Excélsior/17 de febrero de 2009
Desde que llegó el concepto y se generalizó la idea de que nos encontramos con un tipo de gobierno fallido en el país, los jerarcas del PAN están obsesionados por demostrar que con discursos se puede tapar el sol de su ineficacia, y la misma obsesión ronda la casona de Bucareli, desluce los discursos de Felipe Calderón y permea en algunos miembros de su gabinete.
¿Qué características tiene el gobierno fallido mexicano? Primero, que no se ha generalizado en el conjunto del aparato del Estado, sino es demostración exclusiva del gobierno federal y de sus principales representantes políticos. Muchas instituciones que componen el Estado mexicano están funcionando y siguen mostrando su fortaleza, ofrecen identidad y seguridad, pluralidad, anclaje histórico y siguen siendo un referente de las posibilidades que tienen un proyecto nacional original, aun en las condiciones precarias o limitadas en las que muchas se encuentran. Segundo, que desde la perspectiva de su operación, el gobierno fallido presenta una severa y sostenida incapacidad para enfrentar la violencia y el crimen organizado, el manejo de una crisis especulativa y económica impuesta, pero ya muy bien enraizada en el país, o con el fin de realizar propuestas que hagan avanzar la participación democrática de la ciudadanía, para hacer prevalecer la vigencia de los derechos humanos y su pleno respeto.
En materia económica, la transnacionalización rampante ya está ocurriendo en las telecomunicaciones y otros sectores estratégicos; hay una tasa enorme de desempleo entre los jóvenes, profesionistas y adultos, sobre todo mujeres; inflación y pérdida del poder adquisitivo, precios que atentan contra la economía popular; la depreciación del peso frente a las monedas más importantes con las que se realizan transacciones cotidianas y la manera negativa como eso está impactando la balanza comercial y de pagos; la rebelión de los magnates y las infantiles respuestas de los principales voceros gubernamentales; la perspectiva “catastrofista” que se vislumbra para el segundo semestre del año y hacia el emblemático 2010.
La militarización de los principales puestos y plazas policiacas en gran parte del país, el fenómeno de los encapuchados del norte que se organizan en bandas de agitadores y provocadores sin ley vinculados con el narcotráfico, los decapitados y decapitadas de todos los días, las venganzas, el asesinato de militares, la represión que se desata ante cualquier protesta, la cárcel o la desaparición de dirigentes políticos y de disidentes, el espaldarazo a la impunidad que se ha cometido con la resolución del caso de Atenco.
Ninguna reforma política ni mecanismos a la vista que puedan augurar alguna certidumbre sobre el manejo de las boletas en las próximas elecciones. Por el contrario, signos ominosos de que habrá manipulación mediática, flaqueza en las decisiones frente a los poderes, tibieza ante los reclamos, dinero sin control, acciones extremas de un gobierno desesperado que pierde elección tras elección.
Con el sainete de que puede haber “reformas profundas”, no hay visos, sin embargo, de que esto ocurra en el mediano plazo, con los tiempos políticos y económicos que tenemos, aun cuando éstas tuvieran algún sentido de realidad. Efectivamente, todavía no se ha llegado al Estado fallido, pero de que tenemos un gobierno de ese talante que está haciendo hasta la imposible por complicar la vida nacional, no hay duda de que se avanza hacia allá.
didrik@servidor.unam.mx
¿Qué características tiene el gobierno fallido mexicano? Primero, que no se ha generalizado en el conjunto del aparato del Estado, sino es demostración exclusiva del gobierno federal y de sus principales representantes políticos. Muchas instituciones que componen el Estado mexicano están funcionando y siguen mostrando su fortaleza, ofrecen identidad y seguridad, pluralidad, anclaje histórico y siguen siendo un referente de las posibilidades que tienen un proyecto nacional original, aun en las condiciones precarias o limitadas en las que muchas se encuentran. Segundo, que desde la perspectiva de su operación, el gobierno fallido presenta una severa y sostenida incapacidad para enfrentar la violencia y el crimen organizado, el manejo de una crisis especulativa y económica impuesta, pero ya muy bien enraizada en el país, o con el fin de realizar propuestas que hagan avanzar la participación democrática de la ciudadanía, para hacer prevalecer la vigencia de los derechos humanos y su pleno respeto.
En materia económica, la transnacionalización rampante ya está ocurriendo en las telecomunicaciones y otros sectores estratégicos; hay una tasa enorme de desempleo entre los jóvenes, profesionistas y adultos, sobre todo mujeres; inflación y pérdida del poder adquisitivo, precios que atentan contra la economía popular; la depreciación del peso frente a las monedas más importantes con las que se realizan transacciones cotidianas y la manera negativa como eso está impactando la balanza comercial y de pagos; la rebelión de los magnates y las infantiles respuestas de los principales voceros gubernamentales; la perspectiva “catastrofista” que se vislumbra para el segundo semestre del año y hacia el emblemático 2010.
La militarización de los principales puestos y plazas policiacas en gran parte del país, el fenómeno de los encapuchados del norte que se organizan en bandas de agitadores y provocadores sin ley vinculados con el narcotráfico, los decapitados y decapitadas de todos los días, las venganzas, el asesinato de militares, la represión que se desata ante cualquier protesta, la cárcel o la desaparición de dirigentes políticos y de disidentes, el espaldarazo a la impunidad que se ha cometido con la resolución del caso de Atenco.
Ninguna reforma política ni mecanismos a la vista que puedan augurar alguna certidumbre sobre el manejo de las boletas en las próximas elecciones. Por el contrario, signos ominosos de que habrá manipulación mediática, flaqueza en las decisiones frente a los poderes, tibieza ante los reclamos, dinero sin control, acciones extremas de un gobierno desesperado que pierde elección tras elección.
Con el sainete de que puede haber “reformas profundas”, no hay visos, sin embargo, de que esto ocurra en el mediano plazo, con los tiempos políticos y económicos que tenemos, aun cuando éstas tuvieran algún sentido de realidad. Efectivamente, todavía no se ha llegado al Estado fallido, pero de que tenemos un gobierno de ese talante que está haciendo hasta la imposible por complicar la vida nacional, no hay duda de que se avanza hacia allá.
didrik@servidor.unam.mx
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