lunes, 31 de agosto de 2009

La palabra y el país

Sara Sefchovich
El Universal/30 de agosto de 2009

El lector Ernesto Partida me mandó un correo electrónico para darme a conocer una carta que le escribió al publicista Carlos Alazraki, en la cual le comunica su desacuerdo con la forma como conduce su programa de televisión.
La razón de su molestia y el centro de su reclamo es “que todos tus invitados se la pasen hablando del México jodido”. Dice: “Todo lo que sale de nuestra boca o de nuestra pluma es un acto de creación, si hablamos de la jodidez de México, es algo que estamos creando y si esto lo mencionas en un programa de televisión, es algo que estás transmitiendo a miles o a millones de personas en todo el país”. Y le sugiere “hablar de cómo crear la riqueza en México”: “Ya no hagas preguntas que sólo estimulan el pesimismo. Mejor haz preguntas que estimulen el optimismo”.
Lo que dice esta persona forma parte de una tendencia a culpar de los males del país a quienes hablan de ellos, como si las palabras no recogieran la realidad sino que la crearan.
Se trata de una idea que está presente en muchas culturas de la humanidad y que se expresó con gran fuerza en la Edad Media, cuando los cabalistas sostenían que dado que el mundo fue creado por una palabra, entonces la palabra es creadora de realidad. Y lo contrario: si no se habla de algo, ese algo no existe.
Por eso hoy el mantra de quienes defienden el pensamiento “positivo” consiste en que nada más se debe hablar de lo “bueno”. Esto se puede ver en los libros de autoayuda y en una película que ha tenido gran éxito, llamada El secreto, según la cual cada persona puede invocar la riqueza y el bienestar si se esfuerza en pensarlo y ponerlo en palabras y, sobre todo, si evita pensar en y hablar de “lo malo”.
Sin embargo, también existe una perspectiva que supone exactamente lo contrario: que si se dice lo malo, se le saca, se le exorciza, se le hace perder su fuerza.
Es también un modo de pensar presente en muchas culturas en las que se le recitan las penas a santos, árboles o muñequitos, que se quedan con ellas liberando así al portador de las mismas. Es la base de la confesión religiosa y el sustento del sicoanálisis freudiano, según el cual la palabra tiene poder curativo. Y hoy, en esos cursos para aprender a perdonar y a ser feliz que tanto se han puesto de moda, se pide a las personas que escriban una carta o griten sus agravios a alguien que actúa como el agraviador y de esa manera se los sacan de adentro y una vez afuera dejan de hacerles daño.
Cualquiera que sea el camino que se decida creer, lo que queda claro es que le asignamos enorme peso a la palabra. Pero lo que sigue sin resolverse es la cuestión de la realidad.
Para algunos, ese concepto se refiere a aquello que existe independientemente de quien lo mira o escucha, “la cosa en sí misma” según Krieger, “una cualidad propia de los fenómenos que reconocemos como independiente de nuestra volición”, dicen Berger y Luckmann. Para otros, en cambio, ella no existe más que por la percepción que tenemos: “la cosa para nosotros”, según Lewis. Y algunos llegan más lejos hasta afirmar que, dado que dicha percepción necesariamente se realiza a través del lenguaje, filtro inevitable y única forma de captarla, resulta que la realidad termina siendo la palabra.
Así las cosas en el complejo mundo de las definiciones, no hallo respuesta y en cambio me queda la duda: si (siguiendo el primero de los caminos) no se dice lo mal que está México, ¿ya por eso no lo va a estar? Y al revés si (siguiendo el segundo de los caminos) se dice un millón de veces lo mal que está México, ¿ya por eso se va a componer? Y lo contrario también: si se dice que el país está de maravilla (lo dicen una y otra vez nuestros funcionarios), ¿ya por eso lo está? O al revés, si se dice que el país está muy mal (como hacemos una y otra vez muchos de nosotros), ¿ya por eso lo está?
Mi pregunta entonces es: ¿no hay acaso una realidad independiente de lo que decimos? ¿No están allí la pobreza, la inseguridad, la riqueza, las lluvias que no caen y todo lo que estamos viviendo, así lo digamos o no lo digamos?
Escritora e investigadora en la UNAM

No hay comentarios: