El Imparcial/22 de junio de 2009
Fue la tercera marcha en 10 días. Rostros duros observé en los miles de ciudadanos que caminaron con paso lento por el bulevar Vildósola, cuya nomenclatura debería ser reconsiderada para dar paso a la memoria de estos duros momentos. Hermosillo en las calles, o las calles de Hermosillo tomadas por los hermosillenses. Tuvo que pasar esta desgracia para que se manifestara la protesta de hombres y mujeres reclamando justicia. Hermosillo ya no volverá a ser el mismo, aseguran quienes piensan en las implicaciones del incendio ¿Qué quieren decir? ¿Qué los lleva a suponer que las cosas cambiarán a tal grado que nada volverá ser igual?
La de Hermosillo es una sociedad cuya composición es una impronta de todos los regionalismos de Sonora. Somos la sierra, los valles del Sur, la frontera y el mar. Esta mezcla nos ha hecho una sociedad que sólo se mira hacia adentro, temerosa quizá de que el vecino nativo de quién sabe qué lugar atente contra su tranquilidad. El hermosillense común ha perdido la capacidad para tenerse confianza, para comunicarse, reunirse, cooperar, en fin, para interactuar; nos hemos vuelto excesivamente individualistas. ¿Cambiará esto con la tragedia? Me temo que no.De tiempo atrás los hermosillenses votan por candidatos conservadores; en los años recientes casi siempre por el PAN. Los persistentes triunfos de las fórmulas blanquiazules indican algo: Que el hermosillense “representativo” es tradicionalista, quiere preservar los valores familiares convencionales, es relativamente religioso y realiza acciones de caridad y filantropía, siempre y cuando cuente con los reflectores de algún medio de comunicación. Acción Nacional se identifica con ese imaginario. ¿Cambiaría esto con la tragedia? Lo más probable es que no.
Hermosillo es una ciudad que se jactaba hace unos años de ser la capital del Noroeste. Dichas pretensiones son ahora sólo una pálida sombra. Hermosillo es una localidad anclada en un pasado que parecía glorioso; vivimos en gran parte de esos recuerdos. Así se percibe en los clanes tipo Valenzuela, Mazón, o Gutiérrez cuyas fortunas parcialmente se desvanecieron en un mar de fracasos empresariales. Los herederos viven ahora de las glorias conseguidas por sus padres; su presencia en el ámbito local se circunscribe a las páginas de sociales.
Al rostro de la ciudad le pasa algo similar: Del viejo sueño de ser la aglomeración más importante de la frontera tenemos ahora calles llenas de baches, sin pavimento, y un deterioro que se trasluce a simple vista. Los esfuerzos por modernizarla, tipo distribuidor vial Solidaridad, parecen adefesios que poco la mejoran. Obras como ésa nos hacen parecer más bien una especie de nuevo rico que frente a la abundancia súbita gasta su fortuna en construcciones de relumbrón. ¿El cambio que derivará de la tragedia nos regresará acaso esa sensación de que habitamos una ciudad próspera? Me temo que no. Hermosillo seguirá funcionando de forma parecida en los años por venir. Es muy complicado recuperar el brío de otros años. Todo lo contrario, es probable que en el futuro los rezagos en infraestructura se acentúen y ello nos condene a una mayor decadencia.
Le podemos seguir así y se alargaría la lista de cosas que difícilmente cambiarán con el drama de los niños fallecidos. Sin embargo, considero que el 5 de junio dejará huella y abonará para que efectivamente esto cambie aunque no nos toque vivirlo. El recuerdo de esta desgracia debería ser referente para emprender una verdadera transformación, no de forma como las señaladas, sino de fondo.
La verdadera tragedia de México y de Hermosillo es la impunidad que ha contaminado hasta la última célula del tejido social. Las cosas ocurren porque no existe forma de sancionar a quienes han delinquido por acción o por omisión. Es más fácil ganar dinero amparándose en la estela de corrupción que priva en México que hacerlo de manera honesta, con esfuerzo y disciplina. En nuestro sistema eso no cuenta. Cuenta la red de influencias labradas al amparo de las complicidades político-electorales; eso es lo que cuenta y precisamente eso es lo que debe acabar. Si algo nos enseña esta amarga experiencia es la urgencia de acabar con la corrupción y sobre todo con la impunidad que corroe las instituciones. Nuestras instituciones están podridas, por eso pasa lo que pasa. Están tan pervertidas que me temo que inventen culpables, los encarcelen y después se invoque al perdón y el olvido para que todo siga igual. Los primeros nombres de los indiciados hacen temer esa posibilidad. Ojalá que la tragedia nos lleve de una vez y para siempre a terminar con esa pesada losa que nos hunde en el fango del subdesarrollo.
A los padres de familia que marcharon el sábado, todo mi afecto, solidaridad y admiración.
Álvaro Bracamonte Sierra. Doctor en Economía. Profesor-Investigador de El Colegio de Sonora.
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