martes, 23 de junio de 2009

Autocrítica

Guillermo Sheridan
El Universal/23 de junio de 2009

Accedo al momento más amargo en la vida de alguien que, como yo, externa sus opiniones en público: el de reconocer que se ha equivocado. Momento dramático que conlleva otro aún peor: el de reconocer que mis contrincantes —y en especial el insoportable de Ulrico Chavira y Cueto— pensaban con un tino y una calidad de juicio de los que yo carecí.
Me equivoqué. Solicito humildemente el perdón compasivo de aquellos en quienes mi errado juicio pudo propiciar una idea incorrecta de las cosas o una apreciación torcida de los hechos. Ni siquiera diré, en mi descargo, que en la factura de esta equivocación pesaron mi estulticia, la inmadurez de mi juicio ni las anteojeras de una buena voluntad desprovista de interés personal. Tampoco habré de achacarlo al peso que tuvieron en la errónea elaboración de mi juicio las evidencias ni los documentos; ni mucho menos los testimonios, ni los análisis de personas en cuyo desinterés analítico basé mi propia opinión. Mis errores, lo declaro con rubor, son sólo míos.
En efecto, me equivoqué al no valorar objetiva y serenamente la valía política ni la estatura moral ni las capacidades intelectuales de nuestro líder. Fui de los que no se percataron que el licenciado López Obrador, y en especial aquellas zonas de su personalidad seriamente afectadas por su voluntad a toda prueba y gravemente tambaleadas por sus férreas convicciones religiosas, lejos de ser —como lo llegué a creer (confieso)— un peligro para México, son las virtudes que necesita un líder de hombres para guiar con mano firme el destino de una patria como la que nos tocó en suerte y carece de parangón.
La exhibición más reciente del poder de la voluntad de este hombre extraordinario me ha acabado de convencer del bien que harán a la patria el cúmulo de lo que ahora veo como virtudes y que mi ceguera me hizo confundir con defectos. Cuando el licenciado López Obrador dijo: “Al ver en su boleta el cuadro que dice PRD y el nombre de Clarita no lo crucen con su voto, porque lo que queremos es que gane Clarita del PRD. Pero si cruzan Clarita del PRD, Clarita del PRD pierde. Hay que cruzar el PT, que es el verdadero PRD, no el falso PRD, que es La Mafia. Y como queremos que gane Clarita del PRD, hay que votar por Juanito del PT, porque Juanito no es Juanito sino que es Clarita, pero no la falsa Clarita, sino la verdadera Clarita, o sea Juanito.”
Ahí está todo: el método y la acción. Un ciudadano común y corriente capaz de convertir sin hipnosis, taumaturgia ni truco el color amarillo en rojo, las letras PRD en las letras PT, a una señora sexy llamada Clarita en un señor espantoso llamado Juanito, ya asombra. Pero que, en el mismo lance, convirtiese a la democracia en monarquía, a Marcelo Ebrard en su pelele y a la Asamblea Legislativa del DF en pelele de su pelele, y todo en un chasquido de los dedos y ante una multitud libre, es promesa de futuro para la patria. Se impone apoyar a alguien con esos poderes. El futuro promisorio, que tanto se resistió, por fin ha llegado. Bastará con que lo ordene el licenciado.

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