El Universal/27 de junio de 2009
Elecciones, un tema tan recurrente como inevitable. A sólo 19 años de la creación del otrora confiable IFE, estamos ante un panorama poco alentador que deja ver las fisuras (que son bastantes) del sistema partidista mexicano.
Lo cierto es que hemos caído en diversos baches que alteran la perspectiva (para algunos convenientemente) y desvían la atención de los comicios. Tenemos en primer lugar la crisis económica, consecuencia de una profunda recesión mundial encabezada por Estados Unidos, pero reflejo también de las medidas tomadas por el gobierno que en un principio la catalogó como una simple “gripe”.
En segundo lugar está la crisis social por la que atraviesa el país. Inseguridad, desempleo y pobreza han debilitado la estructura que sostiene (o debería sostener) a la población en sano equilibrio. Si a esto agregamos el episodio de pandemia por influenza (muy mal manejado por los medios de comunicación, que lo único que lograron fue crear pánico y una casi fatal baja en el sector turístico), tenemos como resultado una hecatombe que en otros tiempos quizá hubiera derivado en una revolución. Lamentablemente, pareciera que hoy nos es más sencillo callar y, como se dice coloquialmente, “aguantar vara”.
Por si fuera poco, a las dos anteriores sumamos la terrible crisis institucional; me parece que quizá es la más peligrosa cuando se habla de una nación. Uno puede prescindir de artículos que no sean de primera necesidad, también se puede manifestar o exigir a quien esté en el poder que tome medidas para que la calidad de vida mejore. Pero, ¿qué pasa cuando la gente ya no cree en sus gobernantes y legisladores? ¿Cómo se exige a una bola de burócratas que hagan bien su trabajo cuando todos son virus de la misma cepa? ¿Qué se hace cuando el máximo órgano en materia electoral se ha convertido en la casa de la risa?
Tristemente, es el caso de México. El sistema partidista no ha hecho más que enriquecer a militantes y candidatos que demagógicamente buscan convencer a un electorado cada vez más harto. Campañas basadas en descalificaciones, candidatos que fluctúan entre partidos, pleitos internos, falta de propuestas, poca o nula seriedad y el enriquecimiento obsceno que consiguen los partidos con los impuestos que paga el ciudadano de a pie, son el pan de cada día.
Ni PRI ni PAN ni PRD (evito hablar de los menores porque, me parece, son simplemente negocios familiares). ¿Dónde quedaron los ideales, la convicción de seguir una corriente política contra viento y marea? ¿Dónde está la derecha que defiende la economía y atrae la inversión? ¿Qué pasó con los ideales revolucionarios (que tanta falta hacen) del PRI? ¿Por qué México no ha logrado una izquierda inteligente que proponga y realice en vez de descalificar y alborotar?
Hoy más que nunca México necesita líderes dispuestos a luchar por una causa noble, no sólo a enriquecerse o a perder la cabeza con el poder. Sé que la política no es perfecta, pero creo en la democracia. El sistema actual no sirve, sé que una preocupante cantidad de electores piensan anular su voto. Creo que es importantísimo hacer una reforma electoral, pero una bien hecha.
El tema de anular o no el sufragio es muy personal. Para mí, ninguna de las “propuestas” de los diferentes partidos merece mi voto y ya me he cansado de elegir “al menos malo”. ¡Basta! Me fastidia ver el contraste entre los ideales de la democracia y la realidad, entre sus enormes posibilidades y sus paupérrimos logros.
El abstencionismo y/o voto nulo, pensamos, es el último recurso para una sociedad cansada de decir a sus gobernantes que trabajen, porque para eso les pagamos. Pero no sé si esta medida sea del todo fructífera, pues al final los candidatos serán electos por mayoría, no importa si ésta corresponde a 10% del electorado (de ahí la urgencia de una modificación a la ley electoral para que sólo obteniendo 50% más uno puedan acceder al cargo, al menos en comicios presidenciales). Entonces, ¿votar o anular? Ojalá supiera, es una encrucijada; lo que sí creo es que lo peor que puede hacer una sociedad inconforme es callarse. En una democracia es el pueblo el que debe gobernar y para ello debe hacerse escuchar.
Hago un llamamiento para que la decisión que tomen este 5 de julio, sea cual fuere, provenga del estudio de las propuestas de sus candidatos (el votante debe de ser activo también). Que el sufragio que emitan o anulen durante la próxima jornada electoral emane de la reflexión.
Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción.
*Ciudadana del Distrito Federal
Lo cierto es que hemos caído en diversos baches que alteran la perspectiva (para algunos convenientemente) y desvían la atención de los comicios. Tenemos en primer lugar la crisis económica, consecuencia de una profunda recesión mundial encabezada por Estados Unidos, pero reflejo también de las medidas tomadas por el gobierno que en un principio la catalogó como una simple “gripe”.
En segundo lugar está la crisis social por la que atraviesa el país. Inseguridad, desempleo y pobreza han debilitado la estructura que sostiene (o debería sostener) a la población en sano equilibrio. Si a esto agregamos el episodio de pandemia por influenza (muy mal manejado por los medios de comunicación, que lo único que lograron fue crear pánico y una casi fatal baja en el sector turístico), tenemos como resultado una hecatombe que en otros tiempos quizá hubiera derivado en una revolución. Lamentablemente, pareciera que hoy nos es más sencillo callar y, como se dice coloquialmente, “aguantar vara”.
Por si fuera poco, a las dos anteriores sumamos la terrible crisis institucional; me parece que quizá es la más peligrosa cuando se habla de una nación. Uno puede prescindir de artículos que no sean de primera necesidad, también se puede manifestar o exigir a quien esté en el poder que tome medidas para que la calidad de vida mejore. Pero, ¿qué pasa cuando la gente ya no cree en sus gobernantes y legisladores? ¿Cómo se exige a una bola de burócratas que hagan bien su trabajo cuando todos son virus de la misma cepa? ¿Qué se hace cuando el máximo órgano en materia electoral se ha convertido en la casa de la risa?
Tristemente, es el caso de México. El sistema partidista no ha hecho más que enriquecer a militantes y candidatos que demagógicamente buscan convencer a un electorado cada vez más harto. Campañas basadas en descalificaciones, candidatos que fluctúan entre partidos, pleitos internos, falta de propuestas, poca o nula seriedad y el enriquecimiento obsceno que consiguen los partidos con los impuestos que paga el ciudadano de a pie, son el pan de cada día.
Ni PRI ni PAN ni PRD (evito hablar de los menores porque, me parece, son simplemente negocios familiares). ¿Dónde quedaron los ideales, la convicción de seguir una corriente política contra viento y marea? ¿Dónde está la derecha que defiende la economía y atrae la inversión? ¿Qué pasó con los ideales revolucionarios (que tanta falta hacen) del PRI? ¿Por qué México no ha logrado una izquierda inteligente que proponga y realice en vez de descalificar y alborotar?
Hoy más que nunca México necesita líderes dispuestos a luchar por una causa noble, no sólo a enriquecerse o a perder la cabeza con el poder. Sé que la política no es perfecta, pero creo en la democracia. El sistema actual no sirve, sé que una preocupante cantidad de electores piensan anular su voto. Creo que es importantísimo hacer una reforma electoral, pero una bien hecha.
El tema de anular o no el sufragio es muy personal. Para mí, ninguna de las “propuestas” de los diferentes partidos merece mi voto y ya me he cansado de elegir “al menos malo”. ¡Basta! Me fastidia ver el contraste entre los ideales de la democracia y la realidad, entre sus enormes posibilidades y sus paupérrimos logros.
El abstencionismo y/o voto nulo, pensamos, es el último recurso para una sociedad cansada de decir a sus gobernantes que trabajen, porque para eso les pagamos. Pero no sé si esta medida sea del todo fructífera, pues al final los candidatos serán electos por mayoría, no importa si ésta corresponde a 10% del electorado (de ahí la urgencia de una modificación a la ley electoral para que sólo obteniendo 50% más uno puedan acceder al cargo, al menos en comicios presidenciales). Entonces, ¿votar o anular? Ojalá supiera, es una encrucijada; lo que sí creo es que lo peor que puede hacer una sociedad inconforme es callarse. En una democracia es el pueblo el que debe gobernar y para ello debe hacerse escuchar.
Hago un llamamiento para que la decisión que tomen este 5 de julio, sea cual fuere, provenga del estudio de las propuestas de sus candidatos (el votante debe de ser activo también). Que el sufragio que emitan o anulen durante la próxima jornada electoral emane de la reflexión.
Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción.
*Ciudadana del Distrito Federal
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