La política de deshomologación salarial sustentada en sistemas de remuneración al desempeño tiene casi un cuarto de siglo de estar operando. Durante este tiempo se ha transformado la naturaleza del trabajo académico, las relaciones que tenemos profesores e investigadores con nosotros mismos y con las instituciones.
Es tiempo de hablar y escribir sobre nuestro trabajo, porque hemos perdido control sobre lo que hacemos. Los sistemas de evaluación son los que marcan nuestra actividad. Llevamos a cabo, preferentemente, lo que da puntos. Que nosotros los académicos contamos como parte de una maquinaria burocrática que justifica su existencia con base en los dictámenes que emitimos en los cuerpos colegiados. Es tiempo de reflexionar en lo que queremos y tenemos que hacer para cambiar el modo de nuestro trabajo y hacer que la academia avance.
Voy a mencionar algunas cosas que ocurren. Los mecanismos de evaluación ponderan a la investigación como la actividad más importante. El énfasis está puesto en sus resultados, vertidos en publicaciones. La cantidad de publicaciones indica la “productividad” del académico. La evaluación obliga a publicar a individuos e instituciones.
Publicar un libro es algo que se ha vuelto muy caro. Las instituciones en las cuales trabajamos, y con las cuales estamos obligados a publicar, no cuentan con dinero suficiente para dar salida a todo lo que se produce. Cuando se termina un trabajo y se entrega para publicar, el académico entra en una cola. La publicación de su libro puede durar años.
En este caso, los resultados pierden oportunidad, no son de interés cuando salen a la luz. Son un ejercicio con el cual avanza el conocimiento de una materia, pero no sirven para tomar decisiones. La realidad va más de prisa. Conocer para decidir se queda en meras palabras. El conocimiento producido no tiene el impacto social buscado. La publicación académica se destina principalmente a otros académicos, a pequeños grupos de expertos en un tema. Para cumplir con los criterios de evaluación, publicamos lo que muy pocos leen. Ni quienes integran una comisión dictaminadora alcanzan a leer todo lo que contiene un expediente. En algunos sitios ya se califica por computadora. La calidad y trascendencia quedan de lado.
Cuando el académico termina su investigación, entra a la cola o sale a ofrecer su trabajo por fuera, a negociar coediciones. Las editoriales comerciales de prestigio no se arriesgan a producir mil ejemplares de un libro cuya edición se agota, si acaso, en un tiempo largo. Publican si hay coedición de por medio, dinero institucional que minimice al máximo los riesgos. Publicar también depende de conexiones. La distribución, aparte, es mala. Las instituciones de educación superior publican y tienen en el almacén una cantidad considerable de libros.
La presión por publicar es tanta que, me consta, hay académicos que han establecido su propio sello editorial. Se organizan, llevan su trabajo a una imprenta y cada uno paga lo correspondiente a su texto. A la hora de la evaluación pueden mostrar que tienen publicaciones. La inversión vale la pena para mantener la beca, aunque los critiquen por no haber aparecido en una editorial de prestigio. Hay que publicar aunque sean versiones distintas de un mismo texto. Dividir una obra en varias partes o juntar varias partes en una obra. Simular.
En algunos campos, las revistas están saturadas o no dan entrada por razones particularistas. Su número es insuficiente. No hay un mercado abierto, por así decir. De ahí que la mayor parte de lo que se escribe en ciencias sociales y humanidades aparezca como capítulos de libros compilados. En este caso, la publicación es por convocatoria.
Los criterios de evaluación se aplican a los académicos consolidados y a los jóvenes. A quienes acaban de terminar su doctorado les exigen haber publicado para entrar a la academia. Un requisito difícil de cubrir por haber estado dedicados a terminar su tesis. Tienen que hacer un post-doc. Después de un año, lo más probable es que sigan en las mismas condiciones, sin haber publicado, sin garantía de ingreso para trabajar en una institución educativa. Se enfrentan a la búsqueda de opciones laborales, a trabajar por contratos de corto plazo en la docencia, con muy bajos ingresos, o en puestos fuera de la academia.
El trabajo académico, hoy, está pensado para realizarse en el corto plazo. No hay maduración de los productos. La evaluación es por periodos. El pasado se borra y las trayectorias no cuentan. Tampoco el ciclo vital de los académicos, a pesar de que se sabe que la “productividad” desciende con la edad. La forma como realizamos nuestro trabajo sí produce estrés y angustia.
El sistema de premios al desempeño es perverso. En este régimen ser evaluador se revierte contra la persona, porque hacer evaluación no cuenta, es tiempo desperdiciado. Y eso se castiga. Hay muchas dificultades ahora para que los académicos reconocidos acepten integrarse a una comisión evaluadora. Hemos tomado conciencia de que la evaluación del desempeño sólo sirve para determinar nuestros ingresos. De que los académicos nos hemos vuelto los verdugos de nuestros colegas. Publicar por publicar desboca el trabajo académico. Y, con todo respeto, esto no puede seguir así. Todos perdemos.
