jueves, 26 de febrero de 2009

Socialización en las universidades

María Herlinda Suárez Zozaya*

Un asunto importante al que tiene que dar respuesta la universidad pública es el de la socialización de los y las jóvenes. A los propósitos académicos de la institución se suma la responsabilidad de formarlos como ciudadanos preocupados y atentos a los requerimientos de su sociedad. Estando las cosas como están en el país, la universidad mexicana debe formar profesionistas con profunda responsabilidad ética y política. No obstante, la mayoría de las instituciones de educación superior en México socializan a sus estudiantes apartados de tales responsabilidades. De hecho, los contextos universitarios en los cuales ocurre la vida cotidiana de los jóvenes mexicanos los suelen enfrentar a experiencias que los alejan de la comprensión de que sus vidas están íntimamente conectadas con el bienestar de otros, con el ambiente y con el mundo social y político que los rodea, y que ellos pueden participar creando un sentido del mundo más justo, pacífico y ecológico.
En un país donde los jóvenes que ingresan a la universidad son proporcionalmente muy pocos y muchos son los rechazados y los que se quedan a la mitad del camino, los universitarios mexicanos aprenden a verse a sí mismos como supervivientes. Bajo esta representación, los individuos se comportan de acuerdo con lo que Peter Belohlavek, especialista en teoría de juegos, ha llamado ética de supervivencia, que es la que se desarrolla en las culturas marginales; su estructura funcional es la necesidad de estar a la expectativa a fin de sortear las continuas amenazas. Operativamente, quienes se adhieren a esta ética, se dedican a apropiarse de todo lo que se puede (sobre todo de lo que tiene carácter público) y a transferir responsabilidades, costos y pérdidas a los otros. Su manejo del tiempo se basa en lo instantáneo. Sus estrategias de vida los llevan a hacer cualquier cosa para permanecer vivos, sin importar lo que a los demás suceda.
Es lamentable, pero la primera lección que da la universidad a sus estudiantes va en el sentido antes descrito. A través de los excluidos y los rechazados, ¡que son tantos!, la institución universitaria enseña a los jóvenes su vulnerabilidad. Les recalca que, hasta ahora, quienes ingresaron siguen en pie de lucha, pero que la vida está regida por la competencia y que en México las oportunidades son escasas; les enseña que “lo común” a los mexicanos es la posibilidad de fracaso. De esta manera, el miedo y los sentimientos de vulnerabilidad se instalan como esencia de la sociabilidad en la institución y en el país. Hecho está: la condición de México seguirá siendo el subdesarrollo y pocos serán los universitarios que pongan al servicio de las necesidades de la sociedad sus conocimientos; por el contrario, tratarán de utilizarlos tan sólo para sobrevivir.
Y para quienes logran ingresar a la cúspide del sistema educativo, los aprendizajes basados en la ética de la supervivencia continúan. El impacto que produce en los universitarios vivir rodeados de profesores e investigadores agobiados por cumplir los requisitos que piden el SNI y todos los demás sistemas de evaluación académica va, justamente, en ese sentido. Día a día constatan los jóvenes que quienes supuestamente deberían enfocar sus esfuerzos en construir una juventud responsable, con la producción e innovación de conocimiento y tecnología y atenta a las necesidades de la sociedad mexicana, no son más que trabajadores académicos preocupados por asegurar su nivel de subsistencia y que, por lo tanto, su manejo táctico activo se limita a la acumulación de “puntos”. Cuesta trabajo aceptarlo, pero lo cierto es que la ética de la supervivencia ha sido instalada ya en las universidades públicas y privadas mexicanas y según sus principios se está socializando a la juventud.
De no volver a situar la ética del compromiso social y político en nuestras instituciones, dejando de lado la sospecha y el miedo de ser “reprobados”, nunca será relevante llevar a cabo una reflexión sobre los problemas y crisis que enfrenta el país, sino que sólo se vivirán sus efectos y la descomposición que resultan de éstos. No entenderemos que los problemas de la exclusión y del rechazo de las universidades no se resuelven incrementando el volumen de la matrícula en las instituciones, sino superando los límites sociales que hoy impiden la democratización del ingreso universitario. Ya no será de nuestro interés el hecho de que en el país todavía haya jóvenes analfabetos y que sean tantos quienes no terminan la educación básica.
Cuando a los universitarios ya no nos importe lo que pasa en México, cuando admitamos que lo que deben hacer los académicos es luchar por la supervivencia, enseñando a los estudiantes la aceptación de los hechos con indiferencia, entonces sí: la universidad pública, independientemente de cuál sea su régimen de sostenimiento, habrá fallecido en México.
* Investigadora del CRIM, profesora de la FCPS, miembro del Seminario de Educación Superior y del Seminario de Juventud de la UNAM.
Tomado de: http://www.campusmilenio.com.mx/

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