Excélsior/22 de febrero de 2009
Excélsior cabeceó con agudeza: “Arde la frontera”. Esas tres palabras resumen el grave conflicto en que México está hundido. No pasa un día sin que haya muertos a granel, las bajas militares preocupan, encuentros armados que aterran, todo ello en el umbral de una crisis económica de enorme envergadura. El enfrentamiento entre soldados, policías federales y narcotraficantes, ocurrido en Reynosa, es una muestra más de la incapacidad gubernamental para resolver el problema y de nuevo traernos la paz. Llama la atención que el discurso oficial siga siendo de un optimismo torpe. No hay grandeza en la actuación de nuestros políticos. Si supieran algo de historia podrían recordar a Churchill cuando advertía a los ingleses que habría sufrimiento, sangre, lágrimas para vencer al poderoso Eje. Aquí, vaya ridiculez, es inevitable pensar en el filme de Steven Spielberg, Jaws (Tiburón), donde un monstruoso escualo devora bañistas, mientras las autoridades guardan silencio para no ahuyentar al turismo. ¿No han visto a funcionarios charlatanes diciendo que todo está mal menos las playas, donde todo el mundo está a salvo del narcotráfico? Desconcierta Patricia Espinosa negando el clima de violencia. ¿Dónde vive? Más de mil muertos entre ejecutados y bajas en menos de dos meses y un presidente responsabiliza a los gobernadores. Ésta es la mala noticia.
En septiembre pasado estuve en los países nórdicos. En dos ocasiones, una en inglés y otra en un noticiario en francés, se ocuparon de México y sus problemas más agudos. Comentaban un discurso de Felipe Calderón donde declaraba la guerra al narcotráfico de modo contundente, muy en su estilo. Las opiniones eran lacónicas y severas: Es una guerra que tiene perdida. Acertaron, sobre todo si pensamos que de entonces a la fecha no sólo se ha incrementado el combate sino que los narcotraficantes se han hecho audaces y, algo peor, eficaces. En Reynosa, durante más de tres horas utilizaron armas de alto poder, granadas y morteros. Mientras el enfrentamiento ocurría, y el número de muertos aumentaba, en Nuevo Laredo y Monterrey civiles embozados exigían la inmediata salida del Ejército; cientos de personas se manifestaron contra las autoridades. De pronto, los cárteles mostraban su organización y poderío, ello nos obliga a repensar la propuesta de legalizar la droga. Según la ONU, en México en un lapso de seis años se duplicó el consumo de cocaína y la organización de los narcos casi consigue calidad de Estado, con funcionarios y ejército.
Ello no debe asombrarnos, el narcotráfico asusta, asesina, pero también protege a los suyos, a quienes le son útiles y que, de muchas maneras, nos permite hablar de infiltraciones hasta en las instituciones más sólidas del país. Así como AMLO recorre México haciendo un elemental populismo de dádivas y Calderón se apoya en un discurso populista conservador, los cárteles utilizan ese mismo medio para promover simpatías, sólo que ellos sí reparten grandes sumas, invierten pervirtiendo aquí y allá, no las ridiculeces que los políticos prometen. Hay, pues, una suerte de narcopopulismo.
Los gobiernos del continente, incluido el estadunidense, no tienen una sólida capacidad para eliminar el mundo de las drogas. Fidel Castro, en su lucha por derrocar a Batista y luego sacar de Cuba a EU, dijo alguna vez: “Sí, hemos aprendido, pero también el enemigo aprende”. Y ello es evidente no sólo en la capacidad de fuego de los traficantes de droga sino en sus tácticas, en el hecho de que no son más del viejo estilo sino que van a escuelas y se mezclan con la sociedad. Los de corte antiguo adoran a Malverde y gustan de los narcocorridos. Los nuevos hablan perfectamente inglés, visten con discreción, lavan dinero con eficacia y son excelentes en el manejo de negocios de apariencia normal.
Sí, arde la frontera norte, pero también arden otras zonas del país y en la capital se pasa rápidamente del narcomenudeo a las grandes operaciones, bajo un discurso que suele echarle la culpa de los males al gobierno federal, en tanto afirman que en el DF no hay delincuentes ni dificultades mayores.
