El Universal/24 de febrero de 2009
Ante una realidad de violencia y crisis económica que se impone con fuerza, vemos que el discurso político del gobierno está subiendo de tono y se ha descontrolado. El país está amenazado por varios frentes: los datos duros de la crisis económica impactan todos los días con más desempleo, deterioro de la economía familiar, quiebras y fraudes, baja el PIB, se cae el petróleo, de devalúa el peso. En otro frente, la guerra contra el narcotráfico extiende sus marcas de sangre y la estadística de muertes llega a las mil en los primeros 51 días de este negro 2009 (EL UNIVERSAL, 21/II/09).
La mesura de los primeros tiempos del sexenio ha desaparecido y la prudencia de la política de comunicación se ha resquebrajado: si al inicio del sexenio sólo Felipe Calderón daba la nota, ahora desde cualquier parte del gabinete surge una declaración escandalosa. Tenemos un gobierno declarador.
En los últimos días ha habido varias notas escandalosas. La canciller Patricia Espinosa quiso ponerle buena cara al país, minimizó la crisis de seguridad y manipuló la información para decir que el problema con el narco sólo estaba en tres estados (Baja California, Sinaloa y Chihuahua).
Con esta declaración surgieron dos complicaciones adicionales: la evidencia de una manipulación que esconde lo que pasa en el DF, Michoacán, Guerrero, Tamaulipas, Coahuila, Quintana Roo, Durango, estado de México y otros territorios del país; y, además, el gobernador de Chihuahua (quien acaba de sufrir un atentado) reclamó en un desplegado que el problema sea minimizado; al día siguiente, el secretario de Gobernación respondió al gobernador y, en otro desplegado, afirmó que la situación de ese estado del norte no se replica en la mayoría del territorio nacional. En suma, entre diferentes niveles de gobierno litigan sobre la abrumadora dimensión del problema que ha dejado la guerra contra el narco.
Al mismo tiempo, el secretario de Economía, tan anónimo como sus políticas, quiso tener sus minutos de fama y en una declaración desde París dijo que si no se hubiera emprendido esta guerra contra el narcotráfico, el próximo presidente del país “sería narco”. La estridencia de esta especulación generó alboroto en la granja política y hubo respuestas múltiples. El extrañamiento vino incluso desde las filas del partido gobernante.
Unos días después, para hacer control de daños, los panistas empezaron a circular la versión de que había un complot en contra del gobierno. Para seguir estirando la cuerda de las declaraciones, durante la celebración del día del Ejército, el Presidente volvió a los adjetivos y llamó cobardes a los que se escudan en mujeres y niños para detener la acción militar en contra del narco.
Parece que ante lo duro de la situación, la Presidencia ha decidido que la mejor táctica es subir el tono del discurso y poner adjetivos de por medio. Así sucedió tan sólo unos días atrás, cuando se desató otra polémica en contra de los críticos; así, a los que no comparten el optimismo naif de este gobierno se les denomina catastrofistas, como al empresario Carlos Slim, al que sí se le linchó desde el gobierno mediante una sistemática descalificación que empezó el secretario del Trabajo.
Pero no sólo se trata de un gobierno declarador que ha subido el tono, sino de escándalos que se destapan por conversaciones de otro integrante del gabinete, Luis Téllez. Conversaciones comprometedoras del secretario de Comunicaciones y Transportes en las que no se muestra nada que no sea muy conocido, pero sí se logra ver el modo de operación política de este gobierno. Lo menos que dice Téllez es que extraña al PRI, pero quizá lo más importante es la forma de jugar con intereses, usar el cargo para manipular información y comprometer a su jefe. Un declarador in fraganti. No es la primera vez que sucede un escándalo con alguno de los secretarios de Estado, en los que puede variar la intensidad y las circunstancias, pero hay una constante: la permanencia en el cargo.
Mientras el gobierno declara y se enreda, se inicia un ambiente electoral con una gran cantidad de spots y descalificaciones en la clase política, pero con poca claridad sobre los problemas reales; quizá por esa razón no se logra capturar el interés de una ciudadanía agobiada por la crisis y temerosa por su seguridad.
Investigador del CIESAS
La mesura de los primeros tiempos del sexenio ha desaparecido y la prudencia de la política de comunicación se ha resquebrajado: si al inicio del sexenio sólo Felipe Calderón daba la nota, ahora desde cualquier parte del gabinete surge una declaración escandalosa. Tenemos un gobierno declarador.
En los últimos días ha habido varias notas escandalosas. La canciller Patricia Espinosa quiso ponerle buena cara al país, minimizó la crisis de seguridad y manipuló la información para decir que el problema con el narco sólo estaba en tres estados (Baja California, Sinaloa y Chihuahua).
Con esta declaración surgieron dos complicaciones adicionales: la evidencia de una manipulación que esconde lo que pasa en el DF, Michoacán, Guerrero, Tamaulipas, Coahuila, Quintana Roo, Durango, estado de México y otros territorios del país; y, además, el gobernador de Chihuahua (quien acaba de sufrir un atentado) reclamó en un desplegado que el problema sea minimizado; al día siguiente, el secretario de Gobernación respondió al gobernador y, en otro desplegado, afirmó que la situación de ese estado del norte no se replica en la mayoría del territorio nacional. En suma, entre diferentes niveles de gobierno litigan sobre la abrumadora dimensión del problema que ha dejado la guerra contra el narco.
Al mismo tiempo, el secretario de Economía, tan anónimo como sus políticas, quiso tener sus minutos de fama y en una declaración desde París dijo que si no se hubiera emprendido esta guerra contra el narcotráfico, el próximo presidente del país “sería narco”. La estridencia de esta especulación generó alboroto en la granja política y hubo respuestas múltiples. El extrañamiento vino incluso desde las filas del partido gobernante.
Unos días después, para hacer control de daños, los panistas empezaron a circular la versión de que había un complot en contra del gobierno. Para seguir estirando la cuerda de las declaraciones, durante la celebración del día del Ejército, el Presidente volvió a los adjetivos y llamó cobardes a los que se escudan en mujeres y niños para detener la acción militar en contra del narco.
Parece que ante lo duro de la situación, la Presidencia ha decidido que la mejor táctica es subir el tono del discurso y poner adjetivos de por medio. Así sucedió tan sólo unos días atrás, cuando se desató otra polémica en contra de los críticos; así, a los que no comparten el optimismo naif de este gobierno se les denomina catastrofistas, como al empresario Carlos Slim, al que sí se le linchó desde el gobierno mediante una sistemática descalificación que empezó el secretario del Trabajo.
Pero no sólo se trata de un gobierno declarador que ha subido el tono, sino de escándalos que se destapan por conversaciones de otro integrante del gabinete, Luis Téllez. Conversaciones comprometedoras del secretario de Comunicaciones y Transportes en las que no se muestra nada que no sea muy conocido, pero sí se logra ver el modo de operación política de este gobierno. Lo menos que dice Téllez es que extraña al PRI, pero quizá lo más importante es la forma de jugar con intereses, usar el cargo para manipular información y comprometer a su jefe. Un declarador in fraganti. No es la primera vez que sucede un escándalo con alguno de los secretarios de Estado, en los que puede variar la intensidad y las circunstancias, pero hay una constante: la permanencia en el cargo.
Mientras el gobierno declara y se enreda, se inicia un ambiente electoral con una gran cantidad de spots y descalificaciones en la clase política, pero con poca claridad sobre los problemas reales; quizá por esa razón no se logra capturar el interés de una ciudadanía agobiada por la crisis y temerosa por su seguridad.
Investigador del CIESAS
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