miércoles, 4 de febrero de 2009

Un espectáculo contra la historia

Axel Didriksson
Excélsior/3 de febrero de 2009

Durante esta semana se tensarán aún más las posturas alrededor del espectáculo de luz y sonido, que ha alterado de manera definitiva el sitio arqueológico de Teotihuacán. Entre otras cosas habrá una “toma” del lugar, muchas protestas, declaraciones y también la movilización de quienes se consideran los beneficiarios turísticos del mismo.
La historia frente a la lógica del entretenimiento, la frialdad baladí ante la identidad que queda de una nación, la defensa del patrimonio frente a la desvergüenza de una burocracia superficial. En los hechos, se ha destruido, con orificios y montajes, la Pirámide de la Luna y la del Sol, y quienes decidieron hacerlo a favor de su barbarie mediática, han violentado la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, así como innumerables disposiciones legales y no han tomado en cuenta la opinión de investigadores, trabajadores y expertos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) ni la demanda explícita formulada por la UNESCO, y siguen como si nada con una decisión que, en vez de cuidar y preservar un legado histórico, busca hacerlo objeto efímero de fantasías.
Según los investigadores y los trabajadores del INAH, el daño al patrimonio es tal que deben fincarse responsabilidades inmediatas a las autoridades que lo están promoviendo. Otros académicos han dicho que el beneficio del montaje de luz y sonido, como ha ocurrido en otros sitios arqueológicos, será para algunos cuantos particulares y no para la población de la zona ni tendrá el impacto en el desarrollo social o económico que se promueve.
Ello contrasta con la espontaneidad multitudinaria y la aceptación con la que fueron acogidos los actos del Año Internacional de la Astronomía, así como la “noche de las estrellas” que se llevó a cabo hace unos días en el Zócalo de la Ciudad de México, en distintos lugares del país y en diversas instituciones de educación superior. Miles de personas gozaron de las explicaciones de los científicos, se reconocieron entre sí al observar todo lo que se pudo, con el mismo cielo de nuestros antepasados. El espectáculo fue gratuito, abierto, de amplio beneficio cultural y educativo, y lo organizaron de manera cooperativa la UNAM, el IPN, diversas dependencias del Gobierno de Distrito Federal y los investigadores y los astrónomos.
Son dos maneras distintas de ver el país, la ciencia, la educación, la historia, nuestro patrimonio y nuestra cultura. Para unos está por encima el dinero que beneficiará a unos cuantos, la decisión política que genera una inversión mediática, el entretenimiento sustentado en una imagen de ficción sobre nuestro pasado. Para otros, para nosotros, el patrimonio arqueológico debe ser preservado y no vendido, tiene que ser un motivo de aprendizaje constante, de reflexión sobre nuestro devenir, para ponerlo a la vista de todos tal como está, porque de por sí ya es una sofisticación y una complejidad descubrirlo todos los días.
Algunos dirán que son muestras de la crisis civilizatoria que vivimos, parte de una crisis económica que quiere ser aprovechada a como dé lugar, el cambio de valores cargado hacia la vanidad, la arrogancia, la superficialidad y la frivolidad, la mercantilización del tiempo en medio de la violencia y la crueldad. La industria del entretenimiento lo quiere todo, las campañas políticas, los sitios arqueológicos, todos los productos y todos los servicios, las decisiones de los ciudadanos y convertir lo ilegal en una forma criminal de distracción.
didrik@servidor.unam.mx

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