La Jornada/5 de febrero de 2009
Se especula con razón que la abstención en las próximas elecciones de diputados federales será una de las más altas de los últimos años, quizá de la historia política posrevolucionaria del país. No veo por qué, si todo está muy bien. Ya lo dijo Felipe Calderón en Davos y en donde tiene la oportunidad de usar el micrófono.
Hay razones de por qué aumentará la abstención. Algunas tienen que ver con la crisis mundial de la economía, que ciertamente no inició el gobierno de la República pero que sí minimizó su secretario de Hacienda cuando había condiciones para prevenir el “catarrito”. En lugar de la prevención a tiempo se actuó tarde y en muchos aspectos con medidas demagógicas, y los resultados están a la vista. La población en general y hasta algunos empresarios están inconformes. Varias empresas se han visto obligadas a cerrar, unas permanentemente y otras por periodos cortos, por lo que el desempleo ha estado aumentando de manera geométrica con perspectivas exponenciales.
La población, sin distinción de clases sociales, espera siempre, y con razón, que el gobierno solucione problemas. Si no, ¿para qué está ahí? Si el gobierno no da remedios sino que sólo favorece los intereses de unos cuantos, la inconformidad crece y, en todos los casos y países, se culpa al partido en el poder con lo que se alimentan pensamientos de venganza, muy lógicos: si con Fox y Calderón las cosas no mejoraron sino lo contrario, el partido de ambos tiene la culpa. ¿Por qué votar por él? Si a esto le agregamos declaraciones como la de Fox en el sentido de que encargó su oficina a “alguien” en lugar de ejercer su presidencia, peor. Si Calderón dice que tiene uno de los mejores equipos económicos de todos los gobiernos del mundo y la gente ve cómo se queda sin empleo y cómo suben los precios de los productos básicos, pues como que no le ven la ventaja a tener tal equipo, aun suponiendo que fuera cierto. Más aún, si la guerra del gobierno de Estados Unidos, perdón, del gobierno mexicano contra el narcotráfico ha aumentado la inseguridad en el país y ya nadie se siente a salvo en su casa o en la calle, pues tampoco: ¿no es obligación de todo Estado brindar seguridad a su población? (Una pregunta a quien corresponda y entre paréntesis: ¿con la guerra al narcotráfico ha disminuido el consumo de drogas ilegales o simplemente se han encarecido? Asumo que alguien en Los Pinos debe saberlo, si no, ¿para qué la guerra?)
Sin necesidad de encuestas, aunque suelo respetarlas, el Partido Acción Nacional (que según el yunquista Manuel Espino cada vez se parece más al Revolucionario Institucional) va a disminuir la votación en su favor en las próximas elecciones, y no sólo en la de diputados federales; y la abstención no le ayudará como sí beneficiaba al PRI en aquellos años en que sus militantes se encargaban de llenar las urnas electorales después de copar las casillas correspondientes.
El Partido de la Revolución Democrática, por otro lado, está perdiendo imagen a pasos agigantados. No sólo porque sus dirigentes “no dan la nota” sino porque, en la práctica, se han marginado de López Obrador, quien sigue siendo la piedra de toque que, con su movimiento, críticas y propuestas, está determinando el futuro de las izquierdas en conjunto (incluidas las sociales no partidarias) y no sólo del Partido del Trabajo y de Convergencia. Aunque no fuera así, el papelón que exhibió el PRD en sus pasadas elecciones internas está muy cerca en la memoria de los mexicanos, y esto también tiene costos políticos.
No será difícil que se ratifiquen los resultados de las encuestas serias y que el agregado de partidos de centro-izquierda quede en tercer lugar. Ya hemos podido observar la disminución de su imagen en las pasadas elecciones locales y cómo sus disputas internas han perjudicado a esta corriente política, aunque pudiera ser la que mejor proyecto de país presentara (que, por cierto, no presenta un solo proyecto como corriente político-ideológica, sino varios).
El PRI, por su lado, poco ha hecho por ganar a los ciudadanos. Los éxitos electorales que ha tenido han sido, como suele decirse, by default, es decir, por defecto o por omisión (por no hacer nada o por dejar de hacer algo que tenía que haber hecho). Para el PRI los errores de sus competidores son benéficos. Entre más errores cometen Calderón y su partido, mejor, y entre más se desprestigie el PRD, también. La coalición Salvemos a México, del PT y Convergencia es muy nueva y dependerá de lo que haga en los próximos meses para predecir, incluso a nivel especulativo, su atractivo electoral el 5 de julio. El simple hecho de su existencia permitiría suponer que le restará votos al PRD, si nada cambia en el futuro inmediato.
En esta licuadora de malos augurios para los partidos resaltará inevitablemente la abstención o la poca participación electoral de los ciudadanos. Éstos, para colmo, no han olvidado el triste y bochornoso papel del Instituto Federal Electoral (IFE) en 2006 y la forma en que fueron relevados parte de sus consejeros.
Si después de la elección presidencial el IFE se desprestigió, en la actualidad tiene menos confianza de los mexicanos. Hay una vuelta relativa al pasado, la institución electoral (las, si incluimos al tribunal correspondiente) ya no se ve con los mismos ojos que en 2000 o en 2003, ahora se desconfía de su imparcialidad y de su capacidad para llevar a buen puerto las próximas elecciones.
La abstención no es sólo apatía. En estos tiempos es falta de credibilidad, es también inconformidad e incluso cuestionamiento a los partidos y a la política. Podrá ser tan alta que no es difícil pensar que rebasará 60 por ciento del electorado.
No soy partidario de la abstención, pues ésta favorece –aunque no haya trampas como en los viejos tiempos– a quienes tienen el poder y los recursos para llevar más votantes a las urnas. Pero si la abstención se hace manifiesta, incluso mayor en números relativos a la de 2003, la culpa no será de los ciudadanos, sino de quienes no han sabido ofrecerles opciones creíbles, serias y responsables.
