domingo, 14 de junio de 2009

El desastre

Sara Sefchovich
El Universal/14 de junio de 2009

Los académicos definen a los desastres como causados por fenómenos naturales y usan el concepto en función de la cantidad de muertos y de lo que califican de “ruptura amplia de todos los procesos sociales”, dejándole el nombre de emergencia a rupturas más pequeñas y el de accidente cuando se trata de rupturas muy localizadas sobre un grupo reducido de víctimas.
No me gustan esas conceptualizaciones que se sustentan en cantidad; prefiero la definición de Harshbarger, que define a los desastres como “eventos rápidos y dramáticos que dan por resultado daños materiales y humanos considerables”. Así podemos llamar desastre a cualquier situación que lastime o quite la vida a personas (aunque sea una sola) y podemos no adjudicárselo solamente a la naturaleza, sino afirmar que son (como siempre son) resultado de las acciones o inacciones y las decisiones de las personas.
Elizabeth Mansilla dice que cada momento se toman decisiones que van construyendo el riesgo: mañana compongo esa ventana, hoy la cierro con un alambrito; urge comprar llantas nuevas para el camión pero mientras haré otro viaje con las que tengo. Yo, en cambio, creo que los desastres suceden porque se toman de manera consciente decisiones que se sabe desde el principio que son equivocadas y de todos modos se lo hace. Por eso estoy de acuerdo con John C. Mutter cuando afirma que los desastres “no son eventos, son procesos”.
Todos quienes tuvieron que ver con la guardería que se incendió en Hermosillo, desde los propietarios hasta las autoridades, desde los maestros hasta los padres de familia, sabían las condiciones del lugar, lo mal habilitada, el exceso de niños, los materiales riesgosos con que estaba construida, la vecindad con bodegas y gasolineras. Todos fueron y todos somos responsables porque aceptamos vivir así, aceptamos que las cosas se hagan como se hacen.
Si alguien quiere poner un negocio puede hacerlo en cualquier local que le venga en gana, no importa si está mal acondicionado ni si se encuentra junto a locales cuyos giros por lógica elemental no podrían ir juntos. Por eso encontramos una tortería junto a un taller mecánico, un burdel junto a una escuela, las gaseras entre las casas en San Juanico.
De modo que lo que pasó en la guardería, si bien tiene culpables concretos, es el resultado de nuestro modo de ser. Como dice Juan de Dios Ruano Gómez, las crisis y catástrofes sirven “como analizadores del orden social”.
El nuestro es un modo de ser que nos hace propensos a los desastres porque todo mundo trata de salirse con la suya sin cumplir la ley: sobornar al inspector que revisa si hay salidas de emergencia y si sirven los extintores, sobornar a las instancias públicas que definen si el personal es suficiente y está bien capacitado, usar el poder para abrir un negocio en condiciones inadecuadas, porque lo único que importa es el beneficio económico (en este caso) o político (en otros casos).
En la definición de desastre que se da en la Wikipedia se dice que éstos “desembocan con frecuencia en cambios permanentes en las sociedades humanas”. Es obvio que quienes la hicieron no han venido por acá. En unos cuantos días todo esto se va a olvidar, la tragedia se va a perder en el mar de otras noticias, en ese proceso que Lee Clark sintetiza así: “sumergirse-neutralizarse-asimilarse en el ruido cotidiano”. Excepto, por supuesto, para las familias afectadas, hundidas en un dolor irreparable.
No sé teoría de las probabilidades como para estudiar las posibles repeticiones de eventos como éstos. Pero sí sé que van a volver a suceder, porque se van a seguir abriendo guarderías y centros de reunión para jóvenes y escuelas junto a gasolineras y depósitos de llantas, sin materiales de construcción adecuados, sin equipos contra incendios y con salidas de emergencia atascadas.
Lo sé porque la corrupción y la mentira y el no cumplimiento de la ley están aquí, y no tienen para cuándo desaparecer. Los desastres van a seguir sucediendo porque así somos, porque eso somos y porque no somos una cultura que aprende las lecciones y cambia.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM

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