La corrupción laboral también se da y vaya que se da en la inciativa privada”.
En varias de esas comunicaciones me mandaron ejemplos que confirmaban lo dicho. La mayoría de ellos se refería a los legisladores: “Quorum escaso a la hora de pasar lista, a media sesión es aún más escaso y si es hora de comidas o de aperitivo aún más ralo. A la hora del debate nadie presta atención, los que se quedan están ocupados con el teléfono o en amena plática con el vecino, otros se reúnen en los pasillos a comentar dios sabe qué”. El otro ejemplo reiterado es el de los maestros, que faltan mucho o llegan tarde o se la pasan en supuestas reuniones, sobre todo entre más elevado es su puesto.
El tercer grupo más señalado son los burócratas. Dos lectores me mandan listas de los pretextos que se usan para no trabajar aunque se esté físicamente en el lugar. El más novedoso consiste en salir a fumar porque en las oficinas públicas ya no se permite hacerlo. Y una lectora que me escribe desde California me hace saber a lo que se dedican quienes sí están sentados frente a sus escritorios: a mandar correos electrónicos con chistes. Dice que todos los días recibe un promedio de diez mensajes de ésta naturaleza, que se le mandan a montones de personas desde distintas oficinas del gobierno: “mensajes basura que sólo sirven para aniquilar las horas de trabajo y contribuyen con el atraso del mismo.” Su conclusión es dura pero cierta: “Ahora hay que incluir en el robo, el abuso y mal uso del sistema de cómputo del gobierno”. Un lector llega todavía más lejos al decir: “Somos un país usado y abusado sistemáticamente por la mayoría de nosotros mexicanos.”
Hay quienes intentan explicar las razones de esta forma de ser. Dos personas lo atribuyen a que antes la gente se movía y ahora la pasa sentada en un escritorio o va de aquí para allá en auto, por lo cual carecen de salud que “es la base de la productividad”, otro sostiene que es la sociedad moderna con su indiferencia hacia todo, dos culpan a “nuestros sistemas educativos que promueven la irresponsabilidad” y alguien lo achaca al imperialismo.
Varios lectores se refieren a la presión social que se desata sobre quienes pretenden actuar diferente y sí trabajar: uno afirma que despierta suspicacia, otro que se burlan de él, un tercero que lo califican de perdedor. Si retomo las respuestas de los lectores, que mucho agradezco ya que son un estímulo importante para mí, es porque me llamó la atención que es la primera vez desde que escribo en EL UNIVERSAL que nadie me dice que lo que digo es falso, siempre alguien encuentra una excepción a lo que critico, denuncio, opino. No así en esta ocasión.
Dicen que la unanimidad es sospechosa, pero en este caso sin embargo, lo terrible es que la unanimidad no es conmigo sino con una triste realidad del país que no hay un solo ciudadano que no reconozca y lamente profundamente: “El colectivo está totalmente alienado por las costumbres, me temo mucho que quizá no haya solución”, dice un lector.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM

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