Hay razones de por qué aumentará la abstención. Algunas tienen que ver con la crisis mundial de la economía, que ciertamente no inició el gobierno de la República pero que sí minimizó su secretario de Hacienda cuando había condiciones para prevenir el “catarrito”. En lugar de la prevención a tiempo se actuó tarde y en muchos aspectos con medidas demagógicas, y los resultados están a la vista. La población en general y hasta algunos empresarios están inconformes. Varias empresas se han visto obligadas a cerrar, unas permanentemente y otras por periodos cortos, por lo que el desempleo ha estado aumentando de manera geométrica con perspectivas exponenciales.
La población, sin distinción de clases sociales, espera siempre, y con razón, que el gobierno solucione problemas. Si no, ¿para qué está ahí? Si el gobierno no da remedios sino que sólo favorece los intereses de unos cuantos, la inconformidad crece y, en todos los casos y países, se culpa al partido en el poder con lo que se alimentan pensamientos de venganza, muy lógicos: si con Fox y Calderón las cosas no mejoraron sino lo contrario, el partido de ambos tiene la culpa. ¿Por qué votar por él? Si a esto le agregamos declaraciones como la de Fox en el sentido de que encargó su oficina a “alguien” en lugar de ejercer su presidencia, peor. Si Calderón dice que tiene uno de los mejores equipos económicos de todos los gobiernos del mundo y la gente ve cómo se queda sin empleo y cómo suben los precios de los productos básicos, pues como que no le ven la ventaja a tener tal equipo, aun suponiendo que fuera cierto. Más aún, si la guerra del gobierno de Estados Unidos, perdón, del gobierno mexicano contra el narcotráfico ha aumentado la inseguridad en el país y ya nadie se siente a salvo en su casa o en la calle, pues tampoco: ¿no es obligación de todo Estado brindar seguridad a su población? (Una pregunta a quien corresponda y entre paréntesis: ¿con la guerra al narcotráfico ha disminuido el consumo de drogas ilegales o simplemente se han encarecido? Asumo que alguien en Los Pinos debe saberlo, si no, ¿para qué la guerra?)
Sin necesidad de encuestas, aunque suelo respetarlas, el Partido Acción Nacional (que según el yunquista Manuel Espino cada vez se parece más al Revolucionario Institucional) va a disminuir la votación en su favor en las próximas elecciones, y no sólo en la de diputados federales; y la abstención no le ayudará como sí beneficiaba al PRI en aquellos años en que sus militantes se encargaban de llenar las urnas electorales después de copar las casillas correspondientes.
El Partido de la Revolución Democrática, por otro lado, está perdiendo imagen a pasos agigantados. No sólo porque sus dirigentes “no dan la nota” sino porque, en la práctica, se han marginado de López Obrador, quien sigue siendo la piedra de toque que, con su movimiento, críticas y propuestas, está determinando el futuro de las izquierdas en conjunto (incluidas las sociales no partidarias) y no sólo del Partido del Trabajo y de Convergencia. Aunque no fuera así, el papelón que exhibió el PRD en sus pasadas elecciones internas está muy cerca en la memoria de los mexicanos, y esto también tiene costos políticos.
No será difícil que se ratifiquen los resultados de las encuestas serias y que el agregado de partidos de centro-izquierda quede en tercer lugar. Ya hemos podido observar la disminución de su imagen en las pasadas elecciones locales y cómo sus disputas internas han perjudicado a esta corriente política, aunque pudiera ser la que mejor proyecto de país presentara (que, por cierto, no presenta un solo proyecto como corriente político-ideológica, sino varios).
El PRI, por su lado, poco ha hecho por ganar a los ciudadanos. Los éxitos electorales que ha tenido han sido, como suele decirse, by default, es decir, por defecto o por omisión (por no hacer nada o por dejar de hacer algo que tenía que haber hecho). Para el PRI los errores de sus competidores son benéficos. Entre más errores cometen Calderón y su partido, mejor, y entre más se desprestigie el PRD, también. La coalición Salvemos a México, del PT y Convergencia es muy nueva y dependerá de lo que haga en los próximos meses para predecir, incluso a nivel especulativo, su atractivo electoral el 5 de julio. El simple hecho de su existencia permitiría suponer que le restará votos al PRD, si nada cambia en el futuro inmediato.
En esta licuadora de malos augurios para los partidos resaltará inevitablemente la abstención o la poca participación electoral de los ciudadanos. Éstos, para colmo, no han olvidado el triste y bochornoso papel del Instituto Federal Electoral (IFE) en 2006 y la forma en que fueron relevados parte de sus consejeros.
Si después de la elección presidencial el IFE se desprestigió, en la actualidad tiene menos confianza de los mexicanos. Hay una vuelta relativa al pasado, la institución electoral (las, si incluimos al tribunal correspondiente) ya no se ve con los mismos ojos que en 2000 o en 2003, ahora se desconfía de su imparcialidad y de su capacidad para llevar a buen puerto las próximas elecciones.
La abstención no es sólo apatía. En estos tiempos es falta de credibilidad, es también inconformidad e incluso cuestionamiento a los partidos y a la política. Podrá ser tan alta que no es difícil pensar que rebasará 60 por ciento del electorado.
No soy partidario de la abstención, pues ésta favorece –aunque no haya trampas como en los viejos tiempos– a quienes tienen el poder y los recursos para llevar más votantes a las urnas. Pero si la abstención se hace manifiesta, incluso mayor en números relativos a la de 2003, la culpa no será de los ciudadanos, sino de quienes no han sabido ofrecerles opciones creíbles, serias y responsables.
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