Pero también hay excelentes noticias. Ninguna, desde luego, es capaz de evitar los escándalos cada vez más frecuentes en el gobierno de Calderón, como el de Luis Téllez y Purificación Carpinteyro, y la visible incapacidad que rodea al partido en el poder. En el plácido y hermoso Chicontepec, en Veracruz, acaban de encontrar uno de los mayores yacimientos petroleros del país. Claro, es un gran alivio. En plena crisis, con un gobierno torpe y bisoño, asimismo corrupto, donde el catastrofismo quita el sueño, ahora nos salen recursos fabulosos.
Pero hay un par de problemas. México carece de la alta tecnología para extraerlo en una zona compleja y todavía no se sabe cómo reaccionarán los afortunados habitantes de Chicontepec ante la segura destrucción de su entorno natural a cambio de las migajas que paga Pemex.
http://www.reneavilesfabila.com.mx/
En septiembre pasado estuve en los países nórdicos. En dos ocasiones, una en inglés y otra en un noticiario en francés, se ocuparon de México y sus problemas más agudos. Comentaban un discurso de Felipe Calderón donde declaraba la guerra al narcotráfico de modo contundente, muy en su estilo. Las opiniones eran lacónicas y severas: Es una guerra que tiene perdida. Acertaron, sobre todo si pensamos que de entonces a la fecha no sólo se ha incrementado el combate sino que los narcotraficantes se han hecho audaces y, algo peor, eficaces. En Reynosa, durante más de tres horas utilizaron armas de alto poder, granadas y morteros. Mientras el enfrentamiento ocurría, y el número de muertos aumentaba, en Nuevo Laredo y Monterrey civiles embozados exigían la inmediata salida del Ejército; cientos de personas se manifestaron contra las autoridades. De pronto, los cárteles mostraban su organización y poderío, ello nos obliga a repensar la propuesta de legalizar la droga. Según la ONU, en México en un lapso de seis años se duplicó el consumo de cocaína y la organización de los narcos casi consigue calidad de Estado, con funcionarios y ejército.
Ello no debe asombrarnos, el narcotráfico asusta, asesina, pero también protege a los suyos, a quienes le son útiles y que, de muchas maneras, nos permite hablar de infiltraciones hasta en las instituciones más sólidas del país. Así como AMLO recorre México haciendo un elemental populismo de dádivas y Calderón se apoya en un discurso populista conservador, los cárteles utilizan ese mismo medio para promover simpatías, sólo que ellos sí reparten grandes sumas, invierten pervirtiendo aquí y allá, no las ridiculeces que los políticos prometen. Hay, pues, una suerte de narcopopulismo.
Los gobiernos del continente, incluido el estadunidense, no tienen una sólida capacidad para eliminar el mundo de las drogas. Fidel Castro, en su lucha por derrocar a Batista y luego sacar de Cuba a EU, dijo alguna vez: “Sí, hemos aprendido, pero también el enemigo aprende”. Y ello es evidente no sólo en la capacidad de fuego de los traficantes de droga sino en sus tácticas, en el hecho de que no son más del viejo estilo sino que van a escuelas y se mezclan con la sociedad. Los de corte antiguo adoran a Malverde y gustan de los narcocorridos. Los nuevos hablan perfectamente inglés, visten con discreción, lavan dinero con eficacia y son excelentes en el manejo de negocios de apariencia normal.
Sí, arde la frontera norte, pero también arden otras zonas del país y en la capital se pasa rápidamente del narcomenudeo a las grandes operaciones, bajo un discurso que suele echarle la culpa de los males al gobierno federal, en tanto afirman que en el DF no hay delincuentes ni dificultades mayores.
Pero también hay excelentes noticias. Ninguna, desde luego, es capaz de evitar los escándalos cada vez más frecuentes en el gobierno de Calderón, como el de Luis Téllez y Purificación Carpinteyro, y la visible incapacidad que rodea al partido en el poder. En el plácido y hermoso Chicontepec, en Veracruz, acaban de encontrar uno de los mayores yacimientos petroleros del país. Claro, es un gran alivio. En plena crisis, con un gobierno torpe y bisoño, asimismo corrupto, donde el catastrofismo quita el sueño, ahora nos salen recursos fabulosos.
Pero hay un par de problemas. México carece de la alta tecnología para extraerlo en una zona compleja y todavía no se sabe cómo reaccionarán los afortunados habitantes de Chicontepec ante la segura destrucción de su entorno natural a cambio de las migajas que paga Pemex.
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