viernes, 13 de febrero de 2009

Catastrofismo

José Fernández Santillán
El Universal/13 de febrero de 2009

Fue el presidente Felipe Calderón el que alborotó la gallera al tomar la palabra en la conmemoración del 92 aniversario de la Constitución de 1917. Pidió no caer en “catastrofismo”. En las dos semanas que han corrido desde ese 5 de febrero el rebumbio no ha cesado. Más bien va en aumento. Carlos Slim le reviró en el foro “México ante la crisis. ¿Qué hacer para crecer?”, organizado por el Congreso de la Unión, al afirmar: “No quiero ser catastrofista, pero hay que prepararse para prever y no estar viendo las consecuencias después y estar llorando”. Para el magnate el desempleo va a incrementarse sensiblemente, y muchas empresas van a cerrar.
No puede haber contraste más radical acerca de lo que estamos viviendo y lo que nos espera. No tomo partido ni por uno ni por otro. Lo que pretendo mostrar es lo sintomático de estos antagonismos en momentos de crisis mayores. Remo Bodei en su libro Descomposiciones (1987), descubrió ciertas constantes en los periodos de borrasca.
Su planteamiento nos cae a la medida: en medio del descontrol los opuestos parecen tener su propia realidad y verdad; pero también su irracionalidad y mentira. El entendimiento se nubla. La búsqueda de algún remedio se vuelve espasmódica. Ante hechos que no se logran comprender e interpretar, los horizontes se estrechan. Las interpretaciones se vuelven reiterativas e intrascendentes. Abundan los pontificadores y objetores de conciencia.
Nos encontramos no solamente ante una crisis económica, sino principalmente delante de una crisis moral. En momentos como éste, sigue diciendo Bodei, el apego a las costumbres cubre el expediente formal, pero ya no hay identificación con las creencias tradicionales. La senilidad de las estructuras sociales hace, de una parte, que los hábitos del poder se endurezcan; pero, de otra parte, esas estructuras irremediablemente tienden a ceder ante el propio ciclo biológico que concluye.
Por más remedios terapéuticos que se le procuran, el sistema de poder no logra mantenerse en pie. La lozanía se desvaneció; en un santiamén apareció la decrepitud de las formas políticas y económicas. Viene a modo la frase escrita por Marx al inicio de El dieciocho brumario (1852): “Todo un pueblo que creía haberse dado un impulso acelerado por medio de una revolución se encuentra de pronto retrotraído a una época fenecida”.
No sé si estos sean síntomas de alguna catástrofe en arribo, pero sí de decadencia.
jfsantillan@itesm.mx
Académico del Tecnológico de Monterrey (CCM)

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