Excélsior/25 de febrero de 2009
NUEVA YORK.- Pienso que la globalización cultural es más profunda de lo que parece a primera vista. Hay una tendencia a la homologación (isomorfismo, le llaman algunos) de instituciones políticas que, aunque provengan de una matriz externa, constituyen logros para la democracia, como el acceso a la información gubernamental y la transparencia, así como reformas electorales y judiciales.
Muchas veces me he preguntado si vale la pena que los académicos mexicanos vengan a Estados Unidos a discutir sus diferencias políticas; además, teniendo como árbitros a profesores de este país o de otras latitudes. La respuesta siempre ha sido positiva, aunque las consecuencias prácticas en México tal vez sean imperceptibles.
El viernes 20 de febrero, 14 panelistas y tres docenas de asistentes, mexicanos, estadunidenses y de otras nacionalidades, participaron en el seminario Desafíos a la Reforma del Estado en México: Transparencia, Elecciones y Justicia Penal, que organizaron el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Columbia. La noche anterior hubo un panel en el que participaron los políticos mexicanos Santiago Creel y Porfirio Muñoz Ledo, pero como tenía clases a esa hora me salvé de escucharlos, aunque no del todo pues el viernes hicieron comentarios en el foro.
Aun en una exploración superficial, uno encuentra que en la historia institucional de América Latina y de México ha habido un proceso de adaptación de instituciones extranjeras. Primero fueron impuestas por España y Portugal; después de la Independencia por imitación (el Código Napoleónico o la escuela lancasteriana, por ejemplo), que luego sellaron la dependencia estructural de la región, según los teóricos neomarxistas de los años 70. Pero hoy la globalización implica procesos más complejos, los países también importan ideas.
Los temas que los conferenciantes trataron siempre generan controversia, aunque hubo ciertos acuerdos básicos. Por ejemplo, hay progreso notable en el escrutinio público de la obra del gobierno, en especial desde la creación del Instituto Federal de Acceso a la Información Pública, pero falta mucho por hacer. El déficit principal es que no hay una liga orgánica entre la transparencia, la rendición de cuentas y la punición de los delitos. Tampoco ha disminuido la costumbre de la mordida y ciertas dependencias oficiales se distinguen por sus trucos para negar información.
Lo mismo sucede con las reformas electorales, hay avances y retrocesos. Lo más sobresaliente del debate en este foro, a mi parecer, fue la advertencia que hizo un académico estadunidense de no abusar de la retórica del Estado fallido. En su opinión, México está muy lejos de calificar para ello: hay más de 125 países con problemas más graves. También sugirió no sobrecargar al Instituto Federal Electoral con tareas que rebasan su capacidad. Eso de ponerlo de censor y distribuidor de tiempo en radio y televisión para los partidos políticos le resta legitimidad.
Aunque prospera la demanda de que se establezcan los juicios orales, como la piedra angular de la reforma del sistema judicial, tampoco está libre de obstáculos, en especial de los que se oponen, quienes se benefician del sistema actual, lento, burocrático e injusto. El problema principal de la justicia está en su procuración (y la corrupción de policías y jueces, de la que casi nadie habló, pero que todo el mundo dio por sentado). Parece que hay una tendencia en el orbe a homologar los sistemas de procuración de justicia para hacer frente al narcotráfico y al crimen organizado; la propuesta dominante es poner en línea los sistemas jurídicos latinoamericanos con el de Estados Unidos.
Douglas Chalmers, un profesor de ciencia política de la Universidad de Columbia, señaló las carencias de la construcción democrática en México. “Las elecciones son el martillo de la democracia” —expresó— “pero sus herramientas son los procesos cotidianos de convivencia, justicia, equidad, transparencia y rendición de cuentas.” Para ello, agrego por mi parte, el país requiere una masa de ciudadanos educados en los valores y hábitos de la democracia. Por ello pienso que la reforma de la educación es tan importante como las demás; aquélla sería el garante de la reforma del Estado en el plazo largo.
Más allá de los intercambios entre colegas, en estos foros se producen debates donde la mayoría de los participantes se ven forzados a ampliar sus horizontes. Y uno encuentra (o lo ratifica, si ya lo sabía) que la globalización deja de ser un referente lejano para tomar carta de naturalización en asuntos concretos. En la discusión de la semana pasada, los académicos no mexicanos sugirieron analizar esas reformas en el contexto global, ya que no son privativas de México. Los conflictos en las instituciones políticas locales, sin embargo, explican qué tanto avanzan y qué formas pueden tomar.
Carlos.Ornelas10@gmail.com
Muchas veces me he preguntado si vale la pena que los académicos mexicanos vengan a Estados Unidos a discutir sus diferencias políticas; además, teniendo como árbitros a profesores de este país o de otras latitudes. La respuesta siempre ha sido positiva, aunque las consecuencias prácticas en México tal vez sean imperceptibles.
El viernes 20 de febrero, 14 panelistas y tres docenas de asistentes, mexicanos, estadunidenses y de otras nacionalidades, participaron en el seminario Desafíos a la Reforma del Estado en México: Transparencia, Elecciones y Justicia Penal, que organizaron el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Columbia. La noche anterior hubo un panel en el que participaron los políticos mexicanos Santiago Creel y Porfirio Muñoz Ledo, pero como tenía clases a esa hora me salvé de escucharlos, aunque no del todo pues el viernes hicieron comentarios en el foro.
Aun en una exploración superficial, uno encuentra que en la historia institucional de América Latina y de México ha habido un proceso de adaptación de instituciones extranjeras. Primero fueron impuestas por España y Portugal; después de la Independencia por imitación (el Código Napoleónico o la escuela lancasteriana, por ejemplo), que luego sellaron la dependencia estructural de la región, según los teóricos neomarxistas de los años 70. Pero hoy la globalización implica procesos más complejos, los países también importan ideas.
Los temas que los conferenciantes trataron siempre generan controversia, aunque hubo ciertos acuerdos básicos. Por ejemplo, hay progreso notable en el escrutinio público de la obra del gobierno, en especial desde la creación del Instituto Federal de Acceso a la Información Pública, pero falta mucho por hacer. El déficit principal es que no hay una liga orgánica entre la transparencia, la rendición de cuentas y la punición de los delitos. Tampoco ha disminuido la costumbre de la mordida y ciertas dependencias oficiales se distinguen por sus trucos para negar información.
Lo mismo sucede con las reformas electorales, hay avances y retrocesos. Lo más sobresaliente del debate en este foro, a mi parecer, fue la advertencia que hizo un académico estadunidense de no abusar de la retórica del Estado fallido. En su opinión, México está muy lejos de calificar para ello: hay más de 125 países con problemas más graves. También sugirió no sobrecargar al Instituto Federal Electoral con tareas que rebasan su capacidad. Eso de ponerlo de censor y distribuidor de tiempo en radio y televisión para los partidos políticos le resta legitimidad.
Aunque prospera la demanda de que se establezcan los juicios orales, como la piedra angular de la reforma del sistema judicial, tampoco está libre de obstáculos, en especial de los que se oponen, quienes se benefician del sistema actual, lento, burocrático e injusto. El problema principal de la justicia está en su procuración (y la corrupción de policías y jueces, de la que casi nadie habló, pero que todo el mundo dio por sentado). Parece que hay una tendencia en el orbe a homologar los sistemas de procuración de justicia para hacer frente al narcotráfico y al crimen organizado; la propuesta dominante es poner en línea los sistemas jurídicos latinoamericanos con el de Estados Unidos.
Douglas Chalmers, un profesor de ciencia política de la Universidad de Columbia, señaló las carencias de la construcción democrática en México. “Las elecciones son el martillo de la democracia” —expresó— “pero sus herramientas son los procesos cotidianos de convivencia, justicia, equidad, transparencia y rendición de cuentas.” Para ello, agrego por mi parte, el país requiere una masa de ciudadanos educados en los valores y hábitos de la democracia. Por ello pienso que la reforma de la educación es tan importante como las demás; aquélla sería el garante de la reforma del Estado en el plazo largo.
Más allá de los intercambios entre colegas, en estos foros se producen debates donde la mayoría de los participantes se ven forzados a ampliar sus horizontes. Y uno encuentra (o lo ratifica, si ya lo sabía) que la globalización deja de ser un referente lejano para tomar carta de naturalización en asuntos concretos. En la discusión de la semana pasada, los académicos no mexicanos sugirieron analizar esas reformas en el contexto global, ya que no son privativas de México. Los conflictos en las instituciones políticas locales, sin embargo, explican qué tanto avanzan y qué formas pueden tomar.
Carlos.Ornelas10@gmail.com
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