El Universal/30 de junio de 2009
La exhibición de musculatura del Movimiento Antorcha Campesina, propiedad privada del señor Aquiles Córdova, que pagó 4 millones de pesos para llenar el Estadio Azteca con 120 mil afiliados, incluyendo a varios gobernadores a quienes les exigió ser “cabrones”, obliga a pensar en la bola.
En estos días aciagos, la bola (afectuoso apodo que damos en México a la grasa que mueve el engranaje social) es una acogedora alternativa para hospedar inconcientes colectivos en favor de conciencias individuales. No hay líder que valga que no exhiba bola ante lo que —no sin lástima— llamaremos “autoridad competente”, con el objeto de fastidiar a un rival, conseguir un favorcito, apresurar un negocito o por equis causa (que es la causa más frecuente).
En todo caso, y sea con el propósito humanista que sea, acudir ante autoridad competente tiene que hacerse en bola. Desde los líderes de los partidos que exigen una investigación hasta las últimas consecuencias hasta el de la Unión Recreacional Anfibia “Hijos de Padierna”, que demanda el monopolio de venta de devedé pornopirata en las trajineras de Xochimilco, se sobreentiende que sin bola su causa no es ni meritoria ni digna de atención.
La autoridad competente cuenta con un aparato que calcula la cantidad de bola aglomerada ante su puerta o en céntrica avenida. El aparato indica la cantidad de presión que contiene dicha bola y por tanto la urgencia o no de ponerse a sus apreciables órdenes.
Una vez expedido el certificado de licitud de bola, se toman decisiones: a bola descomunal, trámite ipso facto favorable; a bola mediana, trámite lento y de dudoso resultado; a bolita, se le da oportunidad que regrese mañana, corregida y aumentada.
La bola sirve para propiciar la ley o, por lo menos, acelerar su arbitrariedad. La autoridad competente privilegiará a la bola sobre los particulares sin bola. Un ciudadano tiene derechos, pero si además es bola, su derecho incluye el de saltarse los derechos de los sin bola. La idea es que toda acción en bola trae incluida una legalidad instantánea, justificación moral anexa, intocabilidad e impunidad vitalicia (mientras sea bola). Por principio, una bola no puede estar equivocada. Una república instantánea compuesta por un variable número de dictadores al servicio de un Líder Supremo, todos con un fuero extraordinario otorgado por una ley, no escrita, en 1968.
El instinto de lo multitudinario, proporcional a la inseguridad individual, se potencia exponencialmente en movimientos, sindicatos, uniones, colectivos, gremios, partidos, fracciones, sectas.
En México nunca hubo “temor a ser tocado”, como calculó Canetti, sino, acaso, temor a no serlo lo suficiente.
De ahí engorda el Líder, pues la bola precisa de una cara que la defina, que le aporte un lema, una causa de fácil digestión y, desde luego, seguridad, agua y drenaje. El Líder, por su parte, será recompensado de muchas maneras: un jacuzzi y un tigre de bengala privado. Pero, sobre todo, como dijo Benjamin Disraeli famosamente, tendrá a un pueblo al cual seguir pues, qué, ¿acaso no es su líder?
En estos días aciagos, la bola (afectuoso apodo que damos en México a la grasa que mueve el engranaje social) es una acogedora alternativa para hospedar inconcientes colectivos en favor de conciencias individuales. No hay líder que valga que no exhiba bola ante lo que —no sin lástima— llamaremos “autoridad competente”, con el objeto de fastidiar a un rival, conseguir un favorcito, apresurar un negocito o por equis causa (que es la causa más frecuente).
En todo caso, y sea con el propósito humanista que sea, acudir ante autoridad competente tiene que hacerse en bola. Desde los líderes de los partidos que exigen una investigación hasta las últimas consecuencias hasta el de la Unión Recreacional Anfibia “Hijos de Padierna”, que demanda el monopolio de venta de devedé pornopirata en las trajineras de Xochimilco, se sobreentiende que sin bola su causa no es ni meritoria ni digna de atención.
La autoridad competente cuenta con un aparato que calcula la cantidad de bola aglomerada ante su puerta o en céntrica avenida. El aparato indica la cantidad de presión que contiene dicha bola y por tanto la urgencia o no de ponerse a sus apreciables órdenes.
Una vez expedido el certificado de licitud de bola, se toman decisiones: a bola descomunal, trámite ipso facto favorable; a bola mediana, trámite lento y de dudoso resultado; a bolita, se le da oportunidad que regrese mañana, corregida y aumentada.
La bola sirve para propiciar la ley o, por lo menos, acelerar su arbitrariedad. La autoridad competente privilegiará a la bola sobre los particulares sin bola. Un ciudadano tiene derechos, pero si además es bola, su derecho incluye el de saltarse los derechos de los sin bola. La idea es que toda acción en bola trae incluida una legalidad instantánea, justificación moral anexa, intocabilidad e impunidad vitalicia (mientras sea bola). Por principio, una bola no puede estar equivocada. Una república instantánea compuesta por un variable número de dictadores al servicio de un Líder Supremo, todos con un fuero extraordinario otorgado por una ley, no escrita, en 1968.
El instinto de lo multitudinario, proporcional a la inseguridad individual, se potencia exponencialmente en movimientos, sindicatos, uniones, colectivos, gremios, partidos, fracciones, sectas.
En México nunca hubo “temor a ser tocado”, como calculó Canetti, sino, acaso, temor a no serlo lo suficiente.
De ahí engorda el Líder, pues la bola precisa de una cara que la defina, que le aporte un lema, una causa de fácil digestión y, desde luego, seguridad, agua y drenaje. El Líder, por su parte, será recompensado de muchas maneras: un jacuzzi y un tigre de bengala privado. Pero, sobre todo, como dijo Benjamin Disraeli famosamente, tendrá a un pueblo al cual seguir pues, qué, ¿acaso no es su líder?
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