* Seminario de Educación Superior, IIS. Profesor de la FCPS. UNAM.
Es tiempo de hablar y escribir sobre nuestro trabajo, porque hemos perdido control sobre lo que hacemos. Los sistemas de evaluación son los que marcan nuestra actividad. Llevamos a cabo, preferentemente, lo que da puntos. Que nosotros los académicos contamos como parte de una maquinaria burocrática que justifica su existencia con base en los dictámenes que emitimos en los cuerpos colegiados. Es tiempo de reflexionar en lo que queremos y tenemos que hacer para cambiar el modo de nuestro trabajo y hacer que la academia avance.
Voy a mencionar algunas cosas que ocurren. Los mecanismos de evaluación ponderan a la investigación como la actividad más importante. El énfasis está puesto en sus resultados, vertidos en publicaciones. La cantidad de publicaciones indica la “productividad” del académico. La evaluación obliga a publicar a individuos e instituciones.
Publicar un libro es algo que se ha vuelto muy caro. Las instituciones en las cuales trabajamos, y con las cuales estamos obligados a publicar, no cuentan con dinero suficiente para dar salida a todo lo que se produce. Cuando se termina un trabajo y se entrega para publicar, el académico entra en una cola. La publicación de su libro puede durar años.
En este caso, los resultados pierden oportunidad, no son de interés cuando salen a la luz. Son un ejercicio con el cual avanza el conocimiento de una materia, pero no sirven para tomar decisiones. La realidad va más de prisa. Conocer para decidir se queda en meras palabras. El conocimiento producido no tiene el impacto social buscado. La publicación académica se destina principalmente a otros académicos, a pequeños grupos de expertos en un tema. Para cumplir con los criterios de evaluación, publicamos lo que muy pocos leen. Ni quienes integran una comisión dictaminadora alcanzan a leer todo lo que contiene un expediente. En algunos sitios ya se califica por computadora. La calidad y trascendencia quedan de lado.
Cuando el académico termina su investigación, entra a la cola o sale a ofrecer su trabajo por fuera, a negociar coediciones. Las editoriales comerciales de prestigio no se arriesgan a producir mil ejemplares de un libro cuya edición se agota, si acaso, en un tiempo largo. Publican si hay coedición de por medio, dinero institucional que minimice al máximo los riesgos. Publicar también depende de conexiones. La distribución, aparte, es mala. Las instituciones de educación superior publican y tienen en el almacén una cantidad considerable de libros.
La presión por publicar es tanta que, me consta, hay académicos que han establecido su propio sello editorial. Se organizan, llevan su trabajo a una imprenta y cada uno paga lo correspondiente a su texto. A la hora de la evaluación pueden mostrar que tienen publicaciones. La inversión vale la pena para mantener la beca, aunque los critiquen por no haber aparecido en una editorial de prestigio. Hay que publicar aunque sean versiones distintas de un mismo texto. Dividir una obra en varias partes o juntar varias partes en una obra. Simular.
En algunos campos, las revistas están saturadas o no dan entrada por razones particularistas. Su número es insuficiente. No hay un mercado abierto, por así decir. De ahí que la mayor parte de lo que se escribe en ciencias sociales y humanidades aparezca como capítulos de libros compilados. En este caso, la publicación es por convocatoria.
Los criterios de evaluación se aplican a los académicos consolidados y a los jóvenes. A quienes acaban de terminar su doctorado les exigen haber publicado para entrar a la academia. Un requisito difícil de cubrir por haber estado dedicados a terminar su tesis. Tienen que hacer un post-doc. Después de un año, lo más probable es que sigan en las mismas condiciones, sin haber publicado, sin garantía de ingreso para trabajar en una institución educativa. Se enfrentan a la búsqueda de opciones laborales, a trabajar por contratos de corto plazo en la docencia, con muy bajos ingresos, o en puestos fuera de la academia.
El trabajo académico, hoy, está pensado para realizarse en el corto plazo. No hay maduración de los productos. La evaluación es por periodos. El pasado se borra y las trayectorias no cuentan. Tampoco el ciclo vital de los académicos, a pesar de que se sabe que la “productividad” desciende con la edad. La forma como realizamos nuestro trabajo sí produce estrés y angustia.
El sistema de premios al desempeño es perverso. En este régimen ser evaluador se revierte contra la persona, porque hacer evaluación no cuenta, es tiempo desperdiciado. Y eso se castiga. Hay muchas dificultades ahora para que los académicos reconocidos acepten integrarse a una comisión evaluadora. Hemos tomado conciencia de que la evaluación del desempeño sólo sirve para determinar nuestros ingresos. De que los académicos nos hemos vuelto los verdugos de nuestros colegas. Publicar por publicar desboca el trabajo académico. Y, con todo respeto, esto no puede seguir así. Todos perdemos.
* Seminario de Educación Superior, IIS. Profesor de la FCPS. UNAM.
Tomado de: http://www.campusmilenio.com.mx/
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