La Jornada/23 de junio de 2009
La palabra que da título a este artículo proviene del latín y tiene, de acuerdo con el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, varias acepciones, entre ellas: 1. Dicho o hecho fuera de propósito, 2. Importunidad molesta y enfadosa, y 3. Susceptibilidad excesiva, nacida de un humor desazonado y displicente, como lo suelen tener los enfermos”. La solicitud (o instrucción) dirigida hace unos días a las instituciones públicas de educación superior, por medio de las Secretarías de Hacienda y Educación Pública para que reduzcan su gasto, es simple y llanamente una impertinencia.
Tal despropósito proviene de un gobierno enfermo… y muy peligroso. Es revelador de la ignorancia y el odio que tiene hacia la educación pública. Es inoportuno después de que le fue conferido a la Universidad Nacional Autónoma de México el Premio Príncipe de Asturias en el área de comunicación y humanidades, que se añade a otros reconocimientos internacionales a la educación superior mexicana, laica, gratuita, de masas, que realiza sus tareas cumpliendo con los más elevados estándares de calidad a escala mundial.
Las universidades y los centros de investigación públicos son el fruto de un gran esfuerzo realizado por los mexicanos durante varias generaciones. Forman profesionales y especialistas; crean conocimientos en las ciencias, la tecnología, las humanidades y las artes, y cotidianamente ofrecen soluciones a los problemas que nos aquejan. Puedo afirmar, sin temor a equivocarme –porque puede demostrarse–, que no hay un solo día en el que no se informe de avances en el conocimiento surgidos en estas instituciones, que constituyen propuestas orientadas a enfrentar los graves problemas del país y que no son alentados ni aprovechados.
Pero hay que reducir sus recursos. Hay que detenerlas. ¿Por qué? Porque hay una nube negra que se extiende por todo el país. Porque hay seres estúpidos y muy poderosos que disfrutan, al caminar por un parque, de pisar y destruir las flores más bellas. Porque el país debe estar lleno de soldados y policías, cabezas rodantes, basura plástica en todas las esquinas y gente muriendo de enfermedades y de hambre. Porque todo lo que brilla les resulta amenazante.
La educación superior, la ciencia y la tecnología, no tienen cabida dentro de un modelo depredador que sólo busca oportunidades para saquear los recursos del país. Ejemplos sobran: primero se mantiene en el abandono a los institutos de investigación en el sector energético. Luego, para la explotación de los yacimientos de petróleo en el Golfo de México, se reconoce con cinismo que nuestro país no cuenta con la tecnología que le permita aprovecharlos. Entonces viene la gran solución, que consiste en recurrir a la tecnología extranjera que poseen las compañías petroleras. El resultado, el enriquecimiento de unos cuantos aquí y de sus socios internacionales. Ningún beneficio para el país.
Otro ejemplo: las epidemias. Primero se desmantela la investigación en las instituciones de salud, se lleva al límite del atraso a nuestro sistema sanitario y se aniquilan las capacidades propias para la producción de vacunas. Luego, se recurre al extranjero para identificar nuevos agentes infecciosos, para adquirir fuera equipos costosos e instalar laboratorios a toda prisa. Finalmente, correr y formarse en la fila para comprar medicamentos y vacunas que van a enriquecer a las grandes empresas farmacéuticas. En el camino queda el mayor número de muertos en el mundo. El costo de la ignorancia es demasiado alto. Pero eso sí, las instituciones de educación superior y los centros de investigación, en los que de manera tangible radican las posibilidades de un futuro con independencia, deben reducir sus gastos. A solicitud del gobierno, deben hacerse el harakiri… Es claro que se trata de una impertinencia.
Con un abrazo para Daniel, Ilya, Marcela y Valeria.
Tal despropósito proviene de un gobierno enfermo… y muy peligroso. Es revelador de la ignorancia y el odio que tiene hacia la educación pública. Es inoportuno después de que le fue conferido a la Universidad Nacional Autónoma de México el Premio Príncipe de Asturias en el área de comunicación y humanidades, que se añade a otros reconocimientos internacionales a la educación superior mexicana, laica, gratuita, de masas, que realiza sus tareas cumpliendo con los más elevados estándares de calidad a escala mundial.
Las universidades y los centros de investigación públicos son el fruto de un gran esfuerzo realizado por los mexicanos durante varias generaciones. Forman profesionales y especialistas; crean conocimientos en las ciencias, la tecnología, las humanidades y las artes, y cotidianamente ofrecen soluciones a los problemas que nos aquejan. Puedo afirmar, sin temor a equivocarme –porque puede demostrarse–, que no hay un solo día en el que no se informe de avances en el conocimiento surgidos en estas instituciones, que constituyen propuestas orientadas a enfrentar los graves problemas del país y que no son alentados ni aprovechados.
Pero hay que reducir sus recursos. Hay que detenerlas. ¿Por qué? Porque hay una nube negra que se extiende por todo el país. Porque hay seres estúpidos y muy poderosos que disfrutan, al caminar por un parque, de pisar y destruir las flores más bellas. Porque el país debe estar lleno de soldados y policías, cabezas rodantes, basura plástica en todas las esquinas y gente muriendo de enfermedades y de hambre. Porque todo lo que brilla les resulta amenazante.
La educación superior, la ciencia y la tecnología, no tienen cabida dentro de un modelo depredador que sólo busca oportunidades para saquear los recursos del país. Ejemplos sobran: primero se mantiene en el abandono a los institutos de investigación en el sector energético. Luego, para la explotación de los yacimientos de petróleo en el Golfo de México, se reconoce con cinismo que nuestro país no cuenta con la tecnología que le permita aprovecharlos. Entonces viene la gran solución, que consiste en recurrir a la tecnología extranjera que poseen las compañías petroleras. El resultado, el enriquecimiento de unos cuantos aquí y de sus socios internacionales. Ningún beneficio para el país.
Otro ejemplo: las epidemias. Primero se desmantela la investigación en las instituciones de salud, se lleva al límite del atraso a nuestro sistema sanitario y se aniquilan las capacidades propias para la producción de vacunas. Luego, se recurre al extranjero para identificar nuevos agentes infecciosos, para adquirir fuera equipos costosos e instalar laboratorios a toda prisa. Finalmente, correr y formarse en la fila para comprar medicamentos y vacunas que van a enriquecer a las grandes empresas farmacéuticas. En el camino queda el mayor número de muertos en el mundo. El costo de la ignorancia es demasiado alto. Pero eso sí, las instituciones de educación superior y los centros de investigación, en los que de manera tangible radican las posibilidades de un futuro con independencia, deben reducir sus gastos. A solicitud del gobierno, deben hacerse el harakiri… Es claro que se trata de una impertinencia.
Con un abrazo para Daniel, Ilya, Marcela y Valeria